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En la obra 'Cómo mueren las democracias', Levitsky y Ziblatt nos advierten que las democracias modernas no perecen a manos de hombres armados, sino por ... el lento y progresivo desgaste de sus instituciones.
Sería lógico pensar que tales procesos de degradación política sólo son posibles en naciones cuyas democracias, por jóvenes o débiles, carecen de los necesarios mecanismos correctores. Pero nada más lejos de la realidad. Por robustos que sean los cimientos de una democracia, basta que acceda al poder un autócrata con ambiciones iliberales para que la sociedad abierta de Karl Popper se transforme en un régimen de tintes totalitarios.
Si no lo creen, echen un vistazo a la actualidad española. Desde que el presidente Sánchez tomara posesión de La Moncloa, sus prácticas han puesto en jaque nuestro modelo de convivencia. Sin disimulo alguno, el jefe del Ejecutivo ha hecho de la 'okupación' partidista de las instituciones su 'modus operandi', violentando seriamente la neutralidad que debe adornarlas.
Así, ha convertido el CIS o RTVE en instrumentos de propaganda al servicio de sus intereses y ha colonizado sin pudor órganos tan importantes como la Fiscalía General del Estado o el Tribunal Constitucional. Estos últimos, servilmente alineados con el Ejecutivo, se utilizan a diario para fines que nada tienen que ver con los suyos: mientras el Fiscal General pugna porque las decisiones del Ministerio Público se acomoden a los deseos gubernamentales, el Tribunal Constitucional (que es un órgano de garantías y no una instancia de apelación) se arroga funciones jurisdiccionales que no le corresponden para enmendar al Supremo y satisfacer los anhelos presidenciales.
Si ya es grave todo lo anterior, raro es el día que desde ciertos entornos no se señala a los jueces que conocen de determinados asuntos para coaccionarlos e influir en sus decisiones. En el marco de una orquestada campaña de desprestigio contra el Poder Judicial, la acusación de 'lawfare' se ha convertido en una constante y el cuestionamiento de la imparcialidad de los tribunales en una costumbre.
El propósito es claro: sometida la magistratura, el poder político puede actuar con impunidad más allá de los contornos de las normas jurídicas, haciendo y deshaciendo lo que tenga por conveniente. Y ya lo saben, como bien dijo el Sánchez de la hemeroteca, aquel que aspiraba a conquistar el poder con nuestro voto, sin jueces libres e independientes el estado de derecho es una ficción.
Pero además, consciente y deliberadamente, el Gobierno ha conculcado el principio de igualdad entre españoles. La reciente ley de amnistía privilegia a ciertos delincuentes por el simple hecho de pertenecer a partidos capaces de investir con sus votos al presidente. Por si no fuera suficiente, el Ejecutivo anda negociando con el voraz independentismo catalán una financiación singular que vulnera el equilibrio económico y abre la puerta a la utopía plurinacional ambicionada por el secesionismo. Y ya lo saben, como bien dijo el Sánchez de la hemeroteca, en democracia todos debemos ser iguales en derechos y libertades.
Ahora bien, en su particular viaje hacia la autocracia, nuestro dignatario se ha encontrado con un escollo incómodo e insolente. Honrando su deber, ciertos medios de comunicación están denunciando sus excesos y trasladando a la opinión pública los tejemanejes iliberales del Gobierno. Pero lejos de arredrarse por esta inconveniencia, el Consejo de Ministros ha contratacado mancillando a la prensa hostil y anunciando medidas encaminadas a aislarla y silenciarla. Y ya lo saben, como bien dijo el Sánchez de la hemeroteca, sin una prensa libre y crítica la democracia es una farsa.
Al final, embarcados como están en un proceso deconstituyente por la puerta de atrás, todo lo que huela a orden constitucional molesta y desagrada. Eso explica tanto el progresivo desafecto gubernamental hacia la Corona como su tesón en liquidar los consensos y acuerdos de la Transición. De ahí la imperiosa necesidad de polarizar, levantar muros y gobernar sólo para algunos. La Tercera España, la que huye del enfrentamiento y la división, es el enemigo a batir. Y ya lo saben, como bien dijo el Sánchez de la hemeroteca, la democracia no es gobernar para la mayoría, sino atender a las minorías.
El próximo 17 de julio, el presidente del Gobierno expondrá en el Congreso de los Diputados algunos detalles de un plan de renovación democrática que lleva semanas anunciando. De lo poco que ha dicho hasta el momento se infiere que sus medidas sólo aspiran a desbrozar el camino, a sortear los obstáculos que le impiden concentrar todo el poder. Porque regenerar la democracia exigiría que el Sánchez de la hemeroteca, aquel impostor que se disfrazó de demócrata para conquistar el poder, enmendase al verdadero Sánchez, al autócrata de manual que ha ocupado la poltrona y quiere conservarla a toda costa. Y ya lo saben, eso no va a ocurrir.
Escribió Cicerón que «la ciudades desacreditadas tienen epílogos desastrosos: los condenados son rehabilitados, se libera a los encarcelados, se hace volver a los exiliados y se invalidan los hechos juzgados. Cuando esto sucede, está claro que el Estado se derrumba».
Reaccionemos, defendamos el sistema de derechos y libertades que nos legaron nuestros padres. Si no lo hacemos, si no salvaguardamos nuestro modelo de convivencia, en España se cumplirá la máxima ciceroniana y contemplaremos impasibles el ocaso de la democracia.
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