Secciones
Servicios
Destacamos
Si retrocedemos en el tiempo, observamos cómo en la antigua Roma el poder manaba de tres fuentes distintas, o dicho de otro modo, la capacidad ... para decidir sobre los asuntos públicos podía fundamentarse en una triple alternativa: el 'imperium' –que era el poder absoluto de quienes ostentaban el mando, particularmente los cónsules y procónsules–, la 'potestas' –que era el poder político propiamente dicho, es decir, el inherente a los cargos nombrados por la autoridad estatal y que se imponía mediante la fuerza y coacción–, y la 'auctoritas' –que era la ascendencia moral basada en el reconocimiento y prestigio de algunas personas, reconocimiento y prestigio que les permitía proponer soluciones que, si bien no vinculaban, eran casi siempre respetadas por los gobernantes en razón a la sabiduría de quienes las planteaban–.
Como todos sabemos, la caída del Imperio Romano no llevó consigo la absoluta desaparición de las instituciones, normas y costumbres que regían la vida de los herederos de Rómulo y Remo. Antes al contrario, el sustrato cultural, administrativo y jurídico de los itálicos pervivió en la práctica de los pueblos invasores, prolongando su influencia hasta nuestros días. Gran parte de Europa, y España de un modo muy particular, disfruta hoy de ordenamientos jurídicos y regímenes políticos en los que resulta indiscutible el peso de la tradición latina.
Sin embargo, siendo como somos causahabientes del arte, la lengua o el derecho romanos, hemos olvidado poner en práctica algunos de los recursos por ellos alumbrados para salvaguardar el buen futuro del imperio. Basta con aproximarse un poco a las crónicas de la época para constatar la importancia que tuvo la autoridad de juristas o senadores para orientar y encauzar las decisiones más importantes, sobre todo en lo que atañía a la organización, financiación y conservación de las tierras sometidas al poder imperial. Con buen tino, los conquistadores de la Galia entendieron que la mejor forma de resolver los asuntos de estado era combinando la 'potestas', esto es, el dominio que se despliega por mandato legal, y la 'auctoritas', es decir, el poder que se gana demostrando, con ejemplo y experiencia, que se es digno de respeto y consideración. Las dos, como si de una unidad se tratase, conformaban la base a partir de la cual se adoptaban las resoluciones más importantes para el devenir de Roma.
Si trasladamos este lúcido precedente a nuestros días, el poder político debiera ser ejercido por personas que aunasen ambas cualidades. Sin embargo, siendo indiscutible que nuestros representantes, por el mero hecho de ser elegidos, están investidos de la 'potestas' que les atribuye la legislación, se muestran cada vez más huérfanos de la 'auctoritas' necesaria para regir nuestro destino, porque, desgraciadamente, la primera no conlleva la segunda, ni la segunda es consecuencia natural de la primera.
Honestamente, como responsables de la elección de nuestros gobernantes, tenemos la obligación de demandarles las aptitudes que los romanos reconocían a quienes consideraban dignos de guiarlos hacia un futuro mejor. Podemos y debemos exigir que la clase política esté integrada por personas que anclen sus convicciones en la fuerza de las ideas, por hombres y mujeres competentes, templados de carácter y profundos de conocimiento. Nos asiste la facultad de solicitar mentes claras y libres, imprescindibles para aunar voluntades y articular una cierta inteligencia colectiva. Es indispensable que nuestros líderes se hagan acreedores de nuestra confianza, llegando a la cosa pública con el crédito obtenido gracias a su trabajo y capacidad. Es urgente que desarrollemos un sentimiento de consideración y admiración hacia nuestros políticos, sentimiento que únicamente puede nacer de su modélico comportamiento, su solvencia intelectual y su solidez moral. Solo así, solo si exigimos la 'auctoritas' romana a nuestros representantes, conseguiremos que la acción de gobierno, que la potestad encomendada, se aleje de esencialismos partidistas y doctrinarios y se acerque al interés general de España y de los españoles.
Huyamos del poder desnudo y despojado de autoridad, reclamemos altura de miras, luces largas y ejemplaridad. Seamos conscientes de que la política debe estar reservada a los mejores, pues solo los mejores deben convertirse en administradores de nuestras venturas y desventuras. Si lo logramos, si hacemos acopio de los más sobresalientes para los más altos quehaceres, frenaremos la erosión institucional y el desmontaje del Estado de derecho que están perpetrando quienes, dotados de potestad, carecen de toda forma de 'auctoritas'. Utilicemos el voto para hacerlo. Con ello, no solo conseguiremos colocar la primera piedra de un futuro próspero, venturoso y esperanzador; también ser buenos vasallos al tener buen señor.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Una moto de competición 'made in UC'
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.