Secciones
Servicios
Destacamos
Hemos convertido la pobre Constitución del 78 en unos guantes de boxeo con los que unos y otros golpean sin misericordia a los desgraciados españoles. Unos para defenderse de un Estado de derecho que suponen opresivo para sus intereses y otros para atacar un sistema ... que intuyen deriva hacia un cambio de régimen. Mientras, todos nos damos cuenta de que el problema no es el marco legal, sino la incapacidad de los políticos, unos y otros, para someterse a determinadas normas de control efectivo, pues el poder político siempre debe estar por encima de todo, ya que emana del sufrido pueblo (ahora nos llaman ciudadanía) y este no puede consentir injerencias. Lástima que el pueblo no sea más que una entelequia y solo se utilice para justificar el atropello. Mientras haya pobreza, paro, desesperanza, inseguridad, desigualdad y falta de porvenir, sobre todo para los jóvenes, no estará justificado el sueldo de ningún político ni las subvenciones a los partidos, lo paguemos con nuestros impuestos o con deuda impagable. Hemos creado una élite corrupta y vergonzosa que se pavonea de su impunidad, disfruta con nuestra impotencia y ofende a la inteligencia. Encima lo hacen con una violencia verbal que asusta.
Crear una sociedad dividida por facciones interesadas no augura nada bueno. Antes, derecha e izquierda eran términos comprensibles para todos y sabíamos cómo manejarlos, discutirlos o fomentarlos, porque vivíamos en una sociedad abierta y respetuosa con un futuro común y solo pequeñas diferencias de criterio abundaban en la polémica. Si ganaba las elecciones la derecha o la izquierda no cambiaba nada, apenas algún matiz que comprendíamos y alentábamos, porque el sistema social levantado se respetaba, protegía a la población y creaba condiciones de vida satisfactorias: sanidad, educación, vivienda, trabajo, ocio. El esfuerzo personal, la habilidad y la capacidad de riesgo se recompensaban y se reconocían. Los gestores y administradores de lo público, quitando desagradables corruptelas, velaban por el bien común a cambio de las ventajas que proveía el poder. Esto ha desaparecido o ha cambiado y ya nadie sabe lo que es derecha o izquierda porque el populismo, la mentira y la trampa se lo han zampado todo y se resumen en más derechos y menos obligaciones, y esto ningún país se lo puede permitir porque es necesario un equilibrio entre lo que recibes y lo que aportas, que es lo que sustenta la democracia: la igualdad, y no me refiero solo al dinero sino al esfuerzo, la responsabilidad, la solidaridad y el compromiso. Si no es así, el régimen político se tambalea.
La Constitución no tiene la culpa, esté abierta o cerrada o por terminar. Son las ideologías o la falta de ellas y las ansias de poder las que empujan al sistema hacia rincones desconocidos y con poca luz. La autojustificación continua explica la deriva y el desprecio por el contrario es un acicate para la insistencia. Si desaparece el bien común y se sustituye por provecho militante, cada grupo de presión buscará la ventaja sin advertir que el resultado puede provocar el colapso. Porque distribuir el poder en pequeños clanes te expone a la servidumbre y a la dependencia. Y en un mundo como en el que vivimos difícilmente se puede garantizar el resultado, lo que indica que el riesgo se multiplica y lo peor puede estar por venir, aunque no lo adviertan.
Llegados a este punto las palabras, ya sí, pierden todo su sentido al carecer de explicación lógica y racional y convertirse en balas de cañón. Ya no somos fiables. El Gobierno no es fiable y lo sabe, porque ya no es de izquierdas, es progresista, que es como no ser nada o pretender serlo todo, depende de la ocurrencia. Solo hay que seducir, embaucar y mentir con delicadeza. Como decía Pérez Galdós, son progresistas blindados, que utilizan los resortes del poder a conveniencia. Son adictos al mando, como todos los políticos ciertamente, pues tienen mucho que defender y mucho que perder. Lo decía Franco: «Por España, todo por España», confundiendo España con sus santos y disfrutones deseos. Nada nuevo.
El gran problema sería que no supieran realmente lo que están creando y que su único incentivo fuera retener el poder, inconscientes del desenlace. ¿Saben lo que hacen? Me gustaría que así fuera y lo compartieran con todos nosotros. El último eslogan –bien traído, desde luego, pues tienen una capacidad especial para desorientar– de fusionar verdad y realidad es un ejemplo de que el discurso es cada vez más nervioso, iluso y confuso, y cada vez exige más esfuerzo y más fantasía en comunicación y propaganda, pero va perdiendo en eficacia al no haber información fehaciente. Y este Gobierno otra cosa no, pero secretos... va acumulando tantos que acabará en la clandestinidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.