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Es posible que en estos últimos años estemos asistiendo a uno de los mayores cambios en las relaciones humanas que se haya producido en toda ... la historia. Me refiero a las interacciones remotas o virtuales. Ya sean llamadas familiares o de amigos, reuniones de trabajo, asistencias a clases o a variados eventos y fiestas. Bastantes años antes de que llegara la Covid-19, ya existían algunas de estas herramientas y eran utilizadas ocasionalmente por muchas personas. Las medidas de reclusión que se instauraron en muchos países para frenar la pandemia dispararon su uso, que se ha generalizado, y que muy probablemente ya nos acompañará de forma permanente en el futuro.
Como muchas otras personas, yo pasé de viajar continuamente para discutir proyectos con colegas o presentar resultados en congresos o reuniones a una actividad exclusivamente desarrollada desde mi casa o el despacho. Las audiencias de mis charlas se convirtieron en decenas de cuadritos en el ordenador y en las reuniones con grupos más pequeños podía ver las caras planas de mis interlocutores en la pantalla. En ellas se identifica bien a las personas ya conocidas anteriormente, pero en los casos que se interacciona virtualmente con nuevas personas por primera vez, queda siempre la duda de cómo serían en un encuentro real. He podido responderme a esta pregunta hace pocos días. En mi primer viaje transoceánico desde el inicio de la pandemia mantuve reuniones cara a cara, y sin mascarillas, con personas con las que había estado comunicándome de manera virtual regularmente durante los últimos dos años sin haber coincidido antes con ellas en el mundo real.
Al encontrarte de frente con alguien al que conoces solo virtualmente, durante unos segundos intentas colocar el recuerdo de su cara plana en el cuerpo que se acerca a saludar. Mis sensaciones fueron de sorpresa, bien por lo grande que era cierta persona o por la extremada delgadez de otra. Además de estos detalles anecdóticos, el quid de la cuestión es comprender las limitaciones de la interacción virtual y saber si futuras mejoras tecnológicas la equipararán pronto con las reales. La verdadera diferencia de una reunión en persona celebrada en un lugar lejano para alguno de los participantes es que todos entienden que su realización ha requerido un esfuerzo mucho mayor que sentarse al ordenador y conectar un programa. Y quizás por eso, es muy probable que el encuentro real continúe en una cena más distendida donde, además de los temas profesionales, se hable de los niños, de las miserias de los encierros por el virus o de la inflación galopante a ambos lados del Atlántico. Y, por supuesto, también suele ser tema de conversación las ventajas y limitaciones de las comunicaciones virtuales.
Las ventajas son enormes y obvias. Permiten poner en contacto muy fácilmente a muchas personas casi en cualquier rincón del mundo. Abren multitud de opciones para el trabajo colectivo, el aprendizaje o el entretenimiento. Ahorran gastos de organización y viajes en cantidades muy importantes. En cuanto a las limitaciones, es posible que muchas deriven de la inmadurez tecnológica y de nuestras costumbres. En las discusiones de asuntos que requieren de la toma de decisiones y consensos entre varios participantes, una reunión en persona vale todavía como muchas virtuales. En algunos casos, estoy convencido que no se llegan a acuerdos en el mundo virtual al no encenderse la química personal que conlleva un encuentro cara a cara. Es probable que la proliferación de reuniones virtuales entre los dirigentes de los países del mundo haya contribuido en parte a las terribles escaladas de tensión y agresiones que ocurren actualmente. Seguro que todos ustedes han notado en estos años que es más fácil decir alguna cosa negativa de otro a la cara plana de la pantalla que cuando la cara del otro con su aliento la tenemos a medio metro.
Seguramente irán apareciendo nuevas tecnologías para hacer las reuniones virtuales más parecidas a las reales y permitir que nos reunamos en línea de una manera que promueva la conexión y la creatividad. En un futuro, aún lejano, será posible que los dispositivos electrónicos estén conectados a nuestro cuerpo y cerebro de manera que proporcionen experiencias verdaderamente inmersivas y casi reales. Pueden imaginar que en algún momento se produzca una fusión fisiológicamente indistinguible de nuestras sensaciones reales y digitales. Cuando esto ocurra, muchas de las ventajas actuales de la interacción real empezarán a difuminarse. Mientras tanto, seguiremos viajando para encontrarnos con colegas y amigos y usando las interacciones virtuales, que irán incorporando nuevas experiencias para hacerlas atractivas y reales.
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