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Siendo muy joven cayó en mis manos, y leí, la novela de Ramón J. Sender 'Míster Witt en el cantón'. Me sorprende que tantos años ... después aún recuerde este título, quizás por lo que tenía de curioso. La acción del libro se localiza en el cantón de Cartagena durante la Primera República en la década de los 70 del siglo XIX. La rebelión cantonal pretendía la instauración de una república federal compuesta por diversos miniestados casi independientes que constituían la nación española. En ese tiempo y lugar, Sender noveló la relación del ingeniero inglés Mr. Witt con su mujer, Doña Milagritos, una señora natural de Lorca. Ya ven que el cantonalismo lleva mucho tiempo arraigado en nuestro país y curiosamente parece gozar cada vez de mejor salud. Así que es probable que nuestro futuro esté marcado por los difíciles equilibrios entre el aldeanismo cantonal y el cosmopolitismo globalizador.
Más allá de los cantonalismos más arraigados de vascos y catalanes, en España llevamos años viendo diversos experimentos localistas hasta llegar a los más recientes de las provincias de Teruel y Soria. No les oculto que, por razones de origen, el caso particular de Teruel me resulta especialmente simpático. Mis padres eran ambos oriundos de esa provincia, aunque marcharon de niños a Zaragoza. Teruel es el ejemplo de la ahora llamada España vacía, y para mí tiene especiales connotaciones positivas de espacios abiertos y del valor de lo agreste. No veo grandes problemas en lo de la España vacía y más bien lo entiendo como una ventaja pues todo gran país debe tener sus estepas y desiertos.
La actual tendencia de partidos localistas es la respuesta a lo aprendido con los partidos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco. Como consecuencia de una mala solución a las tiranteces regionalistas en la, por otro lado, adecuada transición tras el franquismo, nuestro sistema electoral primó desmesuradamente el voto concentrado en las circunscripciones provinciales.
Siempre me maravilló que el voto de una señora donostiarra tuviera más valor que la de cualquier otro lugar. Ante tan clara discriminación y tan continuados éxitos en la negociación de estos partidos con quien ostentara el poder en Madrid, tanto de derecha como de izquierda, no sorprende que en todos los sitios hayan querido emularlos.
El ejemplo más reciente han sido las elecciones regionales en Castilla y León que se celebraron el pasado domingo. Allí, un nuevo partido localista, denominado Soria ¡Ya!, consiguió tres representantes en el parlamento regional. El 'coste' en votos de cada uno de ellos fue de poco más de 6.000. Por comparación, el partido Ciudadanos ha tenido un solo representante con 55.000 votos y los partidos mayoritarios, Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, han necesitado de media más de 12.000 votos por cada uno de sus representantes.
Las matemáticas son muy simples. La concentración del voto resulta muy eficiente y ahora un señor de Soria ha contado como más de dos que el de Valladolid. Sabiendo que el ser humano responde estupendamente a los estímulos, no es de extrañar que con las reglas electorales que tenemos, la proliferación de cantones siga en aumento. El escenario final puede resultar colorista, pero difícil de gestionar en el medio y largo plazo.
Sin querer menospreciar a nadie, el interés del asfaltado de una carretera en Albarracín, o en Mollerusa, tienen una relevancia menor y no impacta en los temas importantes del futuro, como la crisis de la energía, la presencia de robots, las criptomonedas o la gestión de la sanidad. Con aproximaciones aldeanas no parece que podamos entender, ni mucho menos resolver, los problemas más acuciantes.
Ante este cáncer tan específicamente español del cantonalismo hay, sin embargo, una solución muy simple. Curiosamente nadie parece haberla considerado. Aunque suene mal, el refrán que aplica perfectamente es 'muerto el perro, se acabó la rabia'. En este caso, sería tan sencillo como hacer todas las elecciones a circunscripción única. De esa manera todos los votos, desde el de la isla del Hierro hasta el cartagenero o el de Tolosa, contarían exactamente lo mismo. En paralelo y en la misma reforma, los partidos deberían presentarse con sus listas abiertas, pudiendo votar a aquellos candidatos que cada uno quisiéramos. De esta forma, los representantes tendrían una relación directa con el terruño, pues su reelección dependería de sus electores, pero en un contexto único donde los partidos aldeano-cantonales tendrían muy pocas posibilidades de medrar y de exigir. Es muy posible que, si no nos ponemos de acuerdo para hacer algo así, todos acabemos en el cantón.
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