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Se cumple un año del ataque de Putin a Ucrania. Puede divagarse sobre los motivos del presidente ruso, aunque hay algo irrebatible: en pleno siglo ... XXI una nación de 140 millones de habitantes invade otra de 40 con objeto de hacerla desaparecer del mapa.
La guerra va a durar y se apunta que no solo meses. Se alargará y ha traído abundantes sorpresas. La primera, triple, la experimentó Putin: los ucranianos no lo recibían con regocijo contentos de que Rusia los librase de «un gobierno nazi y corrupto». Le ofrecieron feroz resistencia causándole abundantes bajas humanas y materiales, que han dejado en evidencia al ejército ruso. Por último, Europa, a pesar de ser rehén del gas ruso, no se dividió. Ayudó militarmente a Ucrania, aunque en diverso grado, siguiendo al gran donante, es decir, Estados Unidos, cuyos servicios de inteligencia esta vez no se equivocaron. Predijeron con exactitud que habría invasión y cuándo. Más miopes estuvieron los europeos. Les costaba creerlo y algunos como Alemania –gran metedura de pata de Merkel y de Schroeder– eran ingenuos rehenes del gas ruso.
Estas son las conocidas, pero ha habido otras sorpresas más desapercibidas: las reiteradas y cacareadas sanciones de Occidente impuestas a Rusia han hecho poca mella hasta ahora. La secretaria del Tesoro yanqui, Janet Yellen, anunció en marzo que la invasión tendría un efecto devastador sobre la economía rusa. No ha sido así. La economía del invasor va a crecer este año más que la alemana o la británica. Moscú ha aumentado espectacularmente la producción de armamento, lo que ha compensado otros desfallecimientos comerciales. El rublo ha subido con respecto al dólar y, a pesar de la reducción en las compras, Europa ha adquirido gas, petróleo y carbón rusos por valor de 150.000 millones de dólares desde el ataque. Cifras que marean.
La ONU ha mostrado su penosa impotencia ante la tropelía putinesca. El Consejo de Seguridad no pudo actuar porque Rusia vetó incluso la discusión del tema. Caso llamativo en que la organización mundial muestra sus vergüenzas: es impotente para abordar un asunto gravísimo si afecta a uno de los 5 grandes. La asamblea general condenó abrumadoramente la fechoría, 144 de 193 países lo hicieron, pero sus resoluciones no son obligatorias. Putin se ríe de ellas.
En contra de lo que se esperaba, dato chocante, un número espectacular de países, incluso entre los que han criticado a Rusia, se niegan a adoptar ninguna medida e incluso compran mucho más a Putin: China, India, Irán Turquía, más de media África... no quieren tomar partido efectivo. Países que agrupan al 68% de la población mundial no censuran al invasor o se lavan las manos. El brasileño Lula estos días es un buen ejemplo: hay que ser neutral para poder ayudar a lograr la paz. Piadosa intención. Me pregunto cómo reaccionaria él o el preclaro López Obrador, que acaba de dar la máxima condecoración mexicana al presidente de Cuba, si Estados Unidos invadiera Cuba o repitiera con México lo que hizo en el siglo XIX: declararle una guerra injusta y sustraerle California, Texas, Arizona, etc... El paralelismo en ese caso con Rusia y Ucrania –nación poderosa que con justificaciones arteras subyuga o intenta subyugar a una más pequeña– es asombroso.
En Occidente las tibiezas verbales de algunos han dado paso a más determinación. Macron transitó de su «no hay que humillar a Rusia» a «hay que darle garantías de seguridad» y ahora al más comprometido de «Rusia no debe ganar». El alemán Scholz, con todo, concede licencia para que varios gobiernos puedan ceder 'sus' tanques a Ucrania, pero advierte del peligro de «pujar por darle material al país invadido», frase que habrá causado sorpresa en Polonia y otros invadidos en su momento por Rusia. El húngaro Urban no se une a las sanciones. Gran Bretaña y España aportan otras dos posturas. Londres, aunque fuera de la Unión europea, dice que la invasión la sufre toda Europa, que si se deja ganar a Putin recompensamos al agresor, que da un golpe a la democracia, y se vuelca enviando material bélico a Ucrania y ayuda diversa. Nuestro gobierno fantasea verbalmente su apoyo, aunque a la hora de la verdad su ayuda militar sea de las más ridículas, algo comentado en Ucrania y en Bruselas.
No menos curiosa es la incógnita de la población rusa cuyo cerebro ha sido lavado durante generaciones. ¿Cuántos creen todavía que Rusia, al invadir, está luchando en una guerra defensiva, que la agresión no ha sido tal? Bastantes, sin ninguna duda, lo que lleva a ucranianos, polacos, bálticos y juristas de diversas latitudes a concluir que, a la hora de pedir responsabilidades, Putin no puede ser el único culpable. Alemania asumió colectivamente su culpa en 1945, en Rusia no debería asumirla una sola persona.
El futuro es vidrioso. Putin, en la mejor tradición rusa, no tiene excesivos remilgos con que 800 soldados rusos mueran al día; tampoco invadió para implantar el comunismo, la rivalidad ahora no es ideológica sino de esfera de influencia y ser considerado una gran potencia a la altura de Estados Unidos y China.
De ahí sus exigencias: Ucrania no debe entrar en la OTAN y la Alianza debería replegarse a los límites de hace 25 años.
Occidente tiene un dilema, dado que solo ayudando al indomable Zelenski Ucrania podrá resistir: ¿admite que en 2023 un país que limita con cuatro pertenecientes a la OTAN pueda, no durante diez años sino por los siglos de los siglos, renunciar a integrarse en ella si lo quieren sus ciudadanos? ¿No recuerda un poco el oprobio de Múnich en 1938 con Hitler?
Europa, entre bastidores, seguirá debatiéndose entre tirar la toalla y sugerir a Zelenski que ceda algo de su territorio. Ahora tiene un 18% en manos rusas. O, como decía un editorial de 'Le Monde', asumir que «hay que adaptar las frases solidarias a los hechos». Serio dilema.
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