Secciones
Servicios
Destacamos
La estrella del virus pandémico que durante tanto tiempo nos ha cegado con su fulgor parece estar atenuando su resplandor. Al agostarse lenta, parsimoniosa, la virulencia de la esperemos y deseemos que última ola, el interés colectivo ha dejado paso a la desazón bélica en ... la que estamos inmersos. En esa indiferencia popular cifran los expertos en epidemiologia uno de los signos que suelen preceder al próximo final de cualquier pandemia, rebajada en su magnitud a la condición de otra infección por virus, si acaso banal como tantas otras. Ha desaparecido de las preocupaciones cotidianas cuanto de zozobra llenaba nuestras vidas. Lejos en el recuerdo quedan las repetidas cantinelas cuando estábamos de continuo enzarzados en disquisiciones sobre virus, infecciones, contagios, geles y mascarillas de protección. También pruebas de antígenos, vacunas o defensas inmunitarias causantes de nuestros desvelos.
Nos hemos ido desprendiendo de sucesivas capas –o mordazas– como signos visibles de esa pérdida de atractivo. Liberados de limitaciones condicionantes de rutinas establecidas, desde el tremendo periodo de reclusión forzosa y la prohibición de contactos personales. Qué lejano parece ahora tanto desasosiego. Es notorio que, en la calle, por el momento, la opinión pública ha desterrado de sus inquietudes la del virus. No es tema obligado en los encuentros, ni en las conversaciones informales. Los aspectos relevantes, en una letanía repetida y recurrente, recalcados sin descanso a los que ya estábamos acostumbrados, han quedado reducidos a noticias de escaso interés, ausentes de las cabeceras de periódicos y noticiarios. Serían pruebas fehacientes de su lenta consunción, por razón de ser la tendencia repetida a lo largo de las sucesivas pandemias que han asolado a la humanidad. Cuando la conocida de forma genérica como 'peste' resulta indiferente para las actividades usuales de la sociedad.
Es esta propensión a olvidar circunstancias desagradables una constante humana. Se borran de la memoria y tienden a enterrarse vivencias dolorosas en las profundidades de la mente, pese a su terrible realidad. Semejante e inimaginable conmoción ha afectado duramente a nuestro acontecer biográfico, tanto en vidas como en haciendas. Prestos a enterrar experiencias penosas, sobre las que se abate una gruesa capa de olvido, otros sobresaltos han ocupado sitial destacado en una rueda de la fortuna, que mantiene un permanente grado de aflicción. El actual escenario bélico, con sus secuelas de muerte, destrucción, sufrimiento y dolor indiscriminados, es de una dimensión extrema, cuando nos creíamos a salvo y dispuestos a retomar la 'normalidad' anterior. Basta para mantener sobrecogido el ánimo colectivo, como en suspenso, compungidos y expectantes por la amenaza latente de un peligro del que somos rehenes, inermes y desamparados.
Existe la posibilidad de una chispa que encienda un escenario de tintes apocalípticos, en caso de una vuelta de tuerca. Al albur del azar ciego, carentes de lenitivos para disipar el desasosiego. Es esta una circunstancia que establece un rasgo diferente con la pandemia en la que, pese al desconcierto, las reticencias, las decisiones controvertidas y a menudo contradictorias por la falta de certezas absolutas, disponíamos de recursos con los que atenuar sus consecuencias. Fue a base de medidas de contención culminadas con ese bálsamo de Fierabrás de las vacunas –una descomunal hazaña del intelecto humano–, que ha permitido limitar sobremanera las consecuencias nefastas de una infección desbocada, con el descalabro que habría significado en la salud publica colectiva. Pero no hay alivio para esta sinrazón que ahora nos conturba.
Ojalá dispusiéramos de una pócima similar. Esa varita mágica para trocar ideas perversas en hábitos de humanidad colectiva y aprender de los errores del pasado que conducen a la violencia desbocada sin poder prever un final. La historia de la humanidad está plagada de desavenencias resueltas por la fuerza bruta, en nuestra tendencia innata a probar los frutos prohibidos del árbol del mal. Pese a invocar la necesidad de formular buenas intenciones para acercar posturas encontradas, no deja de ser en el mundo real un catálogo de pobres resultados.
Por un momento, tras tan ardua travesía, llegamos a creer, por lo visto de modo un tanto ingenuo, que la desestabilización social, causada por esa brusca interrupción en nuestras vidas por la pandemia, traería el renacer de una mentalidad colectiva distinta. Cuando la sensación de vulnerabilidad nos ha expuesto a nuestra condición finita por circunstancias incapaces de controlar. Esa fragilidad extrema ha trastocado muchas convicciones, creyendo que abonaría el terreno para una nueva moral social, como mejor manera de afrontar los grandes desafíos descomunales, ambientales y culturales. Las expectativas se han demostrado erróneas. Poco se ha aprendido, no era esto lo esperable. En esa desorganización del llamémosle ya 'mundo antiguo', por un minúsculo virus creíamos tener motivos para aprender y lograr una vida mejor. No ha sido así, por desgracia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.