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La fragilidad de los seres humanos es abrumadora. Necesitamos unas estrictas condiciones ambientales para sobrevivir y, fuera de ellas, la vida se termina, y en ... los extremos se hace muy penosa. El rango de temperaturas habitable es pequeño y las zonas del planeta confortables todo el año son escasas. Una de estas áreas privilegiadas climáticas es Europa en su mayor parte, y especialmente la península ibérica. Con inviernos relativamente suaves y veranos calurosos, hemos vivido durante generaciones. Por supuesto, nuestras abuelas ya se quejaban de los calores del verano, a los que hacían frente sin aire acondicionado, ni congeladores. La extensión del uso de los sistemas de climatización permitió a partir de la segunda mitad del siglo pasado que se poblaran masivamente zonas anteriormente casi desiertas. Algunas ciudades, como Phoenix en Arizona, han crecido hasta tener varios millones de habitantes y las macrociudades del golfo Pérsico albergan hasta pistas de esquí en interiores. Esto prueba que pueden llegar a ser habitables, y atractivas, zonas del planeta donde durante mucha parte del año la temperatura supera cada día los 40 grados a la sombra y se alcanzan a menudo los 50. Pero esto conlleva un coste de energía descomunal, enfrentándonos a una situación en la que, al conquistar climas extremos, se producen más emisiones que contribuyen a calentar el planeta.
Aunque los tiempos climatológicos son lentos, y con oscilaciones incontroladas, todos los registros de temperatura del planeta muestran un aumento constante en los últimos 40 años. Esto ha ocurrido en paralelo a un incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero durante todo el siglo XX. Tras las repetidas advertencias de los científicos de que esto sucedería, la respuesta política ha sido timorata y parcial, con objetivos siempre colocados varias décadas por delante. Por ello, es más que probable que el aumento de los calores continúe en el futuro. Curiosamente, en los lugares acostumbrados al calor nos encontramos mejor preparados que en otros sitios para sobrellevar las altas temperaturas. Donde más calor recuerdo haber pasado en mi vida fue en Helsinki hace ya varios años. En unos días de calor inusual, asistí a unas conferencias en una sala preparada para mantener el calor en invierno convertida en un auténtico horno. La experiencia se completó con unas noches sin poder dormir en una habitación tórrida.
Sin necesidad de ir tan al norte, y como ejemplo de que ya llevamos décadas con olas de calor en Europa, recuerdo en mi época de juventud la frustración de mis padres a los que prometí que pasarían unos días disfrutando del tiempo fresco en París y durante toda su estancia no hicieron otra cosa que sudar y casi añorar el bochorno zaragozano en las achicharradas cristaleras de los bares parisienses. En el extremo del frío, varios de mis estudiantes provenientes de sitios tan fríos como Suecia o Dinamarca recuerdan el invierno que estuvieron en Murcia como el que más frío pasaron en sus vidas al estar en pisos sin calefacción.
La opinión de los científicos del clima es que los cambios seguirán, pero de una manera lenta y progresiva. No es probable que nuestros hijos sufran un clima como el de Omán. Pero el aumento de la temperatura lleva asociado otros fenómenos extraños. De grandes inundaciones en Europa el año pasado a sequías generalizadas en muchos lugares. En este contexto, siempre hay algunos favorecidos puntualmente. En lo que llevamos de año, ha llovido bastante más en zonas del interior de la Región de Murcia que en Santiago de Compostela. Hay otros beneficiados por los calores. Quizás han visto las normalmente grises y frías playas del sur de Inglaterra llenas a rebosar estos días como si fueran Benidorm. Y hace poco probé un vino espumoso inglés bastante decente. Y lo mismo pasa con vinos alemanes o austriacos, que son cada vez mejores.
Sin duda, las soluciones son difíciles y vendrán de la mano, como ha ocurrido con la pandemia, de la ciencia y la tecnología. El control de las emisiones es un asunto global, y de poco sirve que una parte del mundo lo haga si en otros lugares se siguen produciendo. Y no olviden que hay enormes cantidades de emisiones naturales que seguirán ocurriendo. Las siguientes generaciones deberán encontrar sus 'vacunas' climáticas en forma de sistemas de generación de energía limpios, probablemente basados en la fusión nuclear, que es el mecanismo que utiliza el sol. Tener nuestros pequeños soles en la tierra ayudará a mantener vivo un planeta único y maravilloso.
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