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Se acaba el verano y con él la intensidad del botellón que los vecinos de Cabo Palos sufrimos año tras año. Las firmas en contra ... y las protestas ciudadanas no harán mella en los responsables políticos, porque el final de las vacaciones y la consiguiente vuelta al cole reducen drásticamente la frecuencia de estas multitudinarias concentraciones.
La cuenta atrás para las elecciones autonómicas y municipales ya ha comenzado y, no es cuestión de incomodar con controles, multas y demás a los miles de jóvenes de toda edad, ideología y condición –con derecho a voto, no lo olvidemos– que practican el botellón. Aunque muchos acaben 'mamaos' y cojan el coche poniendo en peligro la vida de quienes coinciden con ellos en la carretera. Aunque rompan retrovisores por pura diversión o tiren basura a las casas de los vecinos mientras están tranquilamente en sus porches. Aunque llenen de mierda –bolsas, botellas, vasos rotos, condones, tampones a medio usar y otras lindezas– la zona en la que se reúnen, sin importar que se trate de entornos emblemáticos por su cercanía al Mar Menor, como la playa de los Alemanes; por sus restos arqueológicos, como las Amoladeras, o se trate simplemente, como en El Palmeral, del único parque de Cabo Palos, cada vez más deteriorado por su utilización como botellódromo y fumadero de porros.
Da la impresión de que los políticos asumen que el botellón es irresoluble. Y, al menos en Cabo de Palos, ni siquiera se preocupan por paliar sus consecuencias: ni se atienden las llamadas de los vecinos afectados por el ruido o el vandalismo de algunos, ni se limpia la basura que generan. Ejemplo de ello es la lamentable imagen del día después que ven cuantos veraneantes se acercan al mercadillo de los domingos: basura por doquier –el vídeo grabado por @toyaviudes es sumamente explícito– y un penetrante olor a pis, sobre el que los vendedores instalan sus mercancías, fruta incluida, y los menos escrupulosos desayunan sus tostadas.
El botellón se convierte así en un factor que agrava la degradación de Cabo de Palos, que, a diferencia de otros municipios turísticos, arrastra un abandono de años, con aceras en mal estado, limpieza deficiente, solares llenos de maleza y basura... que en nada se corresponden con la imagen idílica de la propaganda oficial sobre la zona –reserva marina de primer orden, que atrae a miles de visitantes foráneos– ni con los precios de las viviendas al nivel del mismísimo Pozuelo.
Lo preocupante es que los proyectos de futuro de los que se tiene noticia empeorarán la situación, y además de la 'barra libre' que supone el botellón, habrá más ladrillo y más bares. Uno es la construcción ya iniciada de un macrocentro comercial en las Dunas donde anuncian 270 locales, de los que muchos –intuyo– serán establecimientos hosteleros, porque es difícil imaginar que la población estacional de Cabo Palos y su área de influencia pueda generar una demanda para más del doble de locales que el Parque Mediterráneo, el mayor de toda Cartagena. La segunda iniciativa, ligada también a la hostelería y al ladrillo, es la pretendida construcción de un parking en la replaceta del pueblo, promovido por varios empresarios del sector, para facilitar la llegada de clientes a sus locales.
Estos son los mimbres sobre los que se está trenzando el futuro de Cabo Palos que, si no se remedia, acabará siendo un gran parque de ocio con espacios propios y no tan propios para comer y sobre todo para beber, donde su reserva marina o su carácter de pueblecito con encanto serán meras anécdotas.
Y todo ello gracias al cortoplacismo y a la indolencia de algunos, la mezquindad de otros y la falta de miras de todos. Los mismos factores que, los que ya tenemos una edad, reconocemos como decisivos en la destrucción, en apenas sesenta años, de enclaves únicos como La Manga o el Mar Menor... Ojalá me equivoque, pero a la vista de los acontecimientos y de la desidia imperante, es cuestión de tiempo.
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