Bulos, infundios, paparruchas, 'fakes'
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Algunos de estos embustes arrecian en momentos de especial confusión, contribuyendo a acentuarla, y al servicio de intereses oscurosComo premisa previa, cabría indicar que, habiendo tantos términos sinónimos o con bastante cercanía significativa (bulo, paparrucha, infundio, memez, chisme, patraña, embuste, 'trola'...) para nombrar ... una noticia o rumor falso, vengamos a usar la insulsa y desmadejada palabra 'fake', de la que apenas sabemos nada, salvo su pertenencia al ámbito idiomático anglosajón. La riada de nuevos términos nos desborda, de tal modo que resulta difícil oponerse a la invasión, lo que nos obliga a pactar a regañadientes una tregua, aprendiendo sus voces más usuales para no perder la brújula en algunos de los campos que afectan a nuestra vida diaria, especialmente el de la tecnología y los aparatos domésticos que la llevan incorporada.
Más grave, sin embargo, que la invasión lingüística resulta ser la excesiva abundancia de noticias falsas, que proliferan en redes y foros informáticos, y que, a pesar de su carácter anónimo, o frecuentemente manipulada su procedencia, creemos, sin aplicar un mínimo de filtros que avalen su carácter fidedigno. Noticias o mensajes que no solo pretenden engañar sino que en ocasiones causan daños irreparables en los ámbitos profesionales, familiares o íntimos de las personas a las que van dirigidos o a las que se refieren. Hay famas que se han venido abajo por un tuit malintencionado, hay jóvenes que han sufrido atroces acosos, algunos de los cuales han acabado en suicidio, por la difusión de embustes malévolos e infundios sin fundamento, existen empresas que han tenido que cerrar debido a rumores interesados sobre la mala calidad de sus productos, hay gentes del espectáculo –actores, cineastas, futbolistas, escritores, 'influencers', blogueros– que han debido cerrar sus cuentas y sus 'muros' abiertos a los seguidores porque individuos cargados de furor destructivo les han atacado a ellos y sus familias de manera inmisericorde.
Parejos de los bulos, aparecen en las redes otros usos que, a mi modo de ver, resultan improcedentes y en ocasiones francamente incorrectos. La lista sería larga: por la vía digital se han destituido ministros y casi se han formado gobiernos; se ha linchado a personas que con posterioridad resultaron inocentes; se ha perseguido laboralmente a empleados díscolos; se han promocionado vaciedades sin cuento y productos absolutamente prescindibles; se han vestido de famas momentáneas e indebidas individuos de nulos valores personales con excesiva caradura y sobrados de desparpajo.
Curiosamente, algunos de estos embustes arrecian en momentos de especial confusión, contribuyendo a acentuarla, y al servicio de intereses oscuros, pues hay personas y empresas multinacionales que se mueven muy a gusto en las turbias aguas del caos. Hemos podido comprobarlo durante la pandemia, donde proliferaron embustes sobre la eficacia de las vacunas, la idoneidad de quienes dirigieron la estrategia sanitaria –Fernando Simón a la cabeza, junto a algunos ministros y ministras– e incluso sobre plazos y lugares en los que debían llevarse a cabo las vacunaciones.
El espacio público que más atracción concita para los fabricantes de chismes es la política, cuyos representantes tienen claro, desde el momento en que acceden a cargos de relevancia pública, que les espera un infierno personal promovido no solo desde las redes sino en el propio parlamento, que se convierte con harta frecuencia en un reñidero de gentes airadas con escasa educación, exceso de mala baba e incontables carencias en el uso de las palabras.
Algunas cadenas televisivas han impuesto, como juego inocente y justificación de la veracidad de sus noticias, unos breves espacios donde se constata la mentira de ciertas informaciones, calificándolas como bulos. Existen empresas especializadas en detectar informaciones falsas, pero no son suficientes para parar la avalancha ni tampoco puede acceder a ellas fácilmente la población más vulnerable a los daños de las redes.
Para encauzar este desaguisado, sería necesaria una especie de Ministerio de la Verdad (que, lamentablemente, nos recordaría el de '1984', la novela de Orwell) o la concreción de las iniciativas en idéntico sentido nacidas en Argentina, Francia y España; quizá un Comando contra la Desinformación o un Defensor de la Verdad. Posiblemente, una herramienta digital (hoy se llamaría 'aplicación') que, incorporada a los ingenios electrónicos, expulsara de sus pantallas toda paparrucha sin sentido, de igual manera que ya existe otra que califica como 'spam' lo que, de otra manera, se denomina correo no deseado o, más radicalmente dicho, correo basura.
Y, volviendo a las palabras, qué bien suena 'bulo' frente a 'fake', cuánto descrédito destila 'paparrucha', qué bien califica 'memez' lo que dicen y a quienes propagan bulos, qué doméstica cercanía destila 'chisme'. Y, sin embargo, qué lástima que, cegados por una supuesta modernez, nos hacemos los interesantes cuando, a lo largo de una conversación deslizamos como por descuido la voz 'fakes', mientras los más listos del lugar alargan la frase a 'fake news', en vez de usar las hermosas palabras castellanas que conocen a la perfección desde la escuela.
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