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Otra de tantas cosas que nos ha hurtado la pandemia son los besos. Excluidos de la plaza pública en las relaciones sociales como saludo, y ahora por fuerza relegados a lo privado, recluidos en la intimidad. Es otro desgarro afectivo que nos arrebata costumbres cotidianas, ... en un intento de evitar los contagios virales. Añoramos unos hábitos asumidos de forma instintiva y natural, en acciones espontáneas como estrechar manos, dar abrazos y besarnos. Un muestrario de formas de cortesía sustituidas, no sin esfuerzo, por algo tan poco natural, por desacostumbrado, como es entrechocar los codos. Tal maniobra resulta difícil de integrar en los códigos automáticos de nuestro día a día. Pero, en fin, ya se verá cómo recuperamos esos mecanismos, diríase que innatos, del contacto entre dos cuerpos, como forma expresiva de comunicarse naturalezas distintas, por medio de ademanes de cortesía natural.
Hay toda una ciencia, de curioso nombre, la filematología, dedicada nada menos que al estudio científico de los besos. Tanto en lo relativo a la actividad fisiológica pura y simple, como a sus repercusiones sobre el elaborado universo de emociones y sentimientos. Deriva en su raíz etimológica del filos griego, palabra que aglutina en su sentir amor y amistad hacia los demás. Esta peculiar rama del saber se ocupa de aspectos como la coordinación exquisita de los músculos de la cara, que intervienen al unísono y de forma coordinada. Como señalando las diferentes actitudes posturales que adoptan los cuerpos mientras se ejercita el acto de besar. Se aceleran los latidos del corazón, mientras aumenta la intensidad de la respiración, orbitando ambas cosas alrededor de una acción tan simple. Es una ciencia que incluso investiga sobre cuestiones que el aura mítica del beso tendría por vulgares y prosaicas, al ocuparse asimismo del análisis del tipo de fluidos y sustancias bucales que entran en contacto –y se intercambian– con la saliva de los besos en la boca.
Esta clase de contacto con otra persona está sin duda revestido por diferentes consideraciones, igual en su halo poético que emocional, ocupándose la citada ciencia de distinguir y clasificar el repertorio de los besos. Son expresión de sentimientos de cariño y amistad, tanto como de educación. Y de respeto. Incluso de traición. De carácter alegre en los encuentros. De compasión, condolencia o ánimo en la tristeza de las despedidas y en circunstancias dolorosas. Cabe asimismo ahondar en sesudas consideraciones de carácter antropológico, acerca de su significado ritual en diferentes culturas. Y existe un acabado reflejo de su importancia en singulares obras maestras del arte literarias, pictóricas, cinematográficas... Ese inolvidable fundido, con la palabra 'fin' de las películas románticas.
Mediante el beso se produce un contacto entre la superficie corporal de dos personas diferentes, rozando los labios con las mejillas o la frente del otro. De matiz diferente resulta el beso amoroso convencional, en el que unir los labios depara un caudal de sensaciones satisfactorias por agradables. Juntar las mucosas de los labios –que afecta a una delicada red de receptores sensibles– hace que, una vez estimulados estos terminales, transmitan impulsos nerviosos hasta áreas cerebrales, en las que se liberan sustancias gratificantes para el ánimo. Desde la pura fisiología se llega al imperio de la emoción, en ese impenetrable deslinde entre materia y espíritu sensible, por la que una relación puramente física es capaz de trocarse en sensaciones espirituales. Aparte de las siempre complejas funciones, aún por desentrañar, de las neuronas del cerebro. Quizás quien mejor ejemplifique este correlato en su más acabada expresión sea el singular beso adolescente. El primer beso. Como momento iniciático, preludio de una comunicación estrecha entre dos personas que se aman. Su huella queda indeleble, impresa en el tejido de la memoria cuando, en el despuntar de la personalidad, tras escarceos y caricias, se alcanza ese instante de sellar los labios. Pasado el tiempo se rememora, en momentos de melancólica meditación, con una añoranza muy sentida. Al decir de los expertos, aflora el recuerdo con una intensidad incluso superior a la del primer contacto sexual. En un trance que condensa el reconocimiento hacia el otro, preámbulo del amor, pues supone un cambio vital, desde la hasta entonces cerrada individualidad del yo que se abre a compartir vivencias con alguien diferente.
Como sucede con el resto de muestras de afecto –expresión pública de comunión con nuestros semejantes–, anhelamos retomarlas cuando antes. En ese sentido, el intercambio que surge del contacto corporal, estrechando manos, abrazándose, besándose, genera un flujo de percepciones necesario para sentirnos vivos, participes de unos lazos compartidos. Son refrendos para anudar la concordia entre dos espíritus. Como los besos que compartimos con las personas amadas.
Haya, pues, sinceros besos para todos.
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