Ballesta y la envidia
REBELDÍA MURCIANA ·
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REBELDÍA MURCIANA ·
En un año y cuatro meses los jueces serán los murcianos y el veredicto si quieren se lo anticipo: el inocente, habrá vueltoLa envidia es un sentimiento legítimo. Es más fácil explicarlo todo si entendemos el axioma irrefutable de que siempre hay un pez más grande en ... la pecera: ya puedes ser el más inteligente, que habrá alguien que lo sea más; más atractivo, que otros te superarán; más carismático, que alguno aparecerá como la alegría de la huerta elevada a la máxima potencia.
En el Ayuntamiento de Murcia hasta el año pasado sucedía algo extraño. Había un alcalde que para todos los murcianos era, cuando menos, manifiestamente bueno. Quizás la gestión municipal es más intangible que la regional y todo es cuestión de percepciones, pero lo cierto es que la sensación era que Murcia iba mejor. Podía ser más bonita, más limpia, más eficiente o simplemente el ambiente era más puro porque Ballesta nació con suerte y bajo su mandato la luz brillaba más y mejor, lo que ustedes quieran. En cualquier caso, más allá de las cuestiones típicas de gestión sobre las que se puede discrepar, como si se le presta la suficiente atención a las pedanías o hay una obsesión desmedida por el centro, aquí las cosas iban bien.
El problema de Ballesta fue el propio Ballesta. Un personaje tan sumamente reconocido y reconocible al que era prácticamente imposible hacerle sombra. Es complejo encontrar a alguien mejor construido políticamente que a un señor que atestigua en el currículum haber sido catedrático de Medicina, rector de la Universidad de Murcia, consejero del Gobierno y después alcalde de los que va andando a trabajar y no en coche oficial, como algún que otro concejal del actual equipo de gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme.
Una figura política como la de Ballesta es muy difícil de llevar en un gobierno de coalición porque es prácticamente imposible destacar por encima de él en algo. Y mucho peor siendo extremadamente conocido por un montón de valores o acepciones objetivamente positivas mientras el resto son, en el mejor escenario, simplemente anónimos que de vez en cuando salen en el periódico porque han liado alguna de un calibre reseñable. La popularidad del alcalde era algo que conocían de sobra cuando revalidó su mandato, y es algo que a posteriori de su cese no ha hecho más que crecer engrandeciendo una leyenda que no necesitaba de más épica para entrar a la Historia de la Región.
Pero la envidia, por supuesto, es el pecado capital por excelencia del mundo de la política. Y cuando la oposición entendió que no había forma humana de quitarle brillo a la gestión de Ballesta, decidieron que la mejor opción era acabar con ella pervirtiendo la aritmética a través de una moción de censura indigna que, por si fuera poco, acabó siendo tramposa e insidiosa.
Es legalmente válido que el partido con el que gobernaba Ballesta en coalición entendiera que la única forma de capitalizar su gestión era expulsando a la estrella fulgurante y sustituyéndola por un perfecto desconocido como es el alcalde actual. Será moralmente aceptable o deleznable, que me inclino más por lo segundo, pero desde luego es legítimo. Lo que es manifiestamente impresentable es que para justificar el disparate democrático encima intenten embarrar la imagen de un hombre intachable para que haya alguien a nivel nacional que pueda comprar la mercancía averiada de que aquí se censuró a todo el mundo porque había un halo de corrupción de vaya usted a saber quién por vaya usted a saber qué.
Lo que le hicieron a Ballesta en esa moción de censura no es que sea una falta de respeto profundamente inmerecida, con independencia de la valoración que cada uno haga de su gestión. Es que fue una calamidad absoluta para una ciudad que copó la prensa nacional con un desaguisado impresentable que, en condiciones medianamente normales, habrían acabado con todos los implicados de la trama dimitidos y sin cobrar ni medio euro público hasta su quinta resurrección.
Que toda causa judicial que teóricamente justificaba la moción haya quedado archivada ya es irrelevante, porque el supuesto amaño de contratos jamás fue la excusa. El horror al que asistimos hace casi un año fue la consecuencia directa de que la oposición entendió que en la pecera del Ayuntamiento el pez más grande, hasta que lo mataran, iba a ser siempre Ballesta.
En un año y cuatro meses habrá un juicio a esta operación. Los jueces serán los murcianos y el veredicto si quieren se lo anticipo: Ballesta, el inocente, habrá vuelto.
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