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El periodo 2003/2007 fue un periodo de exuberancia económica, prueba de ello es que, considerando toda la actual etapa democrática, únicamente en los ejercicios ... 2005, 2006 y 2007 España obtuvo superávit en sus cuentas públicas. Si bien, inmediatamente hay que matizar que, ni siquiera en dicho trienio se llegó a eliminar el déficit estructural, el cual nos ha acompañado desde el tiempo de la transición, y aquellos superávits, que más que oro eran oropel, se debieron a los extraordinarios ingresos procedentes de la burbuja inmobiliaria. Fue durante estos años cuando se nutrió generosamente la casi desaparecida hucha de las pensiones, que llegó a alcanzar un saldo superior a los 66.000 millones de euros.
Acabado el citado periodo bonancible, no cabe duda de que los últimos 14 años hemos vivido tiempos muy convulsos, jalonados por sucesivas crisis. En septiembre 2008 se produjo la caída de Leman Brothers, fruto del tristemente famoso episodio de las hipotecas 'subprime', aflorando una profunda crisis financiera, que más tarde derivaría en crisis económica, inmobiliaria y de liquidez por el cierre del crédito. Los efectos de esta crisis se agudizaron por la ahora considerada errónea estrategia del BCE, que entonces consistió en la aplicación de una política restrictiva y de total austeridad.
La célebre prima de riesgo, que desde 2003 a 2007 flirteaba con la paridad con la alemana, incluso hubo meses en que se situó en terreno negativo, lo cual quiere decir que los inversores, a igualdad de retribución de su inversión, preferían la Deuda pública española a la alemana (¿cuándo volveremos a ver algo semejante?), comenzó su particular escalada en 2008, y fue a mediados de 2012 cuando alcanzó su pico, en torno a los 600 puntos. La sombra del rescate de la economía española sobrevolaba en aquel rancio ambiente. El Gobierno de Rajoy solicitó el rescate, pero no del país, sino de las entidades financieras, y más en concreto de algunas Cajas de Ahorros. Y ahí estuvo la Unión Europea, echándonos una mano. La prima de riesgo comenzó a mejorar y nuestro déficit público también, tanto en términos absolutos (desde -120 MM/año a -31 MM/año) como en porcentaje sobre el PIB (del 11% al 2,60%), todo ello en el periodo 2012/2018, aunque eso sí, a costa de recortes y sacrificios de todos los españoles.
Cuando ya estaba prácticamente superado el mal trago de las 'subprime' y de la burbuja inmobiliaria, y cuando ya se comenzaba a vislumbrar un horizonte mucho más halagüeño, dejando atrás como un mal recuerdo los efectos de la citada crisis, el año 2020 nos trae lo que la humanidad sufre cada 100 o 200 años: una pandemia, causante de una multicrisis sanitaria, económica y social. Habiendo aprendido la lección de 2008 y siguientes, el BCE despliega esta vez toda su artillería, aplicando una política monetaria expansiva, inundando de liquidez a los países de la UE, al mismo tiempo que sitúa los tipos de interés en números negativos, algo nunca visto. Simultáneamente, la UE suspende los controles fiscales, permitiendo barra libre en cuanto a gasto, deuda y déficit, cuyos niveles en España se han disparado de forma extraordinaria.
Veamos el comportamiento de algunos datos macroeconómicos. Entre 2012 y 2018, el gasto público permaneció constante, sin experimentar variación en términos absolutos, pero sí en porcentaje sobre el PIB, bajando del 50% al 42%. Se consiguió sanear la economía. En cambio entre 2019 y 2021, el gasto creció en algo más de 100.000 millones, nada menos que un 20%, y en porcentaje sobre el PIB subió desde el 42% al 51%, justificándose esta variación, solo parcialmente, por la necesidad de dar cobertura a los perniciosos efectos causados por el Covid.
Por otro lado, el saldo de la deuda pública se triplica entre 2008 y mayo 2022, pasando de 0,5 a 1,5 billones. El resultado es que nuestra deuda ha pasado del 40% al 120% del PIB, teniendo que remontarnos a tiempos de la guerra de Cuba para ver un dato parecido. A todo esto, el PIB tan solo crece 100.000 millones en el mismo periodo. El Estado, al igual que cualquier familia, no puede permanecer en esta dinámica indefinidamente, gastando mucho más de lo que ingresa, sencillamente es insostenible. La verdad, aunque duela, es que nos hemos mal acostumbrado a vivir por encima de nuestras reales posibilidades.
La escasez de materias primas, causada por la semiparálisis de la actividad industrial, especialmente en China, debido a la Covid, junto a la abundante liquidez en circulación, comienza a empujar la inflación hacia arriba, efecto este que se ve intensificado con la lamentable hecatombe de la invasión rusa en Ucrania en febrero del presenta año, lo que conlleva a sufrir escasez de gas y ciertos productos alimentarios. La inflación, que sobradamente llega a los dos dígitos, se sitúa a niveles de los años 80 del siglo pasado.
Por otro lado, la consecuencia de sufrir una inflación notablemente más elevada que la media de la UE es la pérdida de competitividad, lo que se traduce en menores exportaciones y, por lo tanto, menos empleo, algo que ya se empezó a reflejar en los datos negativos del mercado laboral del mes de julio pasado.
Por si las dificultades no fuesen todavía suficientes, se añade ahora el pulso que vienen manteniendo China y EE UU, por la cuestión de Taiwan. De momento, se contentan con alardear de poderío bélico en ambos frentes, pero si llegara a prenderse la mecha, lo de la invasión rusa a Ucrania sería una broma, comparada con los efectos catastróficos que podría tener un enfrentamiento chino-estadounidense.
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