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Como en la vieja broma que se gasta a los niños o a los ingenuos y limpios como ellos: 'Pregunta: ¿En qué se parecen un ... martillo, una bicicleta y un elefante? Respuesta: El martillo y el elefante no se parecen en nada, y la bicicleta es para despistar', la alusión a 'atadijo' del título, ese montón de cosas mal ceñidas con una cinta o una cuerda, es para redondearlo literariamente, pues en realidad quiero escribir sobre las otras palabras, necesitadas quizá de una reflexión que les restituya su función comunicativa, algo deteriorada por diversas circunstancias.
Ciertamente, por una hache de más o de menos no va a hundirse el mundo. Creo que son más erróneas, en orden a una correcta expresión, las incoherencias verbales, la ligereza y escasez de fundamento en los mensajes o el desorden expositivo. La ortografía, siendo importante, es solo la funda física de las ideas convertidas en texto. Entiendo que debe preocuparnos, sobre todo, el fondo y la congruencia de lo que decimos, y algo menos el envoltorio ortográfico, aunque siempre sea recomendable esmerarse con las formas escritas.
En general, se entiende que 'atajo' alude al camino que acorta una distancia. Sin embargo, es frecuente encontrarlo como forma despreciativa y en confusión con 'hatajo', aunque ambas palabras no signifiquen lo mismo. 'Hatajo', por su parte, en la lengua dialectal se confunde con 'tajo' (donde se realiza una faena) quizá por reducción de la sílaba 'ha' en expresiones como 'tajo de janglonazos', para referirse a un grupo de zagalones con mucho cuerpo y escasas luces. En fin, un enmarañado laberinto que se aclara algo si nos remontamos a 'hato', palabra que posee dos significados: 'ajuar', o conjunto de muebles, enseres y ropas domésticos y, también, las ropas de recién nacidos o mayores. Hay, igualmente, hatos de boda, para cristianar y para diferentes ritos. Otro significado remite a un breve rebaño de cabras, ovejas o vacas. De aquí parece derivarse 'hatajo', vulgarismo aplicable, metafóricamente, a un grupo reducido de personas indignas o despreciables ('hatajo de canallas', 'de sinvergüenzas', 'de ladrones'...). La palabra contiene dos elementos despectivos. El primero, identificar a personas con animales, una 'animalización', según la preceptiva literaria. El segundo se logra incorporando el sufijo -ajo, como sucede en 'bestiajo', 'raspajo', 'hierbajo'...
Una posible causa de la confusión entre 'atajo' y 'hatajo' es el alejamiento del mundo rural, que provoca la desaparición del sentido primitivo de sus palabras propias, aunque sigan vivas en el habla. Si bastantes niños y mayores no han visto jamás una oveja, salvo en fotografía, nada impide que desconozcan qué es un 'hato', y menos su derivado 'hatajo'. De ahí a escribir mal ambas palabras solo hay un paso. Cabe añadir, además, que 'hatajo' y 'atajo' suenan igual, es decir, son homófonas.
Metidos en lo rural, reseñaré otras curiosidades dialectales, a pique de desaparecer por la uniformización cultural de la escuela y los medios de comunicación, que, por otro lado, contribuyen eficazmente a la reducción de la brecha cultural y social. En el ámbito rural pervive gran cantidad de catalanismos y aragonesismos, cuya desaparición sería irreparable. Toda forma de expresarse, aun en niveles reducidos, es digna de respeto si cumple una función comunicativa. Llevamos en el corazón palabras como boria (del catalán 'buira', niebla ), Calnegre (la casa del negro), llampo (de 'llamp', relámpago), destrío (de 'triar', elegir), lo que queda tras una selección, muy usada en hospitales durante la pandemia en la forma 'triaje'.
Ambas maneras expresivas, estándar y rural, son compatibles, pues toda variedad significa riqueza. Sin embargo, deben reservarse para la lengua familiar el vocabulario y las expresiones populares. En foros como el académico, los medios de comunicación, la literatura y las obras científicas es recomendable la lengua normativa en sus diversos niveles. No es más culto quien domina una sola forma expresiva, aunque sea la más elegante y valorada socialmente. Lo deseable es poseer varias y usar cada una donde convenga y con los destinatarios adecuados. Hablar con la familia como desde una cátedra es una ridiculez, usar la jerga técnica de nuestra profesión entre ajenos a ella resulta equivocado. Utilizar una lengua plagada de cultismos entre iletrados demuestra una pedantería insufrible.
Creo que 'hablar bien' debiera entenderse como una aspiración a utilizar la lengua de manera que se nos comprenda y nosotros seamos capaces de captar en profundidad los mensajes de nuestros interlocutores. Las variantes dialectales son tan dignas como el idioma del que proceden. Otra cosa son vulgarismos e incorrecciones como 'me se cayó', 'pienso de que' o la extensa nómina de los insultos. El diálogo al mismo nivel es la mejor manera de acercarnos a quienes son como nosotros y con nosotros colaboran en la esencia del progreso: contribuir a hacer el mundo más humano y más hermoso.
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