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El avestruz mete la cabeza en tierra para no ver, pero también los niños pequeños creen que cerrando los ojos la amenaza desaparece. Cerramos los ojos todos, empezando por nuestros gobernantes. Claro. Cantamos las virtudes de la globalización, la posibilidad de comprar productos chinos a precios miserables, irnos a donde nos plazca en avión por 30 euros, comer kiwis de Chile o mangos de Brasil traídos expresamente en container... y nos es 'complicado' pensar en aquello que no es tan agradable. Todo tiene impactos, y toda cara A siempre tiene una B. El mundo globalizado nos hace a todos más interdependientes y, por tanto, más riesgo tenemos todos. Pero eso es la vida, ¿no?, vivir no es más que vivir con riesgo todos los días, porque el mundo no está creado para que sea nuestro jardín del Edén. Está hecho sin más y nosotros simplemente somos sus administradores, porque nos ha tocado a la especie humana como durante 60 millones de años les tocó a los dinosaurios.
Hay una historia que queremos recordar y es la del VIH. El SIDA para hablar con simpleza. ¿Sabemos cuándo nació y cómo se desarrolló? En 2014, en la revista 'Science', un artículo desveló el enigma: la epidemia del SIDA apareció en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, alrededor de 1920. Se extendió en ferrocarril a otras regiones de África a lo largo de las dos décadas siguientes. Hacia 1964 viajó a Haití, desde donde voló a Estados Unidos, para llegar después hasta todos los rincones habitados del planeta. Un virus que mató tranquilamente durante 60 años, hasta que en Occidente nos percatamos de él a principios de los años 80. Pero estamos hablando de un mundo no tan interconectado como el actual, un mundo de ayer donde pocos salían en su vida de 40 kilómetros a su alrededor. Y ese mundo ya no existe.
¿Lo saben nuestros gobernantes? Claro, igual que lo sabemos todos cuando nos sentamos y dejamos que nuestro pensamiento lento trabaje. Todos sabemos que el mundo y la vida tienen su propia dinámica (una dinámica en la que, por cierto, nunca ha necesitado al ser humano), con lo que tenemos que ajustarnos a la misma. La mejor forma de luchar contra el riesgo es entenderlo, y para entenderlo hay –desde la humildad más absoluta– que prever escenarios por improbables que sean e invertir recursos aunque nuestros electores nos tachen de paranoicos y malgastadores.
Escenarios que, además, sabemos que ocurrirán más temprano o tarde. Por ejemplo, el cambio climático ya es una realidad, y sabemos que lo será más en 2050. ¿Vamos a ser tan estúpidos y ególatras para no actuar, para pensar como el rey francés Luis XV que dijo: «Después de mí, el Diluvio»? De nosotros depende actuar irreflexivamente pensando solo en el presente o prepararnos para el futuro, aún sabiendo que esa preparación supone inversiones sin resultados a corto plazo y tener que frustrar muchas de nuestras tendencias al 'aquí y ahora' o al 'mejor pájaro en mano...'.
El geógrafo y ornitólogo Jared Diamond, en su libro 'El mundo hasta ayer', nos habla acerca de qué podemos aprender de los hombres y mujeres prehistóricos que aún viven en las selvas de la alta Nueva Guinea. Jared se asombraba de que en una de las zonas más lluviosas del mundo, sus acompañantes neoguineanos buscasen afanosamente un claro en el bosque para dormir, aun empapándose todas las noches. La única explicación que le daban era que «los árboles se caen». Jared preguntaba: «¿Tú has visto un árbol caerse?». Respuesta: «No». «¿Alguien de tu tribu ha visto un árbol caerse?». «No». Y sin embargo... y sin embargo los neoguineanos vivían toda su vida en medio del bosque, los árboles se pudren con el agua, los árboles podridos se caen, y simplemente lo que es probable que ocurra te puede tocar a ti. Mala suerte.
Los árboles se caen. Y mientras haya vida en la tierra habrá virus. Y virus que se globalizarán. Tenemos dos opciones después de nuestro confinamiento: confinarnos en nuestros países con medidas proteccionistas y nacionalistas, o aprender a vivir con virus cada vez más agresivos en un mundo que a la vez tiene que globalizarse aún más (empezando por los Derechos Humanos) y también tiene que compartir más información, recursos y tecnologías: o nos salvamos todos o no se salva nadie. Los árboles se caen, pero juntos podemos anticiparnos a su caída, e incluso aprovecharnos de ella para construir otro mundo mejor. Usted decide.
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