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El ministro de Cultura –ahora no recuerdo su nombre– ha eliminado los premios nacionales de Tauromaquia, y los taurinos están enfadados. O no, lo que ha conseguido de momento el ministro es que donde había un premio ahora haya varios, es decir, que el premio ... se haya multiplicado y reproducido en diversas comunidades autónomas que ahora han creado sus propios premios nacionales de tauromaquia. Para chinchar.
En realidad, el ministro lo que querría es prohibir la tauromaquia. Pero ya explicó el ministro que ciertas cosas no dependen de él, aunque los toros fuesen declarados oficialmente cosa cultural, parte de la Cultura española, con mayúsculas. Sin embargo creo que el ministro respira aliviado al no depender de él la prohibición de los toros. Me explico: por sus convicciones políticas –creo que es de la parte gubernamental del partido Sumar–, él está contra los toros, pero sería un buen marrón tener que suspender algo tan simbólico como la llamada Fiesta. De la misma manera que los gobiernos catalanes independentistas prohibieron los toros en Cataluña, pero no se atrevieron a prohibir el toro de fuego tan arraigado en Tarragona y de tanta violencia contra el animal. Y de la misma manera que a ningún partido, ni a Bildu, se le ocurriría prohibir los Sanfermines en Pamplona.
Ahora bien, en algo tiene razón el ministro, y eso juega a su favor: a los jóvenes –salvo que sean militantes antitaurinos– les importa un bledo los toros, no es una diversión o festejo que les atraiga lo más mínimo, tienen otras músicas para pasarla bien, que dicen los latinos. Es decir, que los toros irán desapareciendo lentamente, no porque el ministro quite los premios, sino por falta de demanda social.
Claro que tampoco es imposible, aunque sí improbable, que se produzca un vuelco y los toros se pongan de moda. En los años 70, en la Transición política, vivían una decadencia y descrédito: se consideraban algo franquista y del pasado. Y de pronto, en los años ochenta, las plazas se llenaban. Intelectuales, escritores y artistas se convertían en 'entendidos' que debatían apasionadamente sobre si aquel derechazo se había dado metiendo el pico o cargando la suerte.
En fin, todo es posible. Pero creo que ahora la desaparición del toreo será lenta, pero irreversible. Aunque ahora es también una simbología política, como el Madrid-Barcelona en el fútbol. Los taurinos y madridistas, fachas; los del Barsa, progresistas y guay. ¡Qué solemne tontería!
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