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Según algunas encuestas (aunque a estas alturas ya no debemos fiarnos mucho de ellas) en los EE UU Trump saca cuarenta puntos a su rival en el seno de los republicanos, pero, aún más, con el que será el candidato demócrata, el actual presidente, Biden, ... está empatado. Y todo ello en un momento en el que le llueven los juicios por asuntos terribles, y después de gobernar como lo hizo, con un populismo atroz basado en las mentiras, con su actitud asquerosamente machista. En fin...
¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden casi la mitad de los americanos seguir apoyándolo incondicionalmente? Y es que las democracias liberales, las sociedades abiertas, son complejas y viven en una profunda debilidad frente a los populismos facilongos, simplones, o frente a las sociedades cerradas y de mano severa. En 1945 Popper publicó su ensayo 'La sociedad abierta y sus enemigos'. En esta obra el filósofo critica el historicismo como teoría que empuja a la sociedad hacia un devenir marcado por leyes universales. Y en un ángulo de esa teoría política aparece, de manera inefable, la marca dictatorial. Popper incluye en la línea de defensores de una sociedad cerrada y tiranoide nada menos que a Platón, Hegel y Marx (materialismo histórico). Y no le falta alguna razón.
Pero en 400 palabras de un artículo no puedo detenerme en un análisis del historicismo. Quiero centrarme en la dificultad de las sociedades abiertas frente a sus muchos enemigos, lo que plantea Popper en su ensayo. Y es que si algunos partidos y formaciones están creciendo en los últimos años en muchos países, incluida Europa, es porque hay un sorprendente número de ciudadanos dispuestos a comprar su desvencijada y vergonzante mercancía.
A muchos costará creerlo, pero es así: hay gente que considera que está bien que la mujer alcance algún grado de igualdad, pero que el hombre debe seguir manteniendo la superioridad, por ejemplo; hay gente que piensa, otro ejemplo, que con los emigrantes no hay que tener piedad, o que el hombre blanco es superior al hombre negro; hay obreros o parados que votan a la extrema derecha, algunos por frustación o resentimiento, pero otros por convicción.
Sí, todo eso nos puede parecer sorprendente, pero hay millones de personas en el mundo que piensan así. Quitemos a los desesperados circunstanciales, pero todavía quedarán millones convencidos de las ventajas y verdad de esa despreciable mercancía que se vende muy bien frente a las sociedades abiertas y complejas. Aprovechan formidablemente las rendijas y convicciones éticas de la sociedad abierta. Un peligro que nos acecha.
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