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Existe una simetría del horror no escrita ni dibujada, pero pertinazmente existente. Del horror o de la desgracia, quizás de las dos cosas. Y esa simetría, con frecuencia espantosa, se da casi siempre de forma inconsciente. Nunca es voluntaria, claro, pero sí inconsciente. Y, por ... supuesto, atañe o afecta con demasiada frecuencia a los mismos, a los más pobres por un lado, pero también a los más desvalidos mentalmente. En algunos casos diríamos, peyorativamente, que a los más descerebrados. Pero no, ninguna categoría descerebral merece sufrir esa simetría del horror o de la desgracia.
Una vez, viviendo unas semanas en una urbanización a unos pocos kilómetros del centro de Río de Janeiro, muchos días, para llegar a Río había que cruzar en el autobús un negro y largo túnel infectado de coches y motos con un ruido infernal que se potenciaba con aquellas paredes que nos apresaban. Cinco, diez y hasta quince eternos minutos el autobús tenía que detenerse en el centro del túnel. Hasta que por fin salíamos de él y llegábamos a las famosas playas de Río (Copacabana, Ipanema...). Yo comentaba a la persona que iba conmigo: «Normalmente, desde nuestras casas, vemos desastres de todo tipo con muertes masivas: guerras, inundaciones, derrumbes... Pensamos: menos mal que nosotros no estamos en esos lugares de la desgracia. Pero ahora sí, estamos aquí, atrapados en un túnel terrorífico en el que parece que en cualquier momento va a ocurrir algo».
Hay personas que por el azar del nacimiento o de su situación social viven permanentemente en el centro del terror. La simetría es por similitud, es como un cuadrilátero de lados iguales y cerrados por todas partes. También ocurre en el primer mundo, también en él existen esquinas del espanto. Por ejemplo, en una discoteca urbana que en realidad es una trampa mortal. En este caso ocurre que existe como mal necesario un empresario sin escrúpulos –¿empresario?– sobre el que espero que caiga el peso de la ley. Pero los afectados siempre están allí, no solo –como yo– unos días afables de ocio. Ellos siempre están allí, atrapados en un túnel tenebroso o en una jaula de cartón-piedra con música de reguetón.
Y otros jóvenes, en fines de semana sin porqué, viven atados a una curva de una carretera rural envueltos en el sopor de un sábado por la noche con luces cegadoras de coches que te arrastran a la cuneta. Para siempre. Es la simetría del horror.
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