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Ln hombre mata a sus hijos, infantes indefensos, y después se suicida, y enseguida aparece la pancarta con la leyenda que no es más que un latiguillo inútil: «Nunca más». Una mujer celosa, enloquecida, mata a un niño, un 'pajarito', y destroza varias vidas, y ... entonces, en los minutos de silencio de las bienintencionadas personas, aparece un cartelito con estos garabatos escritos apresuradamente: «Nunca más». Un hombre apuñala a su compañera o excompañera, porque está convencido de que esa mujer le pertenece, y a renglón seguido, las gentes, feministas o no, muestran manifestándose, el consabido letrero: «Nunca más».
Pero al día siguiente, o una semana después, el «nunca más» se convierte en otra vez, y otra vez más, y otra y otra, y así hasta el infinito. Tal vez manifestarse, gritar «nunca más», nos tranquiliza o aplaca nuestras conciencias, el deber cumplido de buenos ciudadanos, pero todos sabemos que todo el mal del mundo volverá a estar presente, que las tragedias se seguirán repitiendo, sea en forma de atentado, de crimen machista, de pavoroso incendio en una discoteca, de accidente de tráfico, de violación en manada, de pelea callejera... Vivir es un suceso constante; seguir vivos, un puro milagro.
Por supuesto, todo lo que se haga desde las administraciones contra la desgracia o para reducir la violencia, por ejemplo la violencia contra la mujer, será poco. No se puede poner a un policía protegiendo a cada mujer, aunque se podrá hacer más y mejor, sin duda. Ello reducirá en lo posible cosas tan horribles como la violencia vicaria y cualquier tipo de violencia o de tragedias, pero siempre habrá psicópatas (en ocasiones pueden ser mujeres, claro) a los que dará igual cualquier ley o cualquier esfuerzo policial, como aquel 'homínido' que hace no mucho asesinó en un pequeño pueblo a una joven profesora que se había instalado frente a su casa para iniciar su nuevo destino profesoral.
No hay ni protección social ni policial que reduzca a cero la tragedia, pero tampoco –como se cree– una educación que moldee a quien lleva inscrita en su cerebro la violencia y la barbarie. Milenios de cultura no han desterrado el mal; decenios de educación no han resuelto la violencia, ni en España ni en otros países que nos llevan ventaja en ello. De acuerdo, saquemos la pancarta del «nunca más», pero a sabiendas de que será otra vez más. Y más, y más...
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