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Parece demostrado que el tal Koldo García, ahora sumamente famoso, junto a sus compinches, se lo llevó crudo durante la pandemia a costa de la desesperación general de aquellos días. No sé exactamente cómo, pero, más o menos, según oigo y leo, con el trasiego ... de mascarillas, tan necesarias e inexistentes entonces. En cualquier caso, la Policía y los jueces irán determinando el alcance del asunto.
Pero en el guion aparece, necesariamente, el exministro de Fomento y Transportes, y entonces poderoso en el PSOE, José Luis Ábalos, ahora ya diputado del Grupo Mixto en el Congreso. Yo tiendo a pensar que este hombre no se ha enriquecido gracias a este fraudulento asunto. Tiendo a pensarlo, no sé exactamente por qué, pero en realidad no tengo ni idea. Irán saliendo nuevos datos que pondrán las cosas en su sitio, o no. Esperemos.
Pero lo que a mí me interesa ahora, desde una perspectiva meramente humana, es la forja de esta extraña pareja que, según vamos sabiendo, conformaron el exportero de discoteca y cortador de troncos navarro, Koldo, y el exministro valenciano. Que se lo presentaran y recomendaran sus compañeros socialistas navarros, pese a su historial, y que luego Ábalos lo utilizará como chófer y guardaespaldas, hasta ahí, todo entra, más o menos, dentro de lo normal.
Pero saber, como ahora vamos sabiendo, que se forjaron lazos de amistad sorprendentes que iban mucho más allá de relaciones profesionales y que establecieron nudos familiares y mucho más. Ahora se habla de fotos comprometedoras. Bueno, seguro que si nos enfocamos cada día y cada hora a cualquiera de nosotros, acaban encontrando algún pasaje más o menos vergonzante.
Ha habido amores y relaciones extrañas en la historia. Nietzsche y Lou Andreas-Salomé. Algunos amores de García Lorca. Los amores prostibularios y sádicos de Baudelaire:
«Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos,
sólo había conservado las sonoras alhajas.
cuyas preseas le otorgan el aire vencedor
que las esclavas moras tienen en días fasto».
Pudo ir creándose confianza que explique la cercanía. O al revés: la cercanía propició la confianza. Hay vericuetos del alma humana, o de nuestro cerebro, que nos llevan hasta el abismo sin que podamos detenerlos, o, incluso, es que no queremos detenerlos. Como a Baudelaire el mal nos fascina. Por eso el público se agolpa ante el televisor para ver pasar la miseria y la agonía humana.
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