Secciones
Servicios
Destacamos
El asfalto se pega a las chanclas, la piel se eriza al salir del aire acondicionado a la calle, la camisa se empapa de sudor, la cabeza se calienta a pesar del panamá, no hay nadie en las calles. «¡Qué bien se está en la ... playa!», se decía antes. A este paso, el turismo se desviará hacia las costas vikingas. Muchos extranjeros no encontrarán compradores para sus viviendas al borde del mar. Los españoles iremos a veranear más al sur. Quizá Ciudad del Cabo. Mejor Argentina para practicar idiomas. No habrá cambio climático, como dicen los lunaplanistas y vacunafóbicos, pero cómo se parece.
Si con el calor no se calienta agua confinada que mueva turbinas y produzca electricidad, se disipa en el espacio; se va a la oscuridad exterior a ver si encuentra quien lo acoja. Al cabo, según pronósticos funestos, acabaremos todos en ebullición. La naturaleza sabrá encontrar el camino de vuelta, porque la política no parece. Por eso, buscamos sombras benignas bajo los árboles o en los trazados medievales. Por eso, nos bañamos al amanecer saludando admirados los rayos suaves de un sol renacido. Por eso, bendecimos que el tiempo se haya disipado en libertad y sean nuestros cuerpos el auténtico reloj de la vida.
Hoy me ofrecían un barco, ese objeto para navegar que habitualmente, pasado el capricho, el hipo, decía mi abuela, será atracado en puertos deportivos construidos para arruinar playas adyacentes. Atracados porque se pasa la euforia de los advenedizos poque no tienen espíritu navegante, pulsión de enfrentarse al viento y sus caprichos, al mar y sus necesidades.
He dicho que no. Pero a mí me gusta saber que se puede viajar contra el viento; me gusta saber que babor se dice 'port side' en inglés, lo que explica el modo en que atracan las goletas en las películas de navegantes que nunca hemos filmado, a pesar de nuestra asombrosa tradición de marinos audaces que llenaron el mar de surcos efímeros. Me gusta pensar que así avanzan las civilizaciones contra las dificultades: dando bordadas para navegar más allá del viento. Metáfora perfecta de la alternancia política que hoy en día ponemos en peligro haciendo creer a los incautos que una orilla ideológica puede imponerse para siempre a la otra. Es un mito perverso.
Me gusta contemplar el mar y las estrellas, a pesar de que para no malograr las sensaciones tenga que pasar por alto que el agua está enferma y las luces del cielo nos engañan mostrándonos realidades viajeras pero muertas antes de que naciéramos; que el espectáculo nocturno es un baile de los fantasmas de aquellos otros bailes cósmicos asombrosos que ya cesaron. Concluyo que la realidad parece espectral, pero es. Concluyo que ese serlo es tanto más auténtico cuanto más cerca estamos unos de otros. Por eso, el amor nos invita a besar en la boca para musitar conversaciones sin intermediarios. El universo nos besa en las narices, quedándose a un palmo de amarnos realmente. Por eso, los otros, los próximos, son el consuelo y no el infierno. Por eso es tan extraño que nos ejercitemos en odio, en el horror a la diferencia, en el silencio que separa nuestras bocas.
Ante el mar cada generación tiene sus propias ensoñaciones. La mía ya no tiene otra detrás con la que contrastar sentimientos, ideas o acciones. Ellos tenían heridas espirituales abiertas en la guerra, sus ideas eran la paz a toda costa porque habían tenido ya bastante discordia y sus acciones fueron trabajar 'looking down' (con la cabeza baja), como en el musical 'Los Miserables'. Nosotros tenemos el alma indemne, las ideas volanteras y pudimos ser agentes políticos activos y eficaces. Los que nos siguen andan buscando su alma, sus ideas no tienen todavía músculo y sus acciones se dispersan en la diversión o la ansiedad. Por eso nuestros padres miraron al mar con respeto, nosotros lo navegamos y ensuciamos y los jóvenes se limitan a bañarse gozosamente en el caldo, aunque sospechando que algo va mal.
Al mar y al cielo le hemos descubierto sus límites y eso exige otra actitud. Se requiere sublimar lo 'a la mano', lo cotidiano, en un arte nuevo, perito en pesquisas; hay que bajar del caballo al príncipe azul e inventar otra poesía poderosa que nos haga volar sin despegarnos del suelo. Tarea complicada, pero urgente. Hay que recrear el contenido de las grandes palabras y acercarlo a nuestro ser real: efímero, pero digno; vulnerable, pero invencible; guerrero, pero compasivo. Y eso, ya no podemos hacerlo nosotros, los que medimos las habitaciones a pasitos. Tampoco los que ya fecundan la tierra. Esa es vuestra tarea, jóvenes que dormitáis con los ojos entornados al sol de agosto.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.