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Hace ya unos dos mil cuatrocientos años, Platón propuso una forma de gobierno en la que sólo podían gobernar aquellos que, después de un largo proceso de formación, pudiesen guiarse en sus acciones por la búsqueda del bien común y no por la satisfacción de ... sus propios intereses egoístas. Discutible si ello es posible. La razón para cuestionar la democracia era, para Platón y también Aristóteles, que los ciudadanos de Atenas, que tomaban parte de todas las decisiones que afectaban a su comunidad, eran fácilmente manipulables. Los oradores que manejaban bien las palabras conseguían que los ciudadanos tomaran decisiones guiados por las emociones, los odios, las venganzas antes que por la razón. El teatro griego, los escritos de muchos pensadores, los libros de los historiadores de la época muestran muchísimos ejemplos de estas decisiones emocionales, bastantes de las cuales terminaron en un auténtico desastre.
La construcción del modelo democrático contemporáneo persiguió, como objetivo, el fortalecimiento de un ciudadano racional. Al menos un ciudadano que tuviese la capacidad de buscar información alternativa a la proporcionada por los políticos. Ha sido tan relevante esta idea en la política que un gran número de campañas, en todo momento y país, se han construido sobre la apelación a la razón de los electores. Incluso en la Ciencia Política estos enfoques siguen siendo dominantes para explicar el voto y el posicionamiento de los ciudadanos sobre multitud de temas.
Pero ¿realmente los ciudadanos somos seres racionales? Sí. Lo somos. Este ha sido uno de los dogmas más repetidos. Para otros enfoques lo que realmente hacemos es tomar decisiones no racionales y después desarrollar un esquema racional que nos sirve para justificar nuestra decisión. Entonces ¿cuáles son los elementos que nos hacen tomar decisiones? Uno de ellos es, sin duda, nuestros propios prejuicios que, a veces, nos ayudan a tomar caminos que nos salvaguardan, incluso la vida. Pero que, en otras ocasiones, nos llevan a despreciar a los que no son como nosotros o piensan de forma diferente. Y luego están las emociones que son esenciales en el fortalecimiento de nuestros propios prejuicios, positivos y negativos. Pero también, como destacan los estudios de ciencia política, los actores políticos cada vez son más eficaces en el manejo de las emociones políticas. Se busca, con ellas, crear significados hacia las instituciones y hacia los otros. Las emociones son esenciales en nuestros países para construir las identidades políticas de los individuos, nuestra adscripción a un grupo y nuestro desprecio a los que no piensan como nosotros.
Es este un juego de espejos que ha estado siempre presente en la política. Pero ¿debería existir algún límite a la manipulación de las emociones? Es evidente que vivimos en una sociedad cada vez más controlada a través de las redes sociales. Como también lo es que las redes no son los medios de comunicación que, en su gran mayoría, son garantes de la información que ofrecen. ¿Deben ser los políticos responsables en el uso de la emoción como herramienta de control social? Es esta la cuestión relevante a la que, como comunidad, debemos dar respuesta. Como hemos visto estos días, se pretende fortalecer la idea en un gran número de ciudadanos, por ejemplo, de que la justicia sólo sirve a los intereses espurios de un grupo de poder que pretende socavar la democracia. Otra. Los medios tienen su propia agenda que no se corresponde con los intereses y el sentir de la gran mayoría de la población. Y mienten. Es absolutamente constatable cómo la política, y no sólo en España, es cada vez más emocional, más idiotizada y menos respetuosa hacia el adversario. Dejamos atrás la época de los grises y avanzamos, a paso de gigante, hacia lo blanco o negro. Todos los políticos han contribuido a ello. Y también los ciudadanos que nos ocultamos tras nombres falsos para insultar en las redes y en las opiniones que expresamos en los medios de comunicación. La cobardía nos rodea. Por ello, los políticos deben ser más cuidadosos y no alimentar a la bestia que todos llevamos dentro. De todas las descalificaciones, por desgracia de todos los lados, que se han oído esta semana, sin duda la más relevante es que la democracia está en peligro en España. Además de demagogia, esta idea es, sin duda y como decía Platón, una descomunal manipulación a través de la palabra. Quizás sea el momento de parar.
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