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El final de la película de Napoleón puede provocar el recuerdo, por esa ley de que los contrarios se atraen, de un libro impresionante. 'Helena ... o el mar del verano' narra el paso de la infancia a la adolescencia en presencia de diferentes tipos de amores y del Cantábrico. La muerte de Napoleón se acompaña de otro mar, pero también de la soledad y del olvido.
La película de Ridley Scott no es un documental ni es producto de un sesudo libro de historia. Es el acercamiento a una figura universal, exclusivamente, a partir de la visión del director. Por eso, seguro, está plagada de errores. Pero, si los hay, son totalmente irrelevantes. Ocurre como con las biografías escritas por Zweig. Todas ellas están mediatizadas por las simpatías, o lo contrario, del autor, que no lo oculta.
La versión de Napoleón de Scott está marcada por la relación con la emperatriz Josefina y el ascenso a la gloria y posterior caída. Es una película tremendamente visual que nos rememora cuadros y películas que hemos visto, libros que hemos leído. El incendio de Moscú no puede separarse del recuerdo de las andanzas de la Natasha de Tolstoi, la coronación es una fotografía del famoso cuadro del Louvre y la escena más sexual se acompaña de la música de una película tremendamente romántica.
Más allá de la historia, hay algo muy significativo en el último fotograma. En los 15 años en los que Napoleón fue el líder de Francia, 3 millones de franceses perdieron la vida en las denominadas guerras napoleónicas. Es, sin duda, un alegato pacifista el del director que retrata a un dirigente imbuido por el deseo de lograr la 'grandeur' y que termina en el fracaso más absoluto. Pareciera que Scott pretende que salgas preguntándote sobre la posible decepción de los anhelos personales, pero también sobre el papel de la guerra.
La reflexión sobre la guerra ha estado presente en todos los textos literarios relevantes de la historia de la humanidad. Empezando por los griegos, pasando por Asia y recordando algunos textos que no se sabe si son de adultos o de niños, la guerra es uno de los temas más fecundos como fuente de inspiración. También en la música y en la pintura. Quizás la razón de esta omnipresencia es el reconocimiento de que la violencia es una de las pulsiones, para algunos autores, esenciales del ser humano.
En las clases siempre repetimos, casi como un mantra, que la política es la forma de resolver el conflicto, inherente al individuo, de forma pacífica. Sobre la relación entre la política y la guerra hay muchísimas frases célebres. Una muy ilustrativa es la de Churchill: «La política es casi tan emocionante como la guerra. En la guerra nos pueden matar una vez, en la política muchas veces». Más allá de estas expresiones, el estudio de la guerra es también objeto esencial de reflexión en la Ciencia Política, como también lo es en la Historia. ¿Qué tipo de conflicto da origen a una guerra, como se preguntaba Clausewitz? ¿Son todas producto inevitable de una relación política, como decía Maquiavelo? ¿Es la mejor guerra la que se gana sin recurrir a la violencia y usando sólo la estrategia, como afirmaba Sun Tzu? ¿Hay guerras justas, como se preguntaban autores como San Agustín, Francisco de Vitoria o Santo Tomás? ¿Es el afán de legitimación lo que explica que los dictadores son los que tienen más tendencia a iniciar un conflicto, como señalaba el politólogo Juan Linz? ¿Es real que las democracias tienden menos que los regímenes autoritarios a iniciar conflictos bélicos, como señalan, casi de forma unánime, los politólogos?
Es imposible vivir ajenos a estas cuestiones cuando las guerras nos acompañan. Los medios nos informan estos días qué comerá Putin en Navidades. Impresionante frivolidad que persigue humanizar a una figura que es responsable directa del último conflicto bélico que acontece en las fronteras de la Unión Europea. No es posible mirar a África sin asistir a alguna guerra civil. América Latina, que pareciera pacífica después de los últimos rifirrafes fronterizos, nos sorprende estos días con los intentos del régimen venezolano de quedarse con el petróleo del vecino. Algunos países de Asia nos recuerdan que los conflictos del siglo XX no han concluido todavía. Y ver la situación de Oriente Medio nos enseña, por si estuviésemos necesitados de ello, que las cotas de inhumanidad del ser humano parecen no tener límites. No parece baladí la reflexión final de Ridley Scott.
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