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¿Qué contestaríamos si nos preguntaran cuál es, para nosotros, la emoción que con más intensidad nos afecta, nos potencia, nos limita? Algunas investigaciones han concluido que es el amor. Otras que la felicidad. Otras que la humillación. En esto, como en otra multitud de ... temas, es imposible llegar a un mínimo acuerdo, afortunadamente ¿Qué opinión nos merece el miedo como emoción?
El político, pensador y padre intelectual del moderno conservadurismo inglés, Edmund Burke, escribió en el siglo XVIII sobre la belleza, lo sublime y su relación con el miedo. Algunas de sus ideas aparecen en los listados de frases más citadas. Las tiene de todos los colores, pero una de las más exitosas es la que dice: «El miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros».
No es la idea de Burke la que nos acompaña cuando decidimos pasar una tarde de cine chillando como posesos mientras vemos alguna de las películas de Expediente Warren, por ejemplo. Siempre y cuando luego podamos andar solos por casa o dormir sin todas las luces conectadas. En este caso nos puede gustar la montaña rusa de adrenalina que ese tipo de historias nos puede proporcionar.
El miedo como emoción ha sido muy estudiado por la psicología y la psiquiatría. Muchos trabajos han destacado como en la supervivencia de nuestra especie, el miedo ha sido determinante. Al aprender a anticipar y reaccionar frente a situaciones de peligro hemos sobrevivido y evolucionado. Muchos autores han insistido, también, en cómo el miedo es la emoción que explica la creación de los dioses, más allá de la leyenda china y de la película recién estrenada sobre esta temática.
La importancia del miedo como variable que explica comportamientos culturales, políticos y religiosos de carácter colectivo y no exclusivamente individual es el tema que ocupa 'El miedo en occidente' de Jean Delumeau, reeditado recientemente. Con un argumento provocador, analiza la historia de occidente vinculada al miedo desde el siglo XIII hasta el XVIII y precisa que la búsqueda de la seguridad que caracteriza nuestra historia moderna hunde sus raíces en ese miedo antiguo.
El miedo también ha estado muy presente en la ciencia política y en la reflexión sobre cómo se construye, mantiene y reproduce el poder. Desde el miedo como factor de construcción del Estado moderno para Hobbes hasta el miedo como variable que explica los regímenes totalitarios de Hitler y Stalin para Hannah Arendt, el terror es un ingrediente fundamental para entender el control político.
Pero también es una variable esencial para poder explicar el surgimiento de partidos y líderes populistas, tanto de derecha como de izquierda ¿Qué es si no miedo el rechazo a los inmigrantes, a perder nuestras supuestas ventajas individuales competitivas, a lo que nos depara un futuro visualizado como más incierto, menos sólido?
El miedo es, igualmente, una de las variables más potentes para explicar nuestro comportamiento electoral. ¿Por qué este crecimiento exponencial de las campañas negativas, de la identificación de nuestro contrincante como nuestro enemigo a batir?
Y el miedo es lo que explica el triunfo arrollador de Nayib Bukele en El Salvador. Que no nos confundamos, no es un fenómeno aislado. Todo lo contrario. Es como una gran mancha de petróleo que avanza lenta pero inexorablemente. Normalmente cuando votamos en España lo hacemos considerando la ideología, la situación económica personal, nuestras expectativas, laborales entre otras y la simpatía y/o rechazo que nos provoca el partido y/o el líder. La inseguridad y el miedo a nuestra propia supervivencia no es, afortunadamente, una variable relevante. No lo fue tampoco en las etapas oscuras de los asesinatos terroristas de ETA, excepto en parte en el País Vasco. Pero hay muchos lugares donde el miedo a que agredan nuestra integridad física, a que nos obliguen a pagar a bandas de delincuentes llega a convertirnos en sujetos totalmente aterrorizados y dispuestos a apoyar a aquél que nos asegure un cierto nivel de seguridad pública. Hay muchas encuestas en los países de América Latina, también en España, donde preguntan a la población qué tipo de régimen político prefieren. Un porcentaje muy significativo –más bajo en el caso español afortunadamente– señala que no les importa si viven en una democracia o no. Y son evaluaciones negativas sobre su vida cotidiana lo que explica estas abultadas respuestas a favor de sistemas no democráticos. Como decía el replicante en 'Blade Runner', «es duro vivir con miedo ¿verdad? En eso consiste ser esclavo».
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