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Siempre he sido consciente de que el éxito de un libro consistía en que el lector se sintiese identificado con la narración, o con alguno de sus personajes. Empatizar con una historia o una situación no siempre es fácil, incluso para los muy empáticos.
Sin ... embargo, hay una situación en la que, por lo general, la empatía surge de manera más natural: cuando una madre se enfrenta al dolor de otra madre. Si, además, ambas tienen hijos de la misma o parecida edad y viven circunstancias similares, el sufrimiento de una se vuelve casi tangible para la otra. Si a una le arrebatan brutalmente a su hija, la otra puede sentir, casi de inmediato, el desgarro en su propia alma, imaginando lo que sería perder a la suya en similares condiciones.
Hace unos días, un kamikaze, en La Rioja condujo más de 10 kilómetros en sentido contrario hasta estrellarse con otro coche en el que viajaba una joven pareja, ella embarazada de ocho meses, a la que mató en el instante, y su marido al que mandó al hospital muy grave, mientras que el asesino, ―que ya había sido detenido en ocasiones anteriores por conducir, como esta vez lo hacía, bajo los efectos del alcohol y las drogas, ni un rasguño.
Tengo una hija embarazada del mismo tiempo y no quiero ni imaginar que un individuo…, un asesino al volante, pudiera hacerle el menor daño, porque en mi mente y en mi corazón no habría lugar para la piedad con él. ¿Cómo se enfrentará esa pobre madre a algo tan brutal, tan irracional? ¿Cómo se continúa cuando aquello que amas ha sido arrancado de ti de manera tan cruel?
Lo más doloroso de esta tragedia no es solo la pérdida irreparable de dos vidas, lo que me llena de rabia es la absurda injusticia, el sinsentido de una muerte que pudo y debió evitarse. ¿Cómo es posible que un individuo con antecedentes, con múltiples detenciones previas por comportamientos tan peligrosos, siga conduciendo por las calles, siga teniendo la posibilidad de ponerse al volante? ¿Cómo es posible que alguien que ya había demostrado su desprecio por las normas y por la vida de los demás, tuviese la libertad para destruir en un segundo la vida de tres familias?
Esta sensación de que las cosas no funcionan, de que hay algo profundamente roto en la justicia, es devastadora. Porque ¿de qué sirve la ley si no previene? ¿De qué sirve si una persona con un historial de peligrosidad no es contenida a tiempo? No es suficiente castigar después, cuando el daño ya está hecho, cuando los ataúdes ya están ocupados y las lágrimas ya no pueden devolver lo perdido.
Que nadie vaya a decirle a esa madre que «son cosas que pasan», que «la vida es así». No, no puede ser así. No debe ser así. Estamos hablando de decisiones humanas, de negligencia, de irresponsabilidad. No es un accidente inevitable. Un kamikaze que conduce bajo los efectos del alcohol y las drogas no es una catástrofe natural, no es un rayo que cae del cielo. Es el producto de un sistema que falla, una y otra vez, en poner límites a quienes representan un peligro para la sociedad.
¿Cuántas veces más debe suceder algo así para que se adopten medidas reales? ¿Cuántas más vidas deben quebrarse para que se cambien las leyes, para que se cierre el paso a quienes eligen conscientemente poner en riesgo la vida de otros? Porque sí, conducir bajo los efectos del alcohol y las drogas es una (pésima) elección. Y cuando eliges eso, eliges poner en riesgo no solo tu vida, sino la de todos los que se cruzan en tu camino.
¿Y cómo estará la madre de ese kamikaze? Otra madre, otra familia rota por la imprudencia de alguien que no debería haber tenido la oportunidad de causar daño.
Sinceramente, no sé cómo podría evitarse que, día sí y día también, un loco, un anciano despistado, un hijo de Satanás, o un enfermo se ponga a conducir en sentido contrario, pero sí sé que la impotencia es un veneno que se convierte en rabia cuando ves que las tragedias se repiten machaconamente. Solo que la rabia no nos devuelve a los que se han ido, o, mejor dicho, a quienes nos han sido arrebatados.
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