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Hace unos días, ante una entrevista que emitía una cadena televisiva, al escuchar el nombre de la protagonista, me vino a la mente una canción que canturreaba hace años: «María, María, María, contigo me quiero casar», aunque creo que no era María sino Marina. Para ... el caso es lo mismo, porque con esa frase, la protagonista de la historia fue engañada cibernética y amorosamente. Y lo peor de todo es que no fue por un individuo, ni por dos, sino por tres, y no a la vez, sino consecutivos. Con lo cual, queda ratificado que «el hombre es el único animal...».
Todo comenzó con un 'inocente' mensaje en una red social. Se trataba de un hombre atractivo, un ingeniero en el extranjero. Con cada mensaje cuidadosamente planificado la historia de amor fue construyéndose. Él le hablaba de amor y del futuro en común. Y ella, que se había pasado la vida cocinando para otros, sintió que finalmente alguien cocinaba un sueño para ella.
Pero el enamorado se encontró con un pequeño contratiempo financiero, una emergencia que necesitaba un pequeño empujón económico para mantenerse a flote. Y María, cegada por el amor (o lo que ella creía que era amor), no dudó en enviarle dinero. «Es solo un préstamo», pensaba ella. Pero un buen día él dejó de responder, y la cuenta bancaria de María, como su corazón, quedaron tiritando. Sin embargo, lo que hubiera sido un aviso a navegantes para cualquiera no lo fue para ella.
El siguiente era un podólogo y parecía entender a María mejor que nadie. Él viajaría para conocerla en persona, pero un problema con su pasaporte y las autoridades aduaneras lo dejó varado en un aeropuerto lejano. Y sí, has adivinado: unos miles de euros solucionaron el problema. El tipo y los euros de María se desvanecieron.
Cualquiera podría pensar que después de ser estafada por dos galanes digitales, María se volvería escéptica, incluso cínica. Pues no. Y llegó el tercero, un anticuario. Su historia era tan romántica como increíble, tan bien hilada que María ni siquiera lo dudó. Después de todo, el tercer amor debería ser el definitivo. Pero la vida, o la delincuencia virtual, posee un sentido del humor muy retorcido.
Y un accidente, una cuenta médica y, por supuesto, la promesa de devolver todo el dinero cuando saliera de esa situación, hicieron que María, impulsada por una mezcla de fe, necesidad emocional y un toque de ingenuidad, vaciara lo que quedaba de su cuenta bancaria. Esta vez, los más de cincuenta mil euros ahorrados de toda la vida quedaron reducidos a cero.
Yo escuchaba toda la historia, incrédula, intentando descubrir si el cerebro de aquella mujer quemaba el gasógeno de manera normal. Luego pensé que la mente humana, en su afán de encontrar consuelo y significado, puede actuar de formas que a veces resultan desconcertantes, sobre todo cuando se trata de asuntos del corazón. En el caso de María, el análisis psicológico resulta fascinante. Porque ¿qué ocurre en la mente de una persona que, tras haber sido engañada una vez, vuelve a confiar en un extraño desconocido?
Quizá la psicología podría definir la cosa como un claro ejemplo de disonancia cognitiva. Cuando alguien ha invertido emociones, tiempo e incluso dinero en una relación, admitir que ha sido engañado puede resultar devastador. Para evitar ese dolor emocional, la mente busca excusas, justificaciones que hagan que la fantasía siga siendo creíble. Mantener la ilusión de que el próximo será el verdadero amor resulta más fácil que enfrentar la cruda realidad de haber sido estafada una vez más.
Y también la esperanza. Ya saben, es lo último que se pierde. Y en su caso cobra especial relevancia. La esperanza es, por definición, irracional. Es una creencia en que el futuro será mejor, incluso cuando todas las pruebas indican lo contrario. La esperanza de María en encontrar un amor verdadero no es solo un deseo romántico, sino también un reflejo de una necesidad más profunda de sentir que su vida tiene un significado más allá del trabajo diario y la soledad.
Por otra parte, las relaciones por internet permiten que las personas construyan una imagen ideal del otro, basada en fragmentos de información y en suposiciones. María nunca conoció a estos hombres personalmente, pero eso no importaba: en su mente, ellos podían ser lo que ella deseaba que fueran.
Lo peor de todo llegó cuando el presentador le habló de que en estas estafas ni siquiera existían esos guaperas, ella..., ¿ingenua o estúpida?, le aseguró que todos ellos habían sido reales. Insistía.
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