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Nunca he sabido conservar a los amigos, si es que hay una técnica para conseguirlo. Tengo contacto frecuente con dos personas contadas. Hasta que se aburran. Creo que les he pedido demasiado a los viejos amigos, precisamente porque no les he pedido nada. Cuando no ... les pides nada es peor que si les pides todo. Sospechan que lo único que les solicitas –nada menos– es que sigan siendo amigos íntimos en tus tiempos malos o de poca relevancia social, algo a lo que casi nadie parece dispuesto. Se incomodan porque piensan que representas una pérdida de tiempo para su incansable cucaña social y se van.
Te hacen, entonces, esa cosa que ahora se llama 'ghosting', te 'afantasman', y a sus ojos te disipas. Varias veces en mi vida me he quedado solo, el teléfono ha dejado de sonar –debo reconocer que ahora más bien soy yo el que lo he dejado de coger– y he debido construir otros círculos sociales. Hasta que me cansé de círculos y me encontré teniendo pensamientos que siempre implicaban una cabaña en el bosque y una escopeta. No hace falta pelearse con nadie para que los amigos abandonen o abandones tú por pudor. Basta con que ya no puedas conseguirles lo que antes les conseguías y una mañana te dicen que, en cuanto a lo de quedar a tomar algo, lo vamos viendo. No se lo tengo en cuenta a la gente en la que creí. Como hombre de orden, entiendo que la vida es como es y no como me gustaría, que es lo que creen todos esos porreros de izquierdas, con las consecuencias devastadoras para la sociedad que estamos viendo. No, siempre es mejor ceñirse a la realidad. The cold hard facts of life.
Hay una frase de Luther King que me gustó: «Nos acordamos, no de las palabras de los enemigos, sino del silencio de los amigos». Ese silencio espeso cuando eres machacado y aquellos por los que hubieses estado dispuesto a matar se ponen todos de perfil. Y solo queda, siempre, alguien que ni siquiera era tu amigo, o al que incluso tenías como posible enemigo, que te dedica una inesperada defensa. Eso me emociona. Cuando no queda nadie, queda alguien. Cuando todo está perdido, no todo está perdido. Antonio Sánchez Carrillo me tenía dicho, antes de su prematuro deceso hace pocas fechas, que «yo ya lo tengo hecho todo; vivo para ver si puedo ayudar a alguien, porque luego ese alguien y los descendientes de ese alguien no te olvidan nunca; no hay nada más».
Pero la amistad verdadera es una cosa tan extraña que puede sobrevivir al silencio, a la falta de trato, a la de respeto, incluso al olvido. De pronto, muchos años después algunos examigos coinciden, sin haber pensado en los otros ese tiempo, y sienten que se han despedido anoche. Por eso a la amistad verdadera no hay que cuidarla: se cuida sola, sin que podamos forzarla. Debo tener por ahí amigos que ya no recuerdo, y que he hecho nada por conservar porque sé que, si es sentimiento era auténtico, me tendrán presente. No es que no tenga amigos; es que no sé quiénes son.
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