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Amenazas recurrentes

Las enfermedades virales están ahí, emergentes, como ya ha ocurrido otras veces en la historia humana

Lunes, 2 de marzo 2020, 08:17

La imponente imagen de algunos cruceros de ocio, surcando mares con nombres de resonancias aventureras, protagoniza estos días una moderna versión de la leyenda del buque fantasma –condenado a navegar eternamente sin atracar en puerto alguno–, debido a la epidemia por un nuevo coronavirus. El ya famoso Covid-19. De modo que miles de pasajeros se han visto abocados a una forzada cuarentena, en un intento de limitar la diseminación de la infección. Viene a sumarse tan llamativa reclusión, al confinamiento obligado de comunidades enteras, en varios países del mundo, con esta misma intención preventiva. Se trata del primer paso para tratar de controlar la expansión del problema, pretensión por el momento fracasada, cuando, expectantes, no se vislumbra la dimensión que puede alcanzar esta nueva enfermedad. Semejante disposición de aislar a los enfermos ya se recogía en el Levítico, quedando reflejada a lo largo de la historia en hitos literarios como 'El Decamerón', el 'Diario del año de la Peste' o 'La peste' de Camus. También por el cine con imágenes, entre otras, de inmigrantes europeos, recluidos en la famosa isla de Ellis del puerto de Nueva York, durante las primeras décadas del siglo veinte.

La decisión de establecer cuarentenas –una incomunicación de duración acorde con el periodo de incubación de la enfermedad– trata de romper la vía de transmisión aérea o manual, de infectados hacia sanos. Acorde con otras medidas inespecíficas de disposición universal, como evitar toser directamente sobre otras personas y con el primordial lavado frecuente de manos. Para llevar a cabo acciones eficaces, evitando temores contraproducentes, es indispensable la colaboración social, con información veraz, evitando el ocultismo tan caro a no pocas instancias gubernamentales por cuestiones absurdas de imagen. Están recientes ejemplos en los últimos tiempos sobre sucesos similares, de los que se han podido extraer conclusiones como la neumonía por legionella, la enfermedad de las 'vacas locas', el síndrome respiratorio agudo, la gripe A, el virus del ébola o el zika.

Se puede tener la impresión errónea, equívoca, de que la generalización en nuestras sociedades de medidas de higiene y salubridad publicas –recogida de basuras, alcantarillado, potabilización del agua, desinsectación, desratización–, con el bagaje esencial de las vacunas y disponer de antibióticos con un amplio espectro de acción, nos mantendría alejados de lo que en un tiempo fueron temibles enfermedades infecto contagiosas. Pero las nuevas enfermedades virales están ahí, emergentes. Nada nuevo en la historia humana, azotada en diversas épocas por epidemias de toda índole, desde la lepra y la peste a la tuberculosis, la mal denominada 'gripe española' o el sida. El progreso humano tiene sus servidumbres. En determinadas condiciones, virus propios de otras especies animales protagonizan lo que se conoce como 'un salto', pasando a infectar a los humanos. Diversas condiciones como el hacinamiento, las precarias condiciones de higiene en estrecha relación con animales, o nuevos contactos en áreas selváticas vírgenes, consecuencia de la deforestación, propician ese salto entre especies mencionado. El organismo, al carecer de un contacto previo que permite fabricar anticuerpos para hacerles frente –lo que en términos profanos se conoce como las defensas adecuadas–, se encuentra inerme, desprotegido, favoreciendo la infección. Y generalizándose esta gracias a contactos masivos y rápidos.

Ante las dudas es imprescindible una información seria, fiable, evitando especulaciones sin fuste, confiando en los expertos de la sanidad

El adormecido acontecer cotidiano se altera de manera recurrente por serias amenazas para la salud colectiva, causadas por epidemias con el potencial, de generalizarse como pandemias, de afectar al conjunto de la humanidad y provocar un desastre masivo. No es desdeñable, como apuntan informaciones recientes, el impacto notable sobre la economía mundial. Amén de ese intangible, difícil de controlar, como es el miedo a enfrentarse a lo desconocido, casi de terror milenarista, que en determinados contextos puede provocar incluso episodios de agitación social. Las señales de advertencia no siempre suelen ser aceptadas por quienes no dudan en tachar de alarmistas –rehenes de oscuros intereses y teorías conspiratorias varias– a los responsables de la salud colectiva. Les achacan propagar recelos infundados, movidos por inclinaciones espurias. Una condición que además carga de razones a estos indignados, cuando el resultado no es tan catastrófico como se apuntaba –gracias precisamente al éxito de las prevenciones tomadas– calificando de alarmas sin fundamento lo que, según ellos, no pasarían de meras infecciones de fácil solución, sin tantas alharacas.

Ante las dudas es imprescindible una información seria, fiable, contrastada, evitando especulaciones sin fuste, confiando en los expertos de la sanidad pública. No sea que, además de reeditar la leyenda del Buque Fantasma, tengamos que tener presente la de Pedro y el Lobo.

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