Almeida y Almudena Grandes
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MAPAS SIN MUNDO ·
Sus novelas han hecho más por la construcción del imaginario cultural y vital de Madrid que lo que el alcalde pueda hacer en veinte legislaturasUno de los rasgos de la inteligencia es el pudor –ese tipo de mesura y autocontención que ofrece el conocimiento y la ética–. Y, desde ... luego, José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, no posee esta cualidad del pudor. Al menos es lo que ha demostrado en sus desafortunadas declaraciones en torno a la escritora Almudena Grandes, recientemente fallecida. Martínez Almeida –en un contexto en el que, quizás, se veía en la necesidad de enfatizar su lado más duro y próximo a la ultraderecha– afirmó que la autora de 'La madre de Frankenstein' no merecía ser hija predilecta de Madrid y que, si así fue, se debió a la necesidad de sacar adelante los presupuestos municipales. Está claro que, al regidor de los madrileños, traficar con la memoria de una persona que acaba de fallecer le importa bien poco: todo cabe en una negociación en la que la mezquindad del posibilismo arrasa cualquier tipo de restante moral que todavía pudiera sobrevivir.
Nunca seremos como Francia a la hora de honrar a los grandes referentes culturales. El resurgimiento de patriotismo español expresa toda la zafiedad de una sociedad que distingue entre 'los nuestros' y 'los otros' –los depravados, los que hay que enterrar en la clandestinidad y olvidar, los que nunca han hecho nada bueno en vida por el simple hecho de haber pensado diferente–. La valoración que Martínez Almeida hace de la trayectoria humana y literaria de Almudena Grandes es la de alguien que nunca lo votó ni a él ni a su partido y que, por lo tanto, no merece ningún tipo de reconocimiento oficial por parte del consistorio madrileño. El que haya vendido cientos de miles de ejemplares de sus novelas y constituya uno de los referentes fundamentales de la literatura española contemporánea no cuenta para un individuo cuya única visión del mundo está filtrada por la expresión más elemental y embrutecida de la guerra de partidos. ¿Alguien se imagina al alcalde de Málaga renegando de la figura de Pablo Picasso por su adhesión al bando republicano? Sería de locos, ¿verdad? Pero, claro está, a un ejemplo tan meridiano como el ahora expuesto, alguien podría poner una objeción tintada de cierta demagogia: ¿Cómo vamos a comparar a Almudena Grandes con Picasso? Y, en el trasfondo de una interrogante como esta, radica la clave de la relación de cierta política –fundamentalmente de derechas, aunque desnortados los hay en todos los sitios– con la cultura.
¿Cuál es la unidad de medida que se ha de emplear para considerar que un un/a creador/a está fuera de toda manipulación ideológica? La calidad de su obra, no. El corpus literario de Almudena Grandes es lo suficientemente consistente como para ser nombrada hija predilecta de Madrid sin ningún tipo de discusión. Es más, sus novelas han hecho más por la construcción del imaginario cultural y vital de Madrid que lo que Almeida pueda hacer en veinte legislaturas al frente del Ayuntamiento. En rigor, el criterio que se introduce es otro bien diferente: el temporal. Llama, en este sentido, la atención que, desde la derecha, se reclame la universalidad de una figura como la de García Lorca, cuyo legado –denuncian desde sus filas– parece haber sido patrimonializado por la izquierda. Incluso, la siempre peligrosa extravagancia de Vox ha llegado a sugerir que, de seguir vivo, el escritor granadino votaría a la ultraderecha. García Lorca es de todos, no solo de la izquierda. ¿Por qué? Porque han pasado más de ochenta años desde su muerte y su dimensión activista ya no molesta tanto. Ocho décadas después, prevalece su obra, y esa no pertenece a ninguna ideología. En cambio, cuando nos situamos en el recién iniciado 2022, y Martínez Almeida afea la memoria de Almudena Grandes, el mensaje que lanza es tan elocuente como demoledor: aquello que, recién desaparecida, importa más de ella es su biografía como activista de izquierdas y reivindicadora de la memoria histórica. Su obra no tiene peso de ningún tipo a la hora de plantear homenajes y ofrecer distinciones. En lugar de –como sucede con García Lorca– priorizar la universalidad de su obra –la cual es patrimonio cultural y sentimental de todos los madrileños–, Martínez Almeida se pone el traje de político gris y mediocre, sin hondura moral alguna, y decide que la artífice de 'Las edades de Lulú' no representa a los ciudadanos que lo han votado a él y a su partido.
Todos sabemos que, dentro de veinticinco años, cuando se conmemore el primer cuarto de siglo de su fallecimiento, políticos del PP –y quién sabe si hasta de Vox– se sumarán a los actos organizados, y reclamarán la universalidad de su obra. Aducirán que la cultura no tiene colores y que la creación artística está por encima del barro político. Sucederá. Porque ya no considerarán a la Almudena activista como un peligro para sus intereses cortoplacistas, espurios, vaciados de toda sensibilidad. Honrar a los clásicos es un ejercicio al alcance incluso de los mediocres. Pero enaltecer la memoria de una gran creadora que acaba de morir –con independencia de su ideología– es algo que solo resulta accesible a las personas con un mínimo de inteligencia y altura moral. Lástima que el consistorio madrileño se encuentre en tales manos.
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