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El próximo presidente del PP, si es que no se tropieza gravemente en el último momento al subir al estrado, Alberto Nuñez Feijóo (a quien ya empiezan a llamar no Feijóo sino «Alberto», como «Teo» o «Pablo») hizo hace poco un significativo discurso en Murcia. ... En esa ondulante intervención que no daba puntada sin hilo –Feijóo es un «anti-bullshit»– y que necesitaba traducción simultánea al lineal castellano, como buen finísimo gallego, dijo que no cree en la política que consiste en pasar de concejal a presidente; de no ser nada a disfrutar de todo.
Era un considerado aviso, para que vayan poniendo sus asuntos en orden, a la pitufina generación nini (de profesión, eternos jóvenes) cuyo currículo cabe en dos líneas. Que fue lo que exclamó mi amigo Luis Gestoso cuando dio portazo al PP gracias a que esa misma generación le montó un «mini Ayuso», familia incluida, con aquello de que entre todos no habían cotizado ni un día. Ese discurso de Alberto también era un canto a la tecnocracia y al alto funcionariado del Estado, que es el que mejor resultado tiene en política... Pero no siempre. Los tecnócratas están bien a condición de que sobre ellos manden políticos. Grandes políticos, no grandes estudiantes ni grandes currantes.
El añorado Felipe González (lamento no haberlo votado nunca) era un simple abogado de provincias de familia de vaqueros, vaqueros lácteos. Alfonso Guerra –gran español–, un desganado perito. Algún gran ministro de Interior, electricista (compárenlo con algún ignominioso y brillante juez, en idéntico puesto). Por otro lado, se ha demostrado que la mayoría de fantásticos profesionales liberales son un desastre en política, porque no logran llegar a entender los rudimentos de la política, que no son matemáticas ni lógica sino olfato. Esa idea de llevar por ejemplo a un exresponsable de Zara, Pablo Isla, a la política es una ideíca. No suele resultar. Dicho esto, Alberto tiene razón. Cuatro mayorías absolutas lo contemplan. Pero yo me acuerdo que en el mismo lugar donde hizo su discurso Alberto, y por seguir con sus palabras, hubo un simple «concejal que llegó a presidente» que estaba delante de él escuchándolo, y otras cuatro mayorías absolutas lo contemplaron, alguna con un inédito 60 por ciento de los votos. La política consiste en eso a lo que también aludió Alberto: cree en los que ganan elecciones. En Murcia, por el contrario, se dio la curiosísima circunstancia de que un partido marginal –en ese territorio– llamado PSRM-PSOE, que ni estaba ni se le esperaba, ganó las últimas elecciones autonómicas. Es como si hubiese ganado el Partido Humanista, que no sé si aún existe. Del 60% de votos a que los banque un partido marginal. Es el resultado, no solo en Murcia, pero singularmente en esta tierra de inigualables olivas mollares ciezanas, de esos jóvenes eternos.
Unos jóvenes eternos que deberían empezar a echar por ahí esos currículos de dos líneas. Por la parte de Miami tal vez los acepten.
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