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El interés por la moción de censura contra Pedro Sánchez superó el millón de espectadores en TVE frente a los 973.000 de la presentada dos años antes. Dio igual que el contenido del discurso del casi nonagenario Tamames fuera filtrado con antelación o que se supiera de antemano que la iniciativa de Vox estaba destinada al fracaso por una clamorosa falta de apoyos. Como operación política fue todo un fiasco para sus impulsores, pues parece confirmarse la hipótesis de que el más beneficiado con esta iniciativa fue el propio PSOE, a tenor de un sondeo posterior de Gad3. Ahora bien, como espectáculo político reunió todos los ingredientes para concitar la atención ciudadana. De hecho, según los datos de la auditora Kantar Media, 8,9 millones de personas vieron el primer día al menos durante un minuto alguna de las 36 emisiones que se difundieron en doce canales con algún contenido de la moción. La política entendida como mero espectáculo lleva años engordando, pero presentar una moción de censura y un candidato a presidente a sabiendas de que fracasará se lleva la palma, pues nacía despojada del constitucional carácter constructivo. Solo fue instrumental en la medida que buscaba la visibilidad de Vox, un arma, la del exhibicionismo inane, que como se ve tiene doble filo.
Quienes practican la política espectáculo y quienes la siguen como mero pasatiempo contribuyen a degradar los debates públicos sin producir beneficios para el conjunto de la sociedad. Es una tendencia rampante en todas las democracias occidentales por el incremento de canales a través de los cuales nos llega esta información política, muchas veces con apariencia formal de pluralidad, como las tertulias de periodistas con vocación de todólogos, pero en las que en realidad importa más la confrontación que el esclarecedor análisis en busca de grandes audiencias. Ahí están también las redes sociales, donde militantes, políticos y no pocos colegas de profesión terminan por intercambiar sus roles para desembocar, en muchos casos, en el puro activismo. En Estados Unidos se calcula que un tercio de la población dedica unas dos horas al día al consumo de noticias políticas, que luego comparten y comentan en las redes. Es un fenómeno bien estudiado por el politólogo Eitan Hersh, cuyas críticas conclusiones están recogidas en el libro 'La política es para el poder'. Lo curioso es que una inmensa mayoría de esas personas creen erróneamente que están teniendo una activa participación cívica siguiendo y reaccionando a la actualidad política, cuando en realidad no hacen nada en términos de política real que no sea expresar indignación o entretenerse zahiriendo al disidente. Las encuestas sociológicas muestran que solo un porcentaje muy pequeño de los grandes consumidores de información política colabora con organizaciones ciudadanas o trabaja con otros en la resolución de problemas comunitarios, lo que requiere de empatía y comprensión de los intereses de los demás, precisamente las actitudes que menos abundan en las redes sociales. Es una lástima porque muchas de esas personas, con alto nivel educativo y buena información política, dedican mucho de su tiempo a expresar sus puntos de vista y a debatirlos con otros, sin que ello sirva para ayudar a las causas políticas que les preocupan. No les otorga ningún poder que puedan desplegar para hacer del mundo un lugar mejor, dice Hersh.
¿Por qué los partidos fomentan esa política espectáculo? Porque en realidad les basta con nuestro voto. No necesitan nuestra participación. No les preocupa el empoderamiento ciudadano, sino el suyo propio, y con el respaldo de la papeleta en la urna tienen más que suficiente. En las campañas actuales, cada vez más virtuales y digitales, el peso de la militancia solo es relevante allí donde no llegan estas estrategias. Lo prudente es desconfiar de los políticos que solo ofrecen entretenimiento. Así se produjo el ascenso de Donald Trump, a base de imágenes espectaculares que atrapaban adictivamente tanto a quienes disfrutaban con ellas como a quienes les producían un rechazo frontal. Al final, con cada escándalo o mentira diaria, el espectáculo político terminó engullendo a todos. Curiosamente, lo que el filósofo francés Guy Debord alertaba en su libro 'La sociedad del espectáculo', muchas décadas antes de la propia invención de internet.
En la antesala electoral se avecina una oleada de imágenes de 'políticos haciendo cosas'. Aquí en la Región de Murcia es difícil encontrar ya a un político con aspiraciones que no vaya acompañado de un fotógrafo que capte imágenes aparentes para luego colgar en Twitter. En Semana Santa y Fiestas de Primavera, este año todo apunta a que va a ser un no parar. Como hace cuatro, pero elevado a la enésima potencia, dado que no hay grandes oradores entre nuestros candidatos autonómicos. Da la impresión de que alguno hasta se graba sus declaraciones en la intimidad, a saber en cuántas tomas. A otros se les entiende muy bien y ahí radica el problema.
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