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Cuando Umberto Eco describió en los 80 la Torre Trump como un castillo representativo de un nuevo feudalismo contemporáneo, el célebre propietario de ese rascacielos de interiores dorados estaba lejos de convertirse en el inquilino de la Casa Blanca. Pero de alguna forma, el título del libro de Eco, 'Retorno a la Edad Media', se está materializando en este segundo mandato presidencial de Trump. Quien durante décadas proyectó esa torre de Manhattan como un símbolo de su poder ahora despliega en su residencia de Mar-a-Lago, en Florida, una suerte de corte medieval por la que desfilan Elon Musk y otros magnates, dueños de las principales plataformas tecnológicas. Algunos economistas, como Yanis Varoufakis, llaman 'tecnofeudalismo' a estos tiempos en que el poder y el dinero están en manos de los grandes señores de la tecnología de Silicon Valley. De hecho, Musk (X), Bezos (Amazon) y Zuckerberg (Meta) no faltaron a la segunda toma de posesión de Trump, una especie de coronación que luego celebró el presidente en un baile, agitando una espada y con apelaciones a una legitimidad cuasi religiosa más propia de una monarquía medieval. Encaja con su particular visión del poder que una de las iniciativas de su primera etapa fuera levantar un muro en la frontera con México para frenar la inmigración ilegal. «Dicen que un muro es medieval. Bueno, una rueda también es medieval. La rueda es incluso más vieja que el muro. Y aun así, ¿sabes qué? Una rueda funciona y un muro también funciona», dijo Trump en 2019.
Su cosmovisión medieval se ha acentuado. Pocos fenómenos son más característicos de la Edad Media que ese furor por los aranceles, 'muros comerciales' del sistema feudal en forma de peajes fijados arbitrariamente para cobrar por el paso de bienes y personas a través de puentes, puertos y ríos. Cuando Trump no oculta su apetencia por anexionarse Groenlandia y controlar el Canal de Panamá, sin descartar el uso de la fuerza, también desvela un comportamiento típicamente feudal. E incluso cuando plantea las treguas entre Rusia y Ucrania lo hace al modo de las que se establecían entre los reinos de Castilla y Granada, que implicaban el reconocimiento por parte de Granada de la superioridad de Castilla. Esa desigualdad en las treguas, como documentó mejor que nadie el desaparecido historiador murciano Juan Torres Fontes, se concretaba en el pago anual de tributos por el reino moro de Granada al cristiano de Castilla. Algo similar es lo que planteó Trump a Zelenski en esa histórica, por humillante, reunión pública en el despacho oval. Si Ucrania logra un alto el fuego, no le saldrá gratis y será más ventajoso para Rusia. Al tiempo.
Durante todos estos años, la retórica y los símbolos medievales han cobrado una presencia en la política estadounidense que llama poderosamente la atención. Hasta el secretario de Estado de Defensa elegido por Trump, un exmilitar y polémico analista televisivo llamado Pete Hegseth, lleva tatuado en su cuerpo 'Deus Vult' (Dios lo quiere), una frase vinculada a las cruzadas medievales, que ahora utilizan grupos radicales de derecha en Estados Unidos para expresar una posición hostil al Islam. En esa nueva derecha que prefiere las jerarquías y la autoridad fuerte a la democracia liberal, bullen las narrativas con ecos medievales sobre la lucha de la civilización cristiana contra sus enemigos, hasta el punto que ya se han convertido en signos distintivos del trumpismo. Incluso en la iconografía de pósteres y sudaderas es frecuente ver a Trump ataviado como un caballero templario. Steve Bannon, quien exportó esas ideas y simbologías a Europa, tuvo éxito. Para iniciar su campaña de 2015, Vox eligió Covadonga (Asturias) invocando el espíritu de la Reconquista y en 2021 ese mismo partido propuso aquí que el día de nuestra Comunidad sea el 2 de febrero, y no el 9 de junio, porque en tal día de 1266 Jaime I conquistó la Taifa de Murcia.
Ahora que en España el PSOE pacta con Junts la cesión del control de fronteras a Cataluña en un decreto ley con un infumable preámbulo de aroma xenófobo, y el PP valenciano de Mazón asume el xenófobo discurso de Vox que equipara inmigración con delincuencia, cuando ésta está relacionada con la marginalidad (desde la Edad Media), conviene saber que los muros no sirven para la necesaria regulación de la inmigración ilegal. Trump se equivoca, dice el historiador Matthew Gabriele: las murallas de las ciudades medievales no se construyeron para separar a personas de identidades étnicas o nacionales diferentes. Las puertas estaban abiertas durante el día y cerradas por la noche. Los muros eran de hecho una defensa contra cualquier amenaza común potencial de quien encontraba refugio intramuros y no siempre funcionaban con éxito para tal fin. En Roma, Jerusalén y Constantinopla no fueron inexpugnables en algunos momentos de su historia, esa historia que ahora algunos evocan con romanticismo sin saber lo que dicen. Tiempos tontunos, tiempos oscuros.
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