Es una necesidad prioritaria disponer de una buena estrategia de prevención y asistencia contra la epidemia de salud mental en los adolescentes, pero deberíamos pensar también en ellos cuando abordemos el urbanismo y la movilidad para ofrecerles lugares de encuentro mejores que los adictivos algoritmos de las redes sociales
Ahora que el Ayuntamiento de Murcia vuelve a repensar su plan de movilidad y en Cartagena se debate qué hacer en El Hondón cuando se descontamine, si es que alguna vez ambas cosas llegan a ser una realidad eficiente, sería deseable que los proyectos de ciudad se hagan teniendo en cuenta también a los más jóvenes. Desde hoy y hasta el próximo domingo, las calles de Murcia, Cartagena, Lorca, Cieza, Jumilla... estarán a rebosar de adultos con niños que vivirán los actos de la Semana Santa. Pero en situaciones normales, cuando no hay vacaciones ni eventos que reúnen a multitudes, nuestras ciudades muestran claramente que fueron planificadas, y siguen creciendo, sin tener casi en cuenta a los adolescentes, sino prioritariamente a los adultos, sobre todo a los que se desplazan en coche.
A diferencia de lo que históricamente propiciaban los pequeños pueblos, los menores urbanitas carecen de una mínima independencia y precisan para moverse de sus padres, que muchas veces por miedo, comodidad o imposibilidad optan por tenerlos en casa, en muchos casos con demasiadas horas pegados a la pantalla del ordenador y del móvil. Ahí están a salvo de percances físicos, pero están mucho más expuestos a posibles daños psicológicos. En la mayoría de las ciudades resulta difícil encontrar parques metropolitanos, lugares de ocio y para el deporte donde los chavales puedan interactuar con otros en la edad donde precisamente es más importante la socialización para desarrollarse y madurar. Es una realidad global que preocupa por el convencimiento mayoritario entre los expertos de que la conexión abusiva a las redes sociales y al internet que hemos construido está íntimamente ligado a la epidemia de salud mental entre los más jóvenes. Nunca fue fácil la adolescencia, pero el mundo digital lo está poniendo más complicado. Sobre este asunto está a punto de salir en Estados Unidos y España el último libro del sociólogo Jonathan Haidt, llamado 'La generación ansiosa'. Haidt sostiene que los teléfonos inteligentes y las redes sociales son la principal causa de que los miembros de la Generación Z (los nacidos a partir de 1996) sufran de ansiedad, depresión, autolesiones y trastornos del comportamiento con una incidencia muy superior a la registrada en cualquier otra generación precedente en Estados Unidos, Canadá, Reino Unido o España. El paso de una 'infancia basada en el juego' a una 'infancia basada en el teléfono' ha tenido efectos desastrosos, asegura Haidt. Los adolescentes ahora crecen superprotegidos en el mundo real y superdesprotegidos en el mundo virtual.
El deterioro de la salud mental de los adolescentes españoles está cada vez más acreditado. El número de menores que acuden a los centros de salud porque requieren atención creció un 28% en el último año, aunque tan solo un 10% reciben atención psicológica, pues faltan profesionales, detalló hace unas semanas en LA VERDAD la decana del Colegio de Psicología de la Región, María Fuster Martínez. «El incremento de casos es un reflejo social del cambio que se ha producido en los modelos de consumo, los modelos económicos, la introducción de las nuevas tecnologías y otras dos cuestiones importantes, como son la crisis del conocimiento y de los modelos tradicionales educativos. De alguna manera, todo eso ha producido una desorientación. Que el conocimiento se haya universalizado y democratizado tiene grandes ventajas, pero también tiene grandes inconvenientes, como la sobreexposición a la información. Todo eso nos lleva a tener una infancia y una adolescencia que al final parece que se está borrando», decía Fuster.
Creo que Haidt acierta cuando analiza las consecuencias del uso abusivo de los móviles y las redes sociales en los chavales, pero con seguridad hay también otras causas. Especialmente revelador fue el estudio 'Jóvenes entre crisis', una interesante investigación del Departamento de Sociología de la UMU, donde se detallaba en 2023 el estado de una generación que lleva gran parte de su vida encadenando una crisis con otra. La salud mental era la principal preocupación declarada por los jóvenes murcianos, seguida de las carencias de certezas en el ámbito laboral y en sus proyectos de futuro. Es obvio que una buena estrategia preventiva y asistencial de salud mental a edades tempranas es la necesidad más prioritaria pero, como apunté en las primeras líneas, es conveniente pensar en todo esto cuando se planifique la movilidad y el urbanismo de las ciudades. Si queremos que los adolescentes no estén permanentemente enganchados al mundo digital habrá que ofrecerles mejores lugares donde ir y facilitar sus desplazamientos. No en vano, los jóvenes murcianos declaraban en dicho informe que la movilidad urbana no se adapta a sus necesidades y apuntaban la falta de ofertas de ocio y cultura en las pedanías.
Prohibir el uso de los teléfonos en los colegios, como se ha hecho en la Región, es un buen comienzo para combatir la excesiva dependencia de los móviles, pero no hay muchas alternativas que ofrecer para los adolescentes cuando salen de los centros educativos. Murcia y Cartagena están rodeadas de espacios verdes de enorme atractivo, pero carecen de parques metropolitanos de suficiente entidad que sirvan de encuentro para chicas y chicos. En otros lugares, como Molina de Segura, ciertas zonas que servían de punto de encuentro de los jóvenes han desaparecido. Habrá que reflexionar sobre todo lo anterior si queremos buscar alternativas para evitar que los adolescentes sigan atrapados en las redes y expuestos a preocupantes riesgos para su salud mental.
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