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Opinión

El bulo demográfico

Primera plana ·

Frente a lo que mantienen las teorías conspiranoicas que recorren Europa, sin una política de inmigración que sea proactiva y selectiva no habrá crecimiento económico ni sostén para las pensiones, pues las iniciativas dirigidas para el fomento de la natalidad tienen efectos limitados y terminan, por sí solas, resultando ineficaces

Domingo, 5 de mayo 2024, 07:11

Dice el destacado científico Julio Pérez Díaz, que trabaja en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, que los grandes cambios demográficos en el mundo han sido propulsados por el descenso de la mortalidad infantil, un hecho que explica por qué la población mundial no dejó de crecer en las últimas décadas pese al descenso global de la natalidad. A principios del siglo XX, la mitad de los niños no llegaban a cumplir 15 años. Uno de cada cinco neonatos moría antes de un año. Hoy, por el contrario, muchos de los bebés que nacen llegarán a ser centenarios. Gran parte es fruto de los avances biomédicos (el jueves, por citar un ejemplo, empezó a administrarse a 21.000 bebés de la Región una nueva vacuna contra 20 serotipos del neumococo). Pero también, y sobre todo, al esfuerzo de esas madres que durante generaciones se volcaron en la mejora de la alimentación, la salud y la higiene de sus hijos. Hemos pasado en un siglo de tener muchos hijos que vivían poco a tener pocos hijos que viven mucho, explica Pérez Díaz. Un cambio sustancial que entraña retos mayúsculos, pues cambia la tradicional estructura piramidal de la población por grupos de edad, pero que está muy alejado de las afirmaciones catastrofistas sobre un apocalipisis demográfico. Nada más lejos. En términos históricos, estamos infinitamente mejor. Otra cuestión es cómo hacer frente a los recursos económicos y sociales que implica el envejecimiento de la población en nuestro estado del bienestar. De ahí que el reto no es tanto demográfico como de políticas públicas transversales que sean eficaces y sostenibles.

Los sondeos son nítidos: las mujeres y los hombres de la UE desearían tener más hijos si pudieran criarlos de forma solvente. Los datos, por el contrario, son tozudos: desde hace décadas las tasas de natalidad están por debajo del nivel de reemplazo generacional, el número de nacimientos por mujer (2,1) necesario para mantener estable la población sin depender de la inmigración. Las diferentes políticas natalistas impulsadas en el Viejo Continente han tenido un efecto muy limitado por el propio envejecimiento de la población. Ni el modelo social escandinavo ni el francés (con ayudas a partir del segundo hijo) exhiben resultados importantes. Tampoco el modelo húngaro del ultraconservador Viktor Orban, que habla del 'suicidio de Europa' y aventa la teoría conspiranoica del 'Gran Reemplazo'. Orban siguió la estela de Polonia, que logró un repunte de la natalidad aunque luego la vio caer hasta su nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Un claro aviso para Orban, que solo ha conseguido que la tasa de nacimientos suba de 1,2 a un modesto 1,6. Mucho se hablará de todo esto en la campaña de las europeas, pues la derecha más radical y populista está haciendo de la caída de la natalidad y de la llegada de inmigrantes, invasión dicen, uno de sus principales frentes.

Una corriente política que discurre por derroteros alejados de la demografía y de la ciencia económica, que sin desdeñar las ayudas a las familias que desean tener más hijos, abogan por medidas más integrales que favorezcan la conciliación familiar y laboral, la emancipación de los jóvenes con mejor acceso a vivienda y mejores salarios, y una aportación relevante de la inmigración para contrarrestar las consecuencias del envejecimiento poblacional. Sin inmigración no habrá crecimiento económico ni sostén para el sistema de pensiones, señalan los expertos. En su último informe anual, los economistas del Banco de España precisan que en los próximos 30 años la tasa de dependencia -ratio entre los mayores de 66 años y el colectivo entre 16 y 66- aumentará en nuestro país en 27 puntos hasta el 54%, mientras que en el promedio de la UE esta tasa subirá solo 16 puntos hasta situarse en el 46%. En esas tres décadas se espera la llegada de 10 millones de personas nacidas en el extranjero en edad de trabajar, pero este flujo es «completamente insuficiente» para mantener estable la actual tasa de dependencia, según el Banco de España. El volumen de inmigrantes tendría que ser tres veces superior de aquí a 2053.

Ahora bien, como en un informe de 2022 apuntaba Ángel de la Fuente, de la Fundación de Estudios Económicos (Fedea), no bastará con una inmigración elevada para garantizar la sostenibilidad de las cuentas públicas. Se necesitará que el grueso de los inmigrantes sean jóvenes con elevado nivel de cualificación y buen dominio del idioma. Y, obviamente, eso podría no ser fácilmente alcanzable. Frente a una política migratoria laxa, De la Fuente apunta que sería más útil una proactiva y selectiva que busque atraer a inmigrantes bien cualificados y tan culturalmente cercanos como sea posible. En definitiva, no hay tanto un problema demográfico como de definición de políticas públicas para esa nueva realidad. Y eso es una conclusión esperanzadora porque está en nuestras manos superar esos enormes desafíos desde el conocimiento experto, que está muy alejado de los discursos ideológicos que intentan aprovecharse de nuestros miedos e incertidumbres.

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