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Cuando aflora la tontería

Diseminan alarmas injustificadas que pueden ser tomadas como verdades, sobre todo en una situación de vulnerabilidad emocional como la actual

Lunes, 13 de abril 2020, 00:51

Al abrigo de estas jornadas de forzosa reclusión, en las que tan admirables muestras de altruismo proliferan, constatamos descorazonados cómo se difunden asimismo deplorables muestras de estupidez rampante. Están a cargo de una caterva de necios que, amparándose en el anonimato de las redes sociales, vierten por pura diversión y con total impunidad sandeces, falsas noticias y maldades sin recato alguno. Diseminan alarmas injustificadas que pueden ser tomadas como verdades, sobre todo en una situación de vulnerabilidad emocional como la actual. Con afirmaciones no pocas veces absurdas, ponen en vilo a la gente, angustiando aún más si cabe a quienes, por las causas que sean, no pueden analizar con rigor las informaciones que les llegan. Provocan situaciones confusas causando serios inconvenientes, en tiempos de una cuestión de tanta trascendencia como la actual epidemia viral. Resulta insólita, por lamentable, la ocurrencia de 'hackear' las redes de los sobrecargados hospitales. Propagar bulos malintencionados. O dar por buenas las consignas de reverenciadas creadoras de opinión sobre modas –me resisto a llamarlas 'influencers'–, erigidas en expertas sanitarias que proponen remedios absurdos, incluso peligrosos, cuando son aceptadas por sus apasionados miles de seguidores. A cuento de qué y con qué finalidad.

Todos estos sujetos estarían incluidos en lo que Carlo Cipolla, en su ensayo 'Allegro ma non troppo', denomina tercera ley fundamental de la estupidez. Se trata de aquellas personas que causan un daño a otra –o a un grupo de ellas– sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí. O incluso produciendo un perjuicio para ellas mismas, porque vaya usted a saber a quién le tocará la prenda. Constituyen manadas de personajes que, en su clasificación, se distinguen con claridad de otras tres categorías en las que encuadrar a los seres humanos: los incautos, los inteligentes y los malvados. No se explica ni se sabe qué tipo de ganancia producen, ni hace falta abismarse en los arcanos de la psiquiatría del comportamiento, para saber sobre esta por ellos tenida digamos diversión, carente del mínimo sentido de la convivencia.

El espíritu crítico –derivado de una formación, no ya excelente sino tan solo medianamente normal– brilla por su ausencia, en un contexto social que favorece la banalidad del pensamiento. Fruto simplemente de unas carencias educativas, propiciadas sin recato por planes docentes que perseveran, en cada escalón del sistema, con eliminar cualquier tipo de aprendizaje que suponga un mínimo esfuerzo. Se da así lugar, por ejemplo, a aberraciones como la que nos ha subyugado recientemente –digna de figurar con honores en el podio de la antología del disparate–, atribuyendo origen catalán nada menos que a Colón y Cervantes. E incluso a Shakespeare. Pasmo irrefrenable para el lector. Planes y más planes se suceden con los distintos gobiernos, arrimando ascuas a sardinas ya putrefactas. Advertimos un descenso irrefrenable a las catacumbas de la estulticia, para contentar a unos y a otros, rebajando la exigencia hasta, si no recuerdo mal, aprobar al suspendido o algo así.

Formular especulaciones sin fuste, queriendo ser ocurrentes o graciosos, puede ser pernicioso para los demás

Los reiterados lamentos acerca de la progresiva desaparición de las humanidades en esos planes –como muestras de un voluntarismo que no encuentra eco– han creado legiones de incultos que exasperan al sentido común. Buena culpa del dislate cabe atribuírselo a determinadas cadenas de televisión, empeñadas en extender la burricie. Como un bumerán sonrojan estas barbaridades por no poseer conocimientos que deberían ser parte del acervo común. A nadie escapa que el instrumento más poderoso de destrucción masiva que se ha apoderado de este panorama. Me refiero a la telefonía móvil. O sea, instrumentos esenciales en el progreso humano que facilitan tantas cosas, como informar, deleitar y educar en la buena dirección. Y lo convierten, sin embargo, en un vertedero de trivialidades y absurdos sin cuento. También la energía atómica tiene un lado bifronte, pues igual sirve para salvar vidas que para crear bombas. Depende de la finalidad que se asigne.

Mientras tanto, permanecemos confinados a la espera de que se solucione este cataclismo brutal en el que estamos inmersos y que nos proporciona la posibilidad de replantearnos nuestra visión del mundo. Sirve para reflexionar con sosiego y meditación sobre las cosas importantes. Entre otras, entender que formular especulaciones sin fuste, queriendo ser ocurrentes o graciosos, puede ser pernicioso para los demás. La considero una propuesta que debemos tener presente, ante el radical y absoluto cambio total en los modos de pensar, ser y existir que se avecina. La sociedad que salga después de lo acontecido no tendrá nada que ver con la que hasta ahora hemos conocido.

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