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Cuando el lascivo dios Zeus vio a la princesa fenicia Europa bañándose en la costa quedó prendado de su belleza. Transformado en un toro blanco ... se acercó a ella quien, infeliz y confiada, quiso jugar con él, al parecerle pacifico animal, subiendo a su lomo. Fue entonces que Zeus emprendió veloz huida y la llevó a Creta donde la cortejó y sedujo con hermosos regalos: un collar hecho por Hefesto, un autómata de bronce, el perro 'Lélape' que no soltaba nunca su presa y una jabalina que jamás erraba. Además, tuvo con ella tres hijos. Cuentan que el rey Agénor al saber del rapto de su amada hija corrió a la orilla del mar y mirando a occidente gritó su nombre. Viendo dónde dirigían la mirada los que lo acompañaban terminó llamando Europa a aquella tierra allende el mediterráneo.
Observación amplia, según los griegos, o atardecer, para los fenicios es el nombre del segundo de los siete continentes, esta querida Europa en la que nacemos, vivimos, gozamos, padecemos y morimos. No es motivo de este artículo escribir sobre su historia, pero sí sostengo que nuestras raíces son Roma y la Cruz. Tras las muchas guerras que asolaron el continente acabando con gran parte de la juventud, terminada la tremenda Segunda Guerra Mundial cinco hombres buenos en la creencia de que una unión económica sería poderoso freno para evitar otra contienda pusieron los cimientos de la Comunidad Económica Europea. Desde 1948 hasta 1957, Monnet, Schuman, Adenauer, De Gasperi y Spaak, en representación de Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos, discutieron, acordaron y por fin fundaron la CEE. Y lo que en principio se limitaba a acuerdos en materia económica se fue ampliando a políticas sociales, medioambientales, financieras, de inmigración, de salud pública y varias más. Tras la incorporación de muchas más naciones, en 1993 cambia el nombre de Comunidad Económica Europea a Unión Europea que es a la que pertenecemos y a la que acabamos de mandar unos cuantos eurodiputados para una gobernanza que cada día influye más en nuestras vidas.
No todo es de color de rosa. Cada vez hay más europeos que creen que entre funcionarios excesivamente bien acomodados, socialistas presos de su obsoleta ideología y ultraizquierdistas de la mano de ecologistas intransigentes están secuestrando a aquella Europa común, solidaria, plena de ambiciosos proyectos, tendentes a proporcionarnos un mejor nivel de vida. Algo funciona mal cuando en Italia, Francia, Alemania, Países Bajos y Polonia los electores han premiado a aquellos partidos muy críticos con las personas que mandan en la Unión Europea y las políticas de ultraizquierda que están imponiendo. En nuestra querida España, el fracaso de las izquierdas y, sobre todo, de los comunistas ha sido sonado. Con sorpresa para algunos, y escándalo para perdedores, medios de comunicación y tertulianos alquilados, un pequeño partido, Se Acabó la Fiesta, sin financiación alguna y solo utilizando las redes sociales ha conseguido situar en el Parlamento Europeo tres candidatos. Algo quiere decir, y no muy bueno, sobre la forma y manera de funcionar de esa Europa de los mercaderes que, poco a poco, ha ido abandonando sus raíces culturales y cristianas, dedicando esfuerzos y euros a mantener a una privilegiada casta de funcionarios y políticos que influenciados en parte por el credo calvinista del 'Tanto tienes, tanto vales' y por los peligrosos dogmas de la izquierda ecológica están originando un creciente y peligroso rechazo.
Valga un ejemplo: la obsesión por el cambio climático. Claro que estamos asistiendo a un cambio, negarlo sería una estupidez como lo es desconocer que ese cambio lo han padecido generaciones y generaciones de terrícolas a lo largo de miles de años. Señalar como causante únicamente al progreso industrial es propio de los fundamentalistas que, enemigos del desarrollo, parecen querer la vuelta a las cavernas y a las hambrunas para así, repartiendo algunas migajas, poder dominar la tierra y tenernos a todos, pobres vasallos, lampando. La peligrosa agenda 2030, el ataque a la agricultura como factor contaminante, la sobreprotección a la industria alemana de los coches eléctricos, a la que auguro un sonado fracaso, son en parte el motivo de la desafección.
Como europeísta convencido hago votos porque en esta etapa que se avecina el nuevo Parlamento Europeo, volviendo a sus raíces y recordando el espíritu que animó a los padres fundadores sea capaz de evitar que el malvado Zeus y su caterva fundamentalista rapten de nuevo a nuestra querida Europa.
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