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Cuando Televisión Española empezó a retransmitir partidos de fútbol instaló micrófonos de ambiente a ras del césped para gran satisfacción de muchos telespectadores, que podían ... ver cómodamente desde casa un encuentro y saber lo que decía el entrenador a los jugadores cuando les gritaba situado al borde de la banda. Otras dos incógnitas aún estaban y están irresolutas: ¿cuáles serían los componentes de aquella agua mágica que en el momento que el masajista la rociaba sobre la parte dañada del jugador abatido por la feroz entrada del contrario bastaba su contacto para que el postrado se levantara en un tris y siguiera jugando como si nada?, ¿qué rara melodía salía del pito del árbitro cuando al dar por finalizada la contienda aquellos veintidós que se habían enzarzado en una lucha titánica empujándose, pateándose, insultándose, una vez oído el silbato se abrazaran, casi como Rubiales a Jenni, y salieran del campo tan hermanados?
Choque Madrid-Barcelona. Entrena a los blancos Miguel Muñoz, máxima tensión. El míster se acerca a la banda, su voz va a ser recogida por el micrófono más cercano, ¡albricias!, por fin vamos a ver satisfecha una de las misteriosas dudas. Entonces Muñoz exclama con voz tonante dirigida a los once merengues: «Jugar fútbol». ¿Cabe mejor consejo? En este momento por el que nuestra España está atravesando, con los políticos a garrotazos, el Gobierno en funciones dividido y desnortado, don Sánchez babeando por unos pocos votos que le permitan seguir algún tiempo más en la poltrona aun a costa de dinamitar los cimientos de nuestra convivencia, los independentistas enchulados conscientes de la debilidad del derretido presidente subiendo cada hora el precio de su chantaje, y los proetarras abrazados al impresentable del presidente agradecidos a su blanqueo, aparece alguien con autoridad, experiencia, cordura y sabiduría, coronado o sin coronar, gritando como Muñoz: «Haced política, dejaros de gilipolleces y trabajar para mejorar la vida de los españoles».
Difícil encargo pues muchos de los amonestados proceden de esa pésima escuela que son las juventudes de los partidos donde lo primero que aprenden es a escalar puestos a base de lamer el culo al jefe, zancadillear al compañero, utilizar las redes sociales para calumniar a quien quiera disputarle un puesto del ascenso, y una vez conseguido solo se afanan en mantenerlo. Haced política, grita el demiurgo, pero no la marrullera, la de la mentira, la puñalada a traición, la calumnia infundada; haced la de altos vuelos, la de la nobleza en el comportamiento, la del mutuo respeto a todos y a todo, la del consenso, la de la buena gestión para conseguir el bien común, la mejora de vida de los sufridos españoles. No es eso, por desgracia, lo que les han enseñado en esas inútiles escuelas de juventud que me recuerdan, salvando las distancias, y sin ánimo de ofender, a las del Frente de Juventudes, y otras de antes de la guerra, alemanas, italianas y soviéticas, deberían ser suprimidas y así tendríamos la garantía de que, eliminado el vivero donde solo se aprende a medrar y a vivir a costa del sacrificio de tantos españoles, los que quisieran doctorarse en el noble arte de la política tendrían que hacerlo por libre.
No toda la culpa es de estos juveniles políticos que no se comerían una rosca si no fuera por esa perversa ley electoral que aún seguimos padeciendo. Las listas cerradas y bloqueadas no permiten la elección del representante por el representado sino que son los aparatos de los partidos y, en muchos casos, ni esos sino el jefe el que designa a los candidatos y a nosotros electores que, según los mandamases, seguimos sin estar suficientemente maduros para saber lo que nos conviene, bastante nos queda con poder votar lo que ellos tan sabios, tan prepotentes, tan magnánimos nos ponen en las papeletas. Por eso el aspirante para ocupar un puesto en la lista debe poner en práctica todo lo aprendido en su escuela juvenil sin que importe su currículo, su capacidad, sus cualidades; basta que le caiga bien al jefe, que le prometa lealtad eterna, que le sepa reír las gracias y darle siempre la razón para que pueda ver su nombre en la papeleta.
Volvamos al balompié, por donde empezamos, cuando el equipo no va bien se cesa al entrenador. Los peperos cambiaron no hace mucho de míster y ayudante, ¿cambiarán los socialistas a su errado entrenador? Más les valdría y nos valdría.
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