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Veinte de enero de 1960. Juan Pablo de Lojendio e Irure, embajador de España en Cuba, está sentado en su casa de La Habana viendo ... por televisión al déspota de Fidel Castro enredado en uno de sus insoportables discursos cuando de repente empieza a insultar a España, acusándole a él directamente de conspirar contra el régimen castrista. Lojendio no tarda un segundo en reaccionar: pide el coche, se planta en el plató, sube al estrado desde donde Castro está largando su calumniosa soflama y pide micro para contestar a tanta mentira. Imaginen el carajal: de inmediato cortan la emisión y oficiales castristas y algún periodista adicto al régimen rodean al embajador que se ve obligado a abandonar los estudios. A la mañana siguiente, el Gobierno castrista lo expulsa de Cuba y decide retirar su embajador en España. La reacción de ese vasco de hierro, amante de España, fiel a la verdad y que murió en Roma siendo embajador, tal vez no se correspondió con los usos diplomáticos en vigor pero un español de bien no debe quedar quieto si alguien ofende a España.
Recién sabemos que en nuestra embajada en Caracas se ha permitido la entrada de dos detestables sicarios del narcodictador Maduro para allí, en suelo español, coaccionar de la manera más vil al electo presidente de Venezuela, Edmundo González Urrutia. Maduro se resiste a admitir que los venezolanos no lo han querido mantener en la presidencia y, utilizando todas las armas de un cruel tirano, tras negarse a mostrar las actas del escrutinio, se autoproclama ganador y ordena perseguir, encarcelar, torturar e incluso asesinar a todos los que duden de su victoria en las urnas. Edmundo González, para salvar su vida, tiene que refugiarse en la embajada de los Países Bajos que lo acoge dada la relación de amistad con el embajador. Allí tiene noticia de que Maduro ha decidido expulsarlo del país, no le interesa hacerlo un mártir, por lo que debe exiliarse voluntariamente ya que, de no hacerlo, él y su familia corren peligro. Edmundo acepta salir de Venezuela, pero se le exige firmar un papel reconociendo vergonzosamente su derrota; el infamante documento lo portan una ministra muy conocida nuestra por las maletas que el ministro Ábalos y su querido Koldo recogieron en Barajas y su hermanito, actual presidente de la Asamblea Nacional venezolana. El embajador no permite la entrada en suelo holandés a esos sicarios ni que allí se extorsione al presidente electo. Edmundo se ve perdido y teme por su familia, algún zapateril contador de nubes al servicio de Maduro le hace llegar a través de un diputado venezolano que en nuestra embajada será bien recibido y que allí puede sellar el acuerdo y disponer de un medio de transporte para poder salir del país. El presidente electo abandona suelo holandés y pisa suelo español. En nuestra embajada aparecen Delcy y su hermanito portando el infamante papel que Edmundo tiene que firmar sí o sí. Y en este dramático vodevil, ¿cuál ha sido el papel de nuestro embajador? Don Ramón Santos, fan del chavismo, parece que se ha limitado a poner la mesa, el mantel, los vasos y una buena botella de Chivas 12 años, aunque parece que no debía estar muy al tanto de ese menester porque, según el hermanito de doña Delcy, faltaba el hielo y allá que tuvo que ir nuestro representante a por unos cubitos: ¡Marchando una de hielo!
Feijóo reacciona: nuestra embajada no puede dar cobijo a unos extorsionadores, y al mentiroso Albares, con ese lenguaje atronador que se suele usar cuando uno tiene que tapar sus vergüenzas, no se le ocurre otra cosa que exigir al líder de la oposición que pida perdón por haber acusado al Gobierno de coaccionador. Veo al ministro igual de zafio, pero más inquieto que nunca, tal vez barrunta que tiene el pie más fuera que dentro del Ministerio. El embajador no coaccionó a nadie, bastante hacía con traer hielo, y también chocolate, eso sí, venezolano, pero permitió que pisaran suelo español dos indeseables chantajistas, una de ellos con prohibición expresa, y en ese nuestro suelo obligaran al presidente electo, con amenazas, a abandonar su patria. El embajador, el ministro de Exteriores y el presidente del Gobierno son cooperadores necesarios de este bochornoso acto tal vez delictivo que avergüenza a todos los españoles de bien. Qué diferencia de embajadores, uno de hierro y otro del hielo.
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