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Nombrar a Pericles y sacar a relucir la democracia es todo uno, pero el famoso ateniense no fue su creador, cuando llegó al poder esta ... forma de gobierno ya estaba asentada en Atenas. El mítico rey Cécrope I, hijo de Gea, diosa de la Tierra, quien reinó en la capital griega casi cincuenta años, enseñó a sus habitantes a construir con madera, cultivar la viña y enterrar a los muertos. Instituyó, además, el matrimonio, inventó el censo, propició la monogamia, prohibió los sacrificios humanos al dios Zeus cambiándolos por ofertas de tortas de cebada y fundó una religión que tenía como pilares básicos la familia y la libertad de los individuos para expresar sus opiniones y decidir sobre el gobierno de la ciudad.
Siglos después, con la democracia ya consolidada y una vez ascendido por el voto popular a la cúspide del poder político y militar, el joven Pericles se esforzó por orientar y dirigir un sistema en el que el poder residía en la asamblea popular y lo que ésta decidía con el voto directo e igualitario de la mayoría de los ciudadanos libres. Los cargos políticos y militares no eran fijos, se elegían por sorteo y no duraban más de un año.
El diccionario de la lengua define democracia como una «forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos». El aprovechado 'homo sapiens' político ha sido capaz de dar la vuelta al término para acomodarlo a sus torticeras intenciones. Bastaba con añadir algún que otro 'palabro' para conseguir resultados diferentes: 'Democracia cristiana', la que aúna principios democráticos con algunos postulados de la doctrina y el pensamiento socialcristiano; 'Democracia directa', la que se ejerce por el pueblo sin mediación de representantes; 'Democracia orgánica', la que se atribuía al régimen franquista donde familia, municipio y sindicatos elegían sus representantes en Cortes; 'Democracia popular', sistema de gobierno de los regímenes marxistas con total supresión de las libertades. Vemos cómo con algún añadido se secuestra la idea y el concepto, pero la más curiosa acepción es la que desde un tiempo a esta parte padecemos: 'Democracia Juan Palomo', Sánchez decreta, ejecuta y juzga y los que no obedezcan a sus totalitarios caprichos son fachas ultraderechistas.
Desde la Transición hemos disfrutado de una democracia que nos ha servido para vivir en paz y concordia. Sánchez y su Gobierno social-comunista pretenden acabar con ella secuestrando la soberanía popular, eliminando todo control a su poder, apropiándose de las instituciones que son del Estado, prostituyendo al Tribunal Constitucional, intentando amedrentar a los jueces. Disfrazados de demócratas van paso a paso maquillando la tiranía de un régimen autócrata con un presidente investido de un poder personal rayano en el despotismo.
En nuestra Constitución la separación de poderes, aunque claramente enunciada, no está suficientemente diseñada. La soberanía reside en el pueblo que elige a sus representantes pero en listas cerradas y bloqueadas por lo que los diputados dependen de los partidos que los proponen y no de los ciudadanos que los votan. El presidente del Gobierno es elegido por esos diputados partidistas no por el pueblo soberano, y en cuanto al gobierno de los jueces es ejercido, mayoritariamente, por magistrados elegidos por los políticos. La división de poderes deja bastante que desear.
Antes de que todo salte por los aires, gobernados como estamos por estos incapaces en gresca continua, con un presidente ególatra y totalitario, cercado por la corrupción que ya está llegando a su persona, los españoles tenemos la obligación de exigir que se nos devuelva la voz aunque por ahora sea escasa, pero mejor eso que el silencio al que intentan condenarnos estos 'demócratas' de Juan Palomo.
No debe tener mucha fe don Sánchez en lo que augura el recién ascendido Tezanos, porque si la tuviera no sé a qué espera para convocar elecciones en las que, según los arúspices, arrasaría y podría seguir disfrutando de todas las prebendas del poder legitimado por los votos populares.
A estos demócratas de pacotilla, alérgicos a los libros y listos pero poco, me permito apuntarles que en la libre Atenas la peor condena para un político tenido por corrupto era el ostracismo, un destierro de muchos años unido al escarnio y el deshonor. Juan Palomo Sánchez, yo me lo guiso yo me lo como, se ha ganado a pulso este destierro.
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