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Recién el petrolero 'Front Siena', con bandera de Hong Kong y 150.000 toneladas de crudo en sus bodegas, a punto estuvo de colisionar con ... La Punta Podadera en las inmediaciones de la bocana del Puerto de Cartagena. La decidida actuación del práctico don Antonio Lario evitó la catástrofe que hubiera supuesto un gran desastre medioambiental. Desde la lancha de prácticos, navegando en demanda del petrolero, don Antonio observó incrédulo que el buque seguía una derrota equivocada y a más de diez nudos, una velocidad indebida para un atraque. Al llegar al costado de la nave, y empezar a trepar por la escala de gato, con gran sorpresa vio que no había ningún miembro de la tripulación esperándolo con luz suficiente para ayudarle en la maniobra de subida siempre arriesgada y más si la mar y el viento no acompañan. A la carrera se dirigió al puente de mando y, para su asombro, vio al capitán y parte de la oficialidad distraídos, totalmente ajenos a la tragedia que se avecinaba. Tomó de inmediato el mando y dio la orden tan temida: ¡Atrás, emergencia! Tras ordenar fondeo por popa a babor y estribor, pudo respirar al comprobar que había conseguido parar el buque venciendo la tremenda inercia de ese mamotreto. Desastre conjurado, tripulación despedida, capitán expedientado y práctico homenajeado.
La nave España, con 48 millones de personas a bordo, siguiendo una derrota suicida y a velocidad inadecuada, se encuentra en grave peligro de colisión y posterior naufragio por culpa de la impericia y mala fe de su capitán Barbarroja Sánchez y de toda la oficialidad a sus ordenes. A pesar de tener la buena derrota que llevaría a su destino claramente marcada en la carta náutica, las ordenes equívocas que, vía satélite, le está dando un prófugo desertor, ponen en peligro nave y pasajeros. Barbarroja Sánchez las cumple encantado a cambio de su permanencia en el mando, sabiendo que, si hay colisión y naugragio, él y alguno de sus oficiales, al grito de 'Sálvese quien pueda', utilizarán alguno de los botes salvavidas después de desfondar el resto para que nadie más pueda librarse del naufragio y exigirle responsabilidades. Una parte de la antigua oficialidad está apartada del mando a causa de viejos errores y exceso de dejadez. Conscientes del peligro advierten a los pasajeros, algunos reaccionan y empiezan a preocuparse, pero otros, abducidos por los encantos y mentiras de Barbarroja Sánchez, siguen confiando en la destreza del capitán para llevarlos a la tierra de promisión, el paraíso sanchista donde podrán disfrutar de todos los bienes de la naturaleza sin dar un palo al agua.
Mientras parte de los pasajeros siguen en su ficticia ensoñación, avispados oficiales, a las órdenes del capitán y su emprendedora esposa, no paran de abordar los camarotes birlando cuanto pueden, lo que incrementará el botín ya sustraído con todo el tesoro que en consigna llevaban a bordo. En las cámaras del capitán y las de los oficiales, el buen vino, los mejores mariscos y las más exquisitas viandas llenan las mesas, mientras pasajeros y resto de la tripulación empiezan a pasar hambre y eso es el principio de un motín. Es el momento en que alguien, con autoridad y prestigio, al igual que nuestro don Antonio, dé la voz esperada por muchos: «¡Atrás, emergencia!» y, a continuación, ordene fondeo por popa a barbas de gato. La nao detendrá su marcha, Barbarroja Sánchez y toda su oficialidad serán aherrojados, y de nuevo, tras reparar los daños que la emergencia ha causado, con el rumbo y la velocidad adecuada, España podrá seguir su singladura de paz, concordia y progreso.
Disculpen, mis queridos lectores si, aprovechando mi quincenal columna, les he hecho partícipes de uno de mis más recientes sueños náuticos. Existe, qué duda cabe, preocupación y congoja entre muchos de nuestros paisanos y, sin pecar de pesimista, opino que se quedan cortos. España está al borde del abismo por culpa de un gobernante con la razón perdida, obsesionado con el poder, asustado ahora por lo que se le avecina y dispuesto a cualquier barbaridad con tal de seguir al mando desde donde cree que puede evitar su tragedia. La cuadrilla de indeseables trincones que lo secundan, mientras se siguen llenando los bolsillos, intentarán todo para evitar la derrota. Este es el momento para que alguien con corona o toga alce la voz y con toda razón ordene: «¡Atrás, emergencia!»
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