Acoso escolar
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El sistema educativo español no tiene ni quiere tener una cultura de la vigilancia lo suficientemente desarrollada como para detener de inmediato el 'bullying'La publicación, durante esta pasada semana, del estudio 'Percepción sobre el 'bullying' en la sociedad española' ha confirmado con datos fehacientes lo que, por otro ... lado, ya intuíamos muchos: España tiene un serio problema en el acoso escolar, el cual sufre uno de cada cuatro chicos y chicas. El trabajo, que ha sido elaborado a partir de las opiniones de más de 4.000 alumnos de entre 5 y 18 años, de sus profesores y de sus padres, permite dimensionar la magnitud de una lacra que no hace sino crecer y adquirir una proporción sistémica. Y lo peor de todo: conforme mayor es la repercusión que el 'bullying' tiene entre las vidas de los más jóvenes, más obscena se revela la pasividad con la que los centros educativos y las instituciones gestionan el tema. De hecho, uno de los factores que mejor explican este incremento del acoso en las aulas, y que es subrayado de manera especial por el referido estudio, es que las escuelas y los institutos están fallando a la hora de detectar y poner límite a estas agresiones.
Todos hemos tenido cerca o muy cerca algún caso de 'bullying'. Y, cuando se pone en conocimiento del profesor o tutor de turno, la reacción más habitual es restarle importancia al asunto y etiquetarlo como 'cosas de niños'. «Ya sabes cómo son los críos» –soltará el docente con la seguridad de quien cree conocer la naturaleza humana y estar seguro de que se trata de «cosas pasajeras»–. El sistema educativo español no tiene ni quiere tener una cultura de la vigilancia lo suficientemente desarrollada como para detener de inmediato las situaciones de acoso escolar. Es más, no es que exista dejadez: lo que hay, más bien, es complicidad con la violencia. Y esta complicidad se expresa por medio de varias 'reacciones tipo' que terminan por dar respaldo a los acosadores.
El primero y más común de tales perfiles de comportamiento es el de restar importancia a los casos de 'bullying' no porque no se crea en su existencia, sino por evitar enfrentarse a situaciones difíciles que pueden complicar la vida de todos. Un tanto por ciento elevado de los docentes están lo suficientemente quemados por sus condiciones de trabajo –ratios por aula elevadísimas, burocracias cada vez más desquiciantes, conflictividad social en aumento– como para que, además de ello, tengan que actuar como mediadores y añadir más estrés a sus vidas. El profesor es el primer eslabón de la cadena, la persona más capacitada para detectar cualquier mínima tensión que se produzca en el aula. Si este primer filtro –por desmotivación, principalmente– es sobrepasado, el problema solo podrá crecer. Y es que, después del profesor, lo que hay es un desierto hasta llegar a otras instancias educativas.
Un segundo tipo de respuesta ante las sospechas de un posible caso de 'bullying' es no creer a la víctima. Porque en España, por definición, no se cree a las víctimas. Y son ellas –y no los agresores– las que tienen que justificarse. Vivimos en una sociedad en la que la persona insultada, maltratada, acosada, golpeada... se tiene que enfrentar, a priori, a ser puesta bajo sospecha cada vez que ha realizado una denuncia. Ni que decir tiene que, cuando nos encontramos con niños y adolescentes – a los que se les presupone una mayor inclinación a inventar, exagerar, imaginar, tergiversar, etc–, el descrédito inicial es todavía mayor. Como el niño o la niña no aparezca con un ojo morado, la mandíbula rota o heridas por el cuerpo, el argumento de verdad se le deniega o, en su defecto, se le devalúa hasta el nivel del «comportamiento normal».
Y es que he aquí una tercera razón que explicaría la permisividad de las escuelas con el 'bullying': la normalización del acoso. El ya referido estudio informa de que, en el 60 % de las ocasiones, el acoso adquiere la forma de ataques psicológicos –burlas, motes– o de insultos continuados; en el 40% se manifiesta a través de la exclusión y el vacío social; y, en el 28% de los casos, a través de la agresión física. Qué duda cabe de que, para una gran parte de la población –incluido, por tanto, el profesorado–, las burlas y los motes no forman parte de una categoría tan 'dramática' como la del acoso escolar. Se trata de una forma de relación entre individuos que viene 'de toda la vida' y que forma parte de la idiosincrasia escolar. Es como decirle piropos a una mujer por la calle –«si quitamos eso, nos cargamos nuestra cultura y nuestra libertad», dirá una no despreciable mayoría–..
Además, en un vertiginoso proceso de 'revirilización' de la sociedad como el que estamos viviendo, los niños y niñas han de curtirse para afrontar la vida, superar su fragilidad, soportar las dificultades y el escarnio de los otros. «La vida es jodida», te dirán los sabios conservadores. Y, camuflados entre los que reclaman el regreso de la cultura del esfuerzo, anidan los forjadores de caracteres, los patriotas que no consienten la debilidad y consideran que la mano dura es la mejor maestra de la vida. Esos que piensan en tales términos son los que, en definitiva, educan a sus hijos en la perpetuación de los estereotipos y los que, por tanto, convierten a sus vástagos en policías de la normatividad. En un momento en el que la legislación es más amplia que nunca en lo que a la salvaguarda de la diversidad se refiere, la educación en estereotipos vuelve a expandirse como una mancha negra. Y eso, claro está, se traduce en un incremento incesante de los casos de 'bullying'.
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