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Hace pocos meses, se cumplían 45 años del diagnóstico de la última persona afectada de viruela humana. Sucedió en Somalia, allá por octubre de 1977. ... Lejos queda ya, por tanto, la fecha en que la Humanidad daba casi por finalizada su lucha contra un verdadero 'exterminador', un virus de la familia Poxviridae que quedaba oficialmente erradicado un par de años más tarde, en la primavera de 1980. Desaparecía dejando tras de sí un legado de millones y millones de muertes a lo largo de los siglos, dando sus últimos coletazos en los países que conforman el cuerno de África. Resulta curioso pensar que fueran las observaciones del médico inglés Edward Jenner, a principios del siglo XIX, las que, tras inocular el virus de la viruela bovina en personas sanas para protegerlas de la viruela humana, sentaran las bases de las primeras vacunaciones, que, entre otras consecuencias, acabarían casi dos siglos más tarde con tan tremenda lacra.
En estos tiempos que corren, donde casi todo se vuelve obsoleto al instante, sería impropio, casi temerario diría yo, indicar que lo sucedido con la viruela hace algunas décadas, o incluso hace casi 200 años, pudiera tener cierta relevancia en el pasado 2022. Y, sin embargo, el título de este artículo parece desafiar esta afirmación. ¿Por qué deberíamos considerar 2022 el año de las viruelas? ¿Qué ha sucedido que sustente tal afirmación? ¿Ha resurgido el monstruo de sus cenizas? No, afortunadamente no. Esta afirmación, se basa en que en el año recién acabado, se han presentado en España 'dos viruelas' que no estaban en 2021: la viruela del mono o viruela símica, la que más les sonará, que durante algunas semanas nos hizo recordar lo sucedido a principios de 2020, y la viruela ovina, que hoy en día mantiene en jaque a todo el sector de los pequeños rumiantes tras su presentación en varias comarcas españolas. Vamos por partes.
Es evidente que para una sociedad donde la pandemia de Covid-19 está aún tan reciente, la aparición a mediados de mayo de los primeros casos de viruela del mono, convertidos en un corto espacio de tiempo en cientos y miles, hizo rememorar, al menos por momentos, parte de la incertidumbre que ocasionó el famoso coronavirus SARS-CoV-2 un par de años antes. Así lo entendió la Organización Mundial de la Salud, que llegó a declararla en julio «emergencia de salud pública de interés internacional», evento extraordinario que requiere una respuesta internacional coordinada. Afortunadamente, el monkeypox virus que ocasiona esta infección no ha tenido los efectos devastadores de la Covid-19, ni mucho menos de la viruela humana. Pero sí nos ha enseñado que los virus cambian, evolucionan, y que debemos estar preparados para afrontar las consecuencias de todo ello. La viruela del mono es una zoonosis (enfermedad transmisible de forma natural entre los animales y el ser humano), de la que se desconocen con exactitud qué animales mantienen el virus en la naturaleza (se sospecha de la participación de roedores o incluso algunos monos del continente africano). Y que ha sido capaz, por primera vez, de generar un evento global que hoy en día roza los 83.500 casos confirmados, 7.500 de ellos en nuestro país. Pueden parecer pocos en comparación con la Covid-19 o la gripe, pero hablamos de un virus que parece haber aumentado muchísimo su capacidad para transmitirse entre los seres humanos. Antes de este año, los casos diagnosticados a nivel mundial eran de apenas unos centenares de personas y en muchos casos, ligados al contacto directo con animales infectados.
Afortunadamente, la epidemia actual ha generado solo una veintena de fallecidos, y la situación parece controlada en estos momentos. Pero el virus de la viruela del mono nos ha mostrado en 2022 su capacidad para adaptarse mejor a nosotros. Tal vez aprovechando el 'hueco' dejado por su pariente humano hace casi 50 años, o el fin de la vacunación obligatoria frente a la viruela humana en los años 80, pues la vacuna frente a la viruela humana otorgaba protección frente a la viruela símica.
El segundo visitante de este 2022 es un viejo conocido. Un capripoxvirus, también de la familia Poxviridae, presente en los rebaños españoles hasta hace unos 50 años, cuando fue erradicado. Curiosamente, casi al mismo tiempo que la viruela humana desaparecía de la faz de la Tierra. Se trata de un virus específico de ovejas y cabras, que no afecta al ser humano y cuya presencia en España, confirmada oficialmente en septiembre de este año, ha supuesto un problema añadido para el sector. Por su propio efecto sobre los rebaños afectados (que deben sacrificarse inmediatamente tras la detección para evitar la propagación del virus) como por las posibles restricciones asociadas a su presencia en relación con la venta y movimiento de animales vivos a terceros países. Un inconveniente más en un momento difícil para un sector agobiado por el incremento de los precios de la alimentación y la electricidad.
Afortunadamente, ni la viruela del mono ha generado un efecto tan grave como el que se podía temer en mayo y junio de este año, ni, de momento, la viruela ovina ha ocasionado un impacto tan catastrófico como se podía plantear a finales de septiembre. Dos enfermedades infecciosas causadas por poxvirus que han llegado y que nos indican claramente lo que, tal vez, podemos esperar en años venideros.
En un mundo tan globalizado e influenciado por factores como el movimiento de personas, el comercio o el cambio climático, solo nos queda estar lo mejor preparados posible para enfrentar lo que vendrá. De momento, 2022 bien podría ser considerado el año de las viruelas.
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