Borrar

Para cualquiera que tenga una edad es bastante evidente que en sociedad no siempre se hace lo que quiere la mayoría, sino lo que quiere el que habla o grita más fuerte. La voluntad general queda en muchas ocasiones postergada, ante la frustración callada de la mayoría.

Ha habido casos en los que el empuje de los más apasionados minoritarios ha llevado a cosas positivas. En un país con las telarañas del Antiguo Régimen, por ejemplo, los liberales de Cádiz lograron adelantar por un momento la historia de España, gracias a la épica elocuencia de personajes como Argüelles. Pero también ha habido otras tristes ocasiones en las que una minoría extremista ha alcanzado el poder y ha causado mucho mal con un apoyo social minoritario, aprovechando momentos de profunda crisis social, bien sean movimientos fascistas, comunistas o extremistas de cualquier pelaje. Los cuales, insisto, históricamente han sido minoritarios, aunque hayan terminado en ocasiones por imponer su voluntad al resto.

Mi reflexión viene al hilo de ese mundo paralelo de ruptura y crispación que está creando una parte destacada de los dirigentes políticos, que en una coyuntura tan delicada como la actual sobra. La española no es una sociedad quebrada, ni está al borde de la ruptura, por mucho que alguno nos quiera vender ese relato. Y tengo también muy claro que se puede ser sensato y moderado sin dejar de ser contundente en la crítica. Pero no podemos perder ni la educación ni el respeto. No podemos dejarnos llevar por el discurso de los más exaltados, de los que juegan con los sentimientos a flor de piel.

En estos meses ha triunfado el tacticismo partidista más deleznable en prácticamente todos los partidos políticos. Y digo a conciencia partidos, no políticos en general, pues me consta que muchos aborrecen lo que está sucediendo. Esto ahora no toca y nos están dejando huérfanos a los ciudadanos que queremos, simple y llanamente, tirar para adelante.

Para mí es muy evidente que, a pesar de los errores de bulto en la gestión de esta crisis sanitaria, los españoles han dado un ejemplo extraordinario estos casi tres meses. Mayoritariamente se han quedado en sus casas y han cumplido las normas. No por sumisión, sino como responsables ciudadanos. Creo que todos estamos muy preocupados sobre los efectos secundarios de esta pandemia en la salud, la economía y nuestra forma de vida. Algunos han perdido, además, a sus seres queridos, el trabajo o han padecido la enfermedad. Pero tenemos la obligación moral de intentar volver a la normalidad desde el respeto y huyendo de aspavientos.

No se puede tampoco aparentar una normalidad si no la hemos conseguido. Ni hacernos creer que estamos felizmente pasando un rato ni ocultar la realidad. Algunas instituciones lo han hecho objetivamente mal: las autoridades sanitarias nacionales no han sido capaces ni de reconocer el número de fallecidos, que superan con creces los 28.000 anunciados; tampoco lo ha hecho bien el CIS, que no está para crear, sino para medir cuál es la opinión de los españoles; el Gobierno no puede pedir perdón y reconocer alguna culpa con tres meses de retraso; no se deben mezclar asuntos sanitarios con reformas económicas de calado, sin consenso; no se puede tratar de tonta a la ciudadanía.

Los políticos tienen en sus manos algo tan importante como el bien común y señalar hacia dónde hay que ir. Tienen la obligación de hacer sociedad. Me alegro de que haya algún referente, aunque sea aislado, del ejercicio de esa responsabilidad, como José Luis Martínez Almeida, Edmundo Bal o Javier Lambán. Me sobran los discursos de crispadores profesionales como los de Pablo Iglesias, Abascal, Álvarez de Toledo, Simancas o Gestoso, que ya no sabe a quién disparar. Sigan ustedes despotricando, pero desde luego yo no les voy a aplaudir.

No podemos tumbar por nuestra única y santa voluntad a un gobierno. Ya les llegará la hora. En democracia tenemos herramientas de sobra para conseguirlo. La más potente reside en las urnas. Y ahí la voluntad de la mayoría podrá vencer. Mientras tanto, ejercer el derecho a discrepar es una obligación. Pero demostremos el nivel, incluso con los supuestamente nuestros. Los partidos políticos no son una religión, son un instrumento para alcanzar el objetivo de una sociedad mejor. Si alguno hace lo contrario, está de más.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad El abusón de la clase no debe ganar