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La pandemia no da un respiro e impide iniciar ese reparador proceso de duelo por los 1.071 muertos que ya acumulamos en la Región desde marzo pasado. Hay una desgarradora pérdida de amigos, familiares y conocidos a causa de las tres olas infecciosas que ya acumula este terrible coronavirus. En términos de letalidad, cada cual ha sido peor. El Sars-Cov-2 nos ha trastocado la vida, incluido el proceso natural de la muerte, un tránsito que, antaño, en los instantes crepusculares podía emprenderse rodeado de los seres queridos. En muchos de ese más de millar de óbitos no hubo posibilidad de despedida, solo la soledad impuesta por el riesgo de contagio. Con el tiempo, los protocolos han permitido un cierto contacto con los familiares en esos momentos tan amargos. En este periódico no perdemos de vista que detrás de cada cifra, de cada curva, de cada dato, hay una persona y una historia que debe ser honrada, recordada y respetada. Con ese espíritu analizamos hoy en LA VERDAD este trágico balance provisional de fallecidos.
Hace un año no podíamos imaginar una prueba mayor de resiliencia como la que hoy tenemos planteada como sociedad. Son momentos duros para todos, pero especialmente para quienes perdieron a sus seres queridos. La relajación de las medidas de protección en las fiestas de Navidad, propicias para los reencuentros con los círculos más íntimos, nos está pasando una cruel factura. Pese a las tremendas cifras de la pandemia todavía hay muchos ciudadanos que no terminan de asumir el alto coste en vidas de las conductas irresponsables. El pasado sábado, el Gobierno regional pedía suspender toda actividad social y esa misma noche se descubría una fiesta clandestina con treinta personas en Las Torres de Cotillas. Obviamente, no todo se debe a comportamientos irresponsables. Una cuota de responsabilidad recae también en las autoridades sanitarias, que en todo el país abrieron la mano cuando no se había superado la segunda ola. Dicho todo eso, las causas fundamentales se derivan de la alta contagiosidad del coronavirus (su número reproductivo duplica al del virus de la gripe) y su capacidad para mutar con velocidad, apareciendo ya cepas en Reino Unido y Sudáfrica con mayor transmisibilidad y aparentemente más virulencia. Calibrar hasta qué punto son esas nuevas cepas la causa principal del incremento de la mortalidad resulta imposible porque la Región, ni siquiera España, como otros muchos países, cuentan con un programa de epidemiología genómica para secuenciar un considerable número de muestras extraídas de los pacientes. Solo los casos sospechosos por la procedencia del paciente son mandados a analizar al Instituto de Salud Carlos III de Madrid, que pretende ahora hacer un estudio nacional para arrojar luz. Lo cierto es que somos la Región con mayor tasa de mortalidad en enero, solo superados por la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha. El exceso de mortalidad respecto al mismo periodo del año anterior es del 30%, lo que refleja la grave situación. La edad sigue siendo el factor de riesgo crucial, con un porcentaje altísimo de fallecidos mayor de 60 años.
Las cifras de mortalidad en la Región podrían ser mucho más altas de no haber sido por la eficaz respuesta de los profesionales de los hospitales y centros de atención primaria del Servicio Murciano de Salud. Al papel desarrollado por los centros de salud como primer dique de contención se ha sumado una buena gestión de las UCI y las plantas disponibles en los hospitales. Todo el sistema, desde quienes están en primera línea a quienes trabajan en las gerencias y los servicios centrales, ha dado la talla en estas tres olas, aunque el riesgo de colapso aún persiste. Medicalizar las residencias y completar la vacunación de sus usuarios y trabajadores es un hito recientemente logrado que reducirá la mortalidad. Aún quedan días duros por delante pero asoma una luz a final del túnel. La esperanza está puesta en la vacunación, que arrancó con lentitud y vuelve a frenarse por la falta de dosis en toda Europa debido a los incumplimientos en las entregas por parte de los laboratorios farmacéuticos.
Los estudios científicos sobre la optimización de las vacunas indican que, en momentos de alta transmisión, la mejor estrategia es inmunizar a los mayores de 60 años. El plan nacional incluyó de forma prioritaria a personal sociosanitario en primera línea, a usuarios y trabajadores de residencias y a grandes dependientes, al entender que debía protegerse en primer lugar a quienes tenían más exposición al virus y más vulnerabilidad. Ya es conocido lo que ha pasado en la Región con este protocolo, cuyo incumplimiento ha costado el puesto al anterior consejero de Salud. Funcionarios no asistenciales, altos cargos, teletrabajadores y liberados sindicales de la Consejería y el SMS fueron inmunizados por decisión de los responsables de la vacunación sin el aval del protocolo que, por el contrario, priorizaba a los grandes dependientes, aún a la espera de la primera dosis. Todavía no hay permiso, como solicita la Comunidad, para proseguir con la vacunación a los mayores de 80 años, algo inaudito porque el Ministerio obliga a ir a todas las autonomías al mismo ritmo, pese a que las tasas de inmunización, incidencia y población envejecida son diferentes.
Es fundamental que la toma de decisiones sobre la distribución de la vacuna esté bien motivada y sea transparente, especialmente en las fases iniciales cuando la disponibilidad de dosis es limitada. La vacunación no solo debe guiarse por la ciencia. También por la ética. Uno de los rasgos de esta pandemia es que agiganta las desigualdades. Razón de más para haber extremado la vigilancia de las conductas poco éticas de alcaldes, concejales y otros cargos públicos.
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