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El Mar Menor siempre ha estado presente en la vida de Isabel Rubio (Cartagena, 1950), aunque no como ahora, ni para ella ni para nadie, ... explica al afirmar que lo que queda ya es otra cosa. «Me gustaría ser más optimista, pero no me quedan muchos años de vida para disfrutar con mis nietos, si no del Mar Menor de mi infancia, sí de un Mar Menor en vías de saneamiento o sanación, igual da», explica la creadora de la web 'marmenormarmayor.es' y miembro del grupo de coordinación Pacto por el Mar Menor, con el que da charlas en universidades y centros educativos o culturales, «sin recibir subvenciones ni cuotas».
–Lleva años escudriñando los fondos de Cabo de Palos y el Mar Menor. Sin embargo, su afición por el submarinismo y la fotografía submarina la encontró muy lejos de aquí, en las Islas Galápagos.
–A pesar del vínculo que tengo con el Mar Menor y el Mediterráneo desde que nací, no había utilizado unas gafas de bucear durante más de 10 minutos hasta que fui a las Galápagos en 2007 con un grupo de profesores del instituto de Inglaterra donde trabajé durante el curso 1999-2000, en un intercambio. Allí un biólogo marino británico que se había enamorado de una ecuatoriana, y de aquellas islas maravillosas, nos descubrió decenas de especies: estrellas de mar de colores increíbles, una manta raya de unas dimensiones que te dejaban sin aliento..., y, por supuesto, las iguanas marinas y terrestres, además de todas las aves que anidan allí: albatros, en su única parada anual para incubar sus huevos; fragatas reales, con su espectacular exhibición de apareamiento; piqueros de patas azules que parecían haber sido pintadas con lápices Alpino,... Por las tardes, en el barco, comentábamos las características de los animales que habíamos visto por la mañana: costumbres, hábitats, época de reproducción, y ahí me enganché. Hasta entonces solo me había dedicado a fotografiar e identificar plantas, pero a partir de ese momento me fascinó la fauna también.
–¿Tenemos mucho que envidiar a esos fondos del otro lado del mundo?
–Ambos son maravillosos, aunque diferentes. El Pacífico es más exótico, con fauna imposible de encontrar aquí. Pero me quedo con el Mediterráneo, con sus praderas de posidonia y su transparencia, y también lo puedo disfrutar cuatro meses al año sin tener que viajar tan lejos.
–¿Qué tenía el Mar Menor de su niñez que ya hemos perdido?
–El Mar Menor de mi niñez ha desaparecido. En su lugar tenemos un ecosistema que se esfuerza por sobrevivir al maltrato que recibe, lleno de especies alóctonas que han entrado principalmente por el canal del Estacio, y en el que ha desaparecido la especie emblema de la laguna: el caballito de mar. Los responsables de su cuidado han consentido las agresiones que ha sufrido y sigue sufriendo. Ahora nos encontramos un ecosistema herido, cuyo entorno espanta a quienes lo visitan por primera vez: construcciones monstruosas que no tienen visos de parar, edificaciones dentro del agua o esqueletos de cemento y hierro que amenazan con derrumbarse; solares y calles llenas de basura; motos de agua que hieren los oídos y asustan a los bañistas; puertos deportivos que han arruinado las poblaciones que los albergan; embarcaciones sin límite, masas de algas flotantes... No sigo porque me entristezco.
–¿Nos puede contar algo positivo, algo esperanzador, sobre el Mar Menor?
–Ha tenido que pasar una crisis eutrófica ('sopa verde') en 2016 y dos mortandades de peces en 2019 y 2021 para que las administraciones se hayan puesto a trabajar. Una más que otra. Lo mejor de estos últimos años ha sido la reacción de la ciudadanía, salir a la calle en las tres manifestaciones que hemos convocado con otras organizaciones de defensa del Mar Menor, la recogida de firmas que ha dado lugar a la aprobación de la ley que otorga personalidad jurídica al Mar Menor y que ha sido un hito en Europa. Todo esto nos trae un poco de esperanza. Me gustaría ser más optimista, pero no me quedan muchos años de vida para disfrutar con mis nietos, si no del Mar Menor de mi infancia, sí de un Mar Menor en vías de saneamiento o sanación, igual da.
–Hablamos mucho del Mar Menor, pero ¿cómo es la salud de unos fondos tan reputados como los del Cabo de Palos? ¿Los estamos conservando bien?
–Los fondos de Cabo de Palos son maravillosos. La riqueza de su fauna, gracias a haber sido declarado Reserva Marina en los años 90 del siglo pasado, es espectacular. Pero no hay que confiarse. Hay un emisario roto, muy cerca, en Cala Reona, que está vertiendo al Mediterráneo aguas tratadas de la depuradora Cabo de Palos Sur, y una gran cantidad de barcos atracan en las costas de este frágil espacio y echan sus anclas sobre la posidonia, que tarda 300 años en regenerarse (confío en que no echen nada más). En más de una ocasión he tenido que llamar la atención a algunas personas para que las levaran.
–¿Qué otros espacios para bucear le resultan interesantes de la costa de la Región?
–La Azohía es otro de mis lugares favoritos para la observación de la vida de los fondos marinos. Recorrer parte de la pared que lleva al Cabo Tiñoso es como si estuvieras ante un museo de la naturaleza sumergido. A veces, me encuentro rodeada de castañuelas o reyezuelos, y me siento como si estuviese viviendo un sueño debajo de un agua azul turquesa.
–Y fuera del agua, ¿qué espacio natural de la Región de Murcia es su preferido?
–Si dudarlo, los Barrancos de Gebas. Hay gente a la que solo le gusta los espacios verdes, pero a mí, que soy tan acuática, además de los bosques frondosos, me fascina el colorido que estas cárcavas blancas pueden adquirir a lo largo del día, desde los anaranjados de la mañana a los violetas de la tarde. Me hizo mucha gracia una camiseta que llevaba mi amiga Paqui Giménez en la que ponía: «I love 'el secarral'». Y, cómo no, me gusta Sierra Espuña, uno de los espacios más hermosos de nuestra Región.
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