Hasta dónde seguir intensificando la agricultura
JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
Martes, 4 de mayo 2021, 21:08
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JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
Martes, 4 de mayo 2021, 21:08
El descubrimiento de la agricultura supuso un cambio de paradigma en las relaciones entre el ser humano y su entorno. Si las sociedades cazadoras-recolectoras ... han dependido siempre del conocimiento del medio y de su integración con los procesos naturales para su subsistencia, las sociedades agrícolas han basado su desarrollo en la tecnología y en el dominio de las fuerzas de la naturaleza. Desde el momento en el que había que defender los cultivos y las cosechas de las amenazas de otros animales y enfermedades, los elementos naturales pasaron de aliados a enemigos de los que había que liberarse para asegurar el sustento de las poblaciones. La capacidad para luchar contra estos agentes nocivos ha ido creciendo a medida que se desarrollaba nuestra tecnología, hasta el punto de que el gran desarrollo tecnológico alcanzado en los últimos años nos ha hecho caer en la ilusión de que podemos vivir desligados de los procesos naturales.
Nuestra capacidad para transformar el medio y controlar plagas ha propiciado un crecimiento exponencial de la población humana, lo que ha aumentado a su vez la necesidad de más tierras de cultivo y de intensificar la producción. En estos momentos aproximadamente el 40% de la superficie terrestre está ocupada por terrenos agrícolas. La transformación del medio y la intensificación de la agricultura han destruido o alterado el hábitat de muchas especies y provocado un drástico descenso de la biodiversidad en un espacio de tiempo muy corto.
Pese a las políticas y noticias que nos hablan continuamente de sostenibilidad y de economía circular, la realidad es que seguimos intensificando la producción. Cada vez es mayor la superficie destinada a actividades humanas, se intensifica la agricultura extensiva y aumenta el consumo de agroquímicos y energía. La pregunta que nos hacemos aquí es si realmente es necesario seguir intensificando la producción o si es posible abastecer las necesidades de la población con unos planteamientos menos agresivos. Los resultados de las investigaciones de los últimos años nos demuestran que no solo no es necesario seguir intensificando la agricultura, sino que, además, no es conveniente. Muchas de las prácticas actuales no contribuyen a la mejora de la producción, sino que obedecen a las exigencias de un sistema económico basado más en el consumo y la especulación que en el uso eficiente de los recursos. Si nos preocupáramos por mantener la fertilidad del suelo podríamos reducir el uso de fertilizantes. Cuando incorporamos el control biológico al manejo de plagas conseguimos reducir el empleo de pesticidas, con lo que ganamos en salud y reducimos el impacto medioambiental. Cuando conservamos a los insectos polinizadores, de los que depende la producción de un 40% de los alimentos que consumimos, podemos prescindir del empleo de hormonas para el engorde de los frutos y mejorar la calidad de los mismos. Todo esto forma parte de un todo: los servicios que nos ofrece la naturaleza si somos capaces de entender los procesos ecológicos y de manejar adecuadamente la biodiversidad. Por otro lado, una gran cantidad de las materias primas y de la energía se malgastan en producir alimentos que se destruyen para mantener los precios en los mercados o por el aspecto del producto.
El principal problema con que nos encontramos para revertir la tendencia a la intensificación está en vencer la inercia del sistema económico imperante y en la falta de conocimiento sobre los procesos naturales. A lo mejor, no estaría de más remontarnos a nuestros orígenes como cazadores-recolectores para recordarnos que nuestra supervivencia depende del saber armonizar nuestras actividades con los procesos naturales de la Tierra.
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