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JORGE SÁNCHEZ BALIBREA
Martes, 10 de diciembre 2019, 22:23
Conocemos como 'revolución verde' a un súbito incremento de la productividad agrícola iniciada en los EE UU en la segunda mitad del siglo XX como ... consecuencia de la aplicación de los avances de la agronomía y otras ingenierías. Aquel proceso permitió aumentar la disponibilidad de alimentos tanto para los humanos como para el ganado, esquivando las alarmantes previsiones [del siglo XVIII sobre las dificultades de obtener alimentos para atender el aumento de la población] de Malthus. En el Sureste ibérico, la llegada del trasvase Tajo-Segura, unido a otros avances en la explotación de los acuíferos, marcó nuestra particular 'revolución verde', con una expansión del regadío que continúa a día de hoy, pese a que las Administraciones han venido negando esta evidencia hasta fechas muy recientes.
Sin embargo, aquella revolución sólo fue 'verde clorofila', pues se obviaron cuestiones ambientales de todo tipo, quedando por el camino la vegetación natural que dividía las parcelas, desapareciendo las aves que precisaban de barbechos y linderos, como las tórtolas, o incluso olvidando la biodiversidad cultivada y sus sabores. Todo ello en favor de una estandarización aterradora que podemos comprobar en cualquier punto de venta de alimentación convencional, y perdiendo por el camino funciones de los agrosistemas que también necesitamos (fijación de carbono, control de escorrentías, control de plagas, etc.).
Estos días se debate en torno a la 'emergencia climática', nuevo nombre que pretende llamar la atención sobre el cambio climático, en la [Cumbre Mundial del Clima] COP25 de Madrid. Pese a que las autoridades regionales han pretendido mostrar la agricultura intensiva como una herramienta de lucha contra esta amenaza, ciertamente el sector agrícola tiene mucho camino por recorrer, tanto para reducir su contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero como para adaptarse ante el escenario que se nos viene encima, tal y como vienen advirtiendo científicos de todas las disciplinas y nacionalidades.
Por suerte, tenemos una parte importante de los conocimientos y las tecnologías necesarios para avanzar en esta dirección y empiezan a no ser pocas las iniciativas que se plantean, aunque de forma incipiente, en los campos de nuestra región. Estos proyectos incluso cuentan con la participación de parte del sector con el apoyo y asesoramiento de centros de investigación (Imida, Cebas-CSIC), universidades (UMU, UPCT), organizaciones ambientales (Meles, NCC; ANSE), empresas, etcétera.
Algunos ejemplos los tenemos en el desarrollo de grupos operativos (GO) de carácter regional enfocados a la recuperación agroecológica de explotaciones (GO Observatorio Agroecológico) o aquellos que apuestan por la recuperación de la vegetación natural en los linderos (GO Setos). Igualmente, se está poniendo en marcha un grupo operativo supra-autonómico para la creación de 'infraestructuras verdes' en distintos regímenes de cultivos (GO Ideas) o se está afrontando la creación de corredores para polinizadores frente al cambio climático. Incluso, nuestros campos se han convertido en un campo de pruebas para un ambicioso proyecto europeo Horizonte 2020 ('Diverfarming') que pretende recuperar la asociación de cultivos, o se aborda la adaptación de la agricultura de secano (proyecto Life Amdryc4). La novedad conceptual de todas estas iniciativas es que pretenden mejorar los 'servicios ecosistémicos'. Ya no sólo buscamos aumentar la producción agrícola, sino que también interesa conservar los suelos, capturar carbono o mantener las especies silvestres.
El camino ya está iniciado y es el momento de que los poderes públicos y la empresas apuesten con valentía por una auténtica «revolución verde» en el sector agrícola. Solamente así, quizás dentro de un siglo, podrán decir que los científicos actuales no acertaron, como le ocurrió a Malthus.
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