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JAVIER PÉREZ PARRA jpparra@laverdad.es
Lunes, 24 de marzo 2014, 13:36
Aparece Alberto Garre López (Balsicas, Torre Pacheco, 1952) a las nueve en punto -ni un minuto más ni un minuto menos- y lo primero que queda claro es que no hay en él -de momento- nada de la pátina de artificiosidad que el poder y la política acostumbran a dejar como marca indeleble. Le pide el fotógrafo al próximo presidente de la Comunidad Autónoma, que ha acudido con chándal y zapatillas, que se preste a algunas instantáneas en la mota del Río, donde acostumbra a caminar. «Tardo once minutos en hacer un kilómetro», detalla con precisión. Dicho y hecho, Garre sale pitando. Nada de posar. El veterano político arranca como quien está dispuesto a ganar los veinte kilómetros marcha, y el fotógrafo se apaña como puede. «Camino siempre que tengo tiempo, me hago unos ocho kilómetros. A veces más, y llego hasta La Raya». A sus 62 años, el todavía vicepresidente de la Asamblea Regional tiene claro que hay que mantenerse en forma. Después de superar dos ictus, los médicos le han recomendado que se cuide, y él, como suele hacer cada vez que se marca un objetivo, lo lleva a rajatabla. Quienes lo conocen bien dicen que, en ese sentido, es inflexible. Lo es con los demás y consigo mismo. Si hay que andar, se anda, y no hay más que hablar.
A Garre le gusta madrugar. «Nunca me levanto después de las ocho», confiesa. Antes de recibir a 'La Verdad' ha dejado hecho, como todos los días, el café para toda la familia en su casa del Plano de San Francisco, en el centro de Murcia. Usa una vieja cafetera italiana de las de toda la vida. También se ha leído los periódicos en la mesa de la cocina, rodeado de patatas y limones. Después, ha salido a la calle. Ya no es el político anónimo al que solo los más informados conocían. Su cara está ahora en todas las portadas. «¿Es Alberto Garre, no?», se preguntan unos ciclistas que pasan por el río. Las camareras de la cafetería Catedral, en la plaza Belluga, ya le felicitaron hace días, cuando se conoció su designación para suceder a Ramón Luis Valcárcel. Allí suele tomarse un café de vez en cuando, y los parroquianos lo conocen. Se pide un agua de Vichy. «Que no se diga que boicoteo a los catalanes», bromea.
No da muestras de cansancio, pese a la vorágine en la que se ha visto inmerso. «Algunos días me he tirado hasta las dos de la mañana respondiendo felicitaciones. Quiero contestar a todo el mundo», cuenta. Es consciente de que todo está a punto de cambiar. «Al menos durante un año, mi vida no va a ser igual, no puede ser igual. Intentaré aprovechar los fines de semana, pero será difícil», admite. Hace apenas quince días, cuando nadie ponía su nombre en las quinielas, Alberto Garre se preparaba para una jubilación tranquila, tras una carrera política dedicada en cuerpo y alma al PP como parlamentario: primero en la Asamblea Regional (1995-2004), después en el Congreso de los Diputados (2004-2011) y, por último, de nuevo en la Asamblea. Sus aspiraciones estaban colmadas y todo indicaba que ahora pasaría a disfrutar de los amigos, de su apartamento en Santiago de la Ribera y del molino centenario que heredó de su abuelo en Torre Pacheco, a la espera de que sus hijos -Susana, de 27 años, y Alberto, de 31- encarrilen sus vidas (ella es criminóloga y tiene un contrato a media jornada, y él, monitor deportivo, está en paro).
Pero una carambola jurídico-política ha trastocado todos los planes de Valcárcel, y con ello los de Garre. Tras quedar descartado Pedro Antonio Sánchez, todo el mundo dio por hecho durante unos días que el presidente de la Asamblea, Francisco Celdrán, sería el elegido, por lo que el político de Torre Pacheco pasaría a presidir la cámara regional, en la que hasta ahora ha ocupado la vicepresidencia. Tan convencidos estaban unos y otros, que algunos diputados de la oposición planearon ya un regalo para Garre: un tricornio. Aunque valorado por su carácter afable en las distancias cortas, el futuro presidente de la Comunidad tiene fama, entre los parlamentarios socialistas, de no pasar ni una cuando le toca dirigir las sesiones. «Es educado, pero cintura no tiene ninguna», concluye uno de ellos.
¿Por qué ha recogido Alberto Garre el guante y se ha lanzado a la piscina de dirigir una comunidad en plena crisis económica y con el prestigio de la clase política por los suelos? «Por un compromiso con mi región y con mi partido», afirma el protagonista. Propios y extraños coinciden en que su sentido de la lealtad, de fidelidad hacia las siglas, está detrás de la decisión. Pero no es la única razón. Para Garre, que profesa un murcianismo que podría calificarse de patriótico, no puede haber mayor honor que el de pasar por San Esteban.
En las calles de Balsicas
El próximo presidente de la Comunidad lleva casi 30 años en política, pero su biografía no es especialmente conocida. Su infancia en Balsicas, una pedanía que en aquella época -los años 50 y 60- no tenía más de 300 habitantes, estuvo marcada por la muerte prematura de su madre. Falleció en un accidente cuando él apenas tenía 18 meses. «Es algo que imprime carácter. Cuando tus compañeros hablan de sus madres, llevan el bocadillo hecho por ellas... Eso es algo que queda ahí», confiesa mientras echa un vistazo al álbum familiar, en el salón de su casa. Su padre, químico y farmacéutico, se convirtió en su referente. «Podría haber abierto una farmacia en Murcia o Cartagena, pero se quedó en Balsicas, ganando mucho menos dinero», recuerda. Como sus tres hermanos, Alberto fue a la escuela del pueblo, donde compartió clase con 120 compañeros. El bachillerato lo hizo en el colegio Loreto, en Santiago de La Ribera, y después se matriculó en Derecho en Murcia. A Garre le irrita que insinúen que es un profesional de la política. «Estuve doce años dedicado a la abogacía en exclusiva, en Torre Pacheco, y después mantuve abierto el despacho. He estado 32 años dado de alta», subraya.
Pero entre la carrera y la abogacía hay un capítulo del que habla con entusiasmo: el servicio militar, que hizo en 1978. Lleva dentro el espíritu castrense. «Estuve en artillería, en Melilla», relata, y pasa a referir toda una serie de detalles sobre los cañones de costa que al interlocutor se le escapan por completo.
Garre nunca fue ajeno a la política. Ya su padre fue concejal, y él decidió dar el paso en 1987. Lo hizo animado por su mujer, Susana Cler Guirao, con la que se había casado en el 81 tras ocho meses de noviazgo. «Vino un día a verme a casa el presidente de Alianza Popular de Torre Pacheco, Antonio Ramón, y me pidió que me incorporase a la lista electoral para el Ayuntamiento. Le dije que no, y después les invité a tomar café. Estaba en la cocina cuando entró mi mujer y me soltó: 'A partir de ahora no vuelvas a quejarte de cómo están las cosas cada vez que te pones delante de la televisión'». Así que, cuando volvió al salón, cambió su respuesta. Salió elegido junto a un único compañero. Dos ediles de AP frente a una mayoría de concejales del CDS, independientes y socialistas.
Un 'calerista'
En 1991 dio el salto a la Asamblea Regional, aunque con la compatibilizó con la concejalía de Torre Pacheco hasta el 95. Por aquel entonces era 'calerista'. «Como todos -puntualiza- porque en ese momento Juan Ramón Calero era el secretario general». En el 93, el ya por entonces Partido Popular estaba dividido en la Región. La mayoría del partido se alineó con Ramón Luis Valcárcel, que pugnó por el liderazgo con Calero. «Ramón Luis vino un día a mi casa y me pidió que le acompañase en su lista -recuerda-; pero yo le miré directamente a los ojos y le dije: 'Si cambio de candidatura no lo entendería nadie en el partido, y tú el primero'. Él me comprendió». Valcárcel venció, y restañó las heridas internas integrando a los 'caleristas'. En el 95, cuando el PP ganó por primera vez las elecciones, colocó a Garre en la portavocía de la Asamblea Regional. En la cámara autonómica estuvo hasta 2004, y de aquella etapa algunos compañeros lo recuerdan como «trabajador y despierto», siempre dispuesto a bajar a la arena para defender al Ejecutivo regional. «Es muy concienzudo, se prepara muy bien las intervenciones», cuenta Arsenio Pacheco, que coincidió con él en una etapa posterior, en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, también hay quien lo considera un parlamentario más bien gris, con textos trabajados pero no brillantes, que rara vez daban grandes titulares.
El trasvase por bandera
En 2004, dio el salto al Congreso de los Diputados, de donde regresó en 2011. En aquella etapa protagonizó el hecho que quizá más se ha destacado de su vida política: su decisión, junto con Arsenio Pacheco, de votar en contra de la toma en consideración del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha, rompiendo la disciplina de voto. Aquello le valió una multa de 300 euros, que después quiso pagar el Sindicato Central de Regantes. El dinero terminó en Jesús Abandonado. «No podía votar algo que sabía que es inconstitucional», explica. Mucho se ha dicho estos días sobre si Alberto Garre es un hombre de transición, una especie de figura de paja tras la que estarán Valcárcel y los candidatos que hasta ahora han sonado con fuerza para 2015. Pero quizá el episodio del estatuto manchego dé una pista de que la presidencia de Garre puede tener más personalidad de la que algunos esperan.
Su voto en contra en el Congreso le granjeó muchas simpatías entre los votantes populares. Mientras se toma su agua de Vichy en Belluga, un conocido se acerca y le da un efusivo abrazo. «Lo conocí en aquella época. Una noche, poco después de la votación, salí con mi mujer a tomar una copa, y ya de vuelta a casa un tipo que no conocía de nada me preguntó si era Alberto Garre. Le dije que sí, y me dio las gracias», recuerda.
Garre es, sin ambages, un hombre conservador. De su etapa en el Congreso ha quedado, junto a su defensa del trasvase, su firma en el recurso del PP contra el matrimonio homosexual. El tiempo ha diluido la oposición que el partido mostró ante aquella ley. Él, sin embargo, volvería a rubricar el recurso. «No tengo nada en contra de que dos hombres o dos mujeres estén juntos, incluso con que esa unión tenga una base jurídica. Pero no estoy de acuerdo con que a eso se le llame matrimonio», asegura. Está convencido de que hay «una crisis de valores», y cree que los años de Zapatero fueron «la etapa más triste de la política española», porque «se estuvo deshaciendo la nación».
El futuro presidente es creyente, «aunque no meapilas». Coincidiendo con la romería, el jueves fue a la Catedral. «Estuve charlando media hora con la Fuensanta», cuenta. Le pidió fuerzas para el reto que tiene por delante. Ya no es un chaval, pero se ve con ánimos. «¡Miedo me da cuando veo a mis médicos!», confiesa. Es un paciente rebelde. Ya lo fue cuando pidió el alta en el Morales Meseguer en 2011, tras sufrir su segundo ictus, para acudir al Congreso a interpelar al entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, sobre la investigación de la paliza que días antes había recibido el consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz, todavía sin esclarecer. Hasta ahora, Garre ha estado siempre a ese lado del campo de juego: el de quienes preguntan e interpelan. A partir de abril, será él quién tendrá que dar cuentas.
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