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ISABEL IBÁÑEZ
Lunes, 24 de febrero 2014, 12:36
No hay fotografías de lo que se conoce como el Atentado de Sarajevo, solo unas imágenes que muestran al archiduque y su mujer minutos antes del magnicidio -despreocupados, sonrientes, con trajes de gala-, y después -igualmente vestidos como si fueran a una fiesta, pero dentro de sus ataúdes-. Sí hay grabados que recogen aquel instante del 28 de junio de 1914 que marcó la historia mundial. Y hasta es posible imaginarlo viendo las grabaciones del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, retransmitido en directo medio siglo después. Porque también iba en coche descapotable el archiduque Francisco Fernando, el Habsburgo que debía heredar de su tío Francisco José I (el marido de Sissi) el trono del gran imperio austrohúngaro, que integraba territorios de una docena de países fronterizos. Lo acompañaba su esposa, Sofía Chotek, que murió con él en aquel ataque perpetrado a tiros por Gavrilo Princip, un estudiante serbio nacionalista que fue detenido al momento. Simplificando el asunto, el imperio pidió explicaciones a Serbia y quiso investigar el crimen. Ante la negativa recibida, el emperador Francisco José I declaró la guerra. Y ahí empezó todo.
Este año (el 28 de julio) se cumple un siglo de aquella decisión, sin que entonces imaginaran ni de lejos sus consecuencias: lo que se presentaba como un conflicto menor duró cuatro años, implicó a medio planeta y se convirtió en una carnicería, la contienda más sangrienta de la historia solo por detrás de la II Guerra Mundial: 70 millones de hombres reclutados; 10 millones de muertos contando militares y civiles, y unos 20 millones de heridos. Cien años después, un descendiente del emperador, el jefe actual de esta casa real sin reino, Carlos de Habsburgo-Lorena, dice que está preparado para responder a los que siguen señalándoles como 'responsables' de aquel desastre, que paradójicamente supuso su declive. «No es cierto que mi familia sea culpable de esa guerra», repite siempre que se lo preguntan.
En la actualidad quedan diseminados por medio mundo unos 500 Habsburgo que se ganan la vida como cualquier otro ciudadano. Al término de la contienda, el imperio quedó desmantelado, y la familia, destronada, tuvo que partir hacia el exilio en Suiza y, posteriormente, Madeira. Y encima, 'pobre': Hitler, que los detestaba porque se oponían a la anexión de Austria por parte de Alemania, les expropió y condenó a muerte, con lo que ni siquiera podían pisar su propio país. Hoy son gente corriente -o al menos todo lo corriente que se puede llegar a ser en esta familia-. Una de las reglas que los Habsburgo siguen manteniendo es que sus descendientes 'deben' casarse con nobles (si quieren seguir formando parte del régimen sucesorio), con lo que el patrimonio está asegurado.
En este reportaje puede verse a uno de ellos, a Baltasar Casanova-Cárdenas y Habsburgo-Lorena, conduciendo su tractor, como un hombre de campo, por su finca leridana dedicada al cultivo de fruta y cereales, muy cerca de Balaguer. Aunque viva en un castillo propiedad de la familia de su padre, el duque de Santángelo. Tanto Baltasar, que además se metió en política al ingresar en Ciudadanos, el partido que lidera Albert Rivera, como el resto de la dinastía descienden de nombres conocidos, incluso para aquellos que no tienen demasiado fresca la Historia que aprendieron en los libros: María Antonieta, Sissi emperatriz, Felipe el Hermoso, porque los Habsburgo tienen rama española...
Enviado a zonas en guerra
Por intentar ir desentrañando la maraña que suele ser el árbol genealógico de una familia real, el actual jefe, Carlos de Habsburgo-Lorena, que además ostenta el título de soberano de la rama austriaca del Toisón de Oro, sucedió en 2007 a su padre, el príncipe Otto, hijo a su vez del que fuera el último emperador austrohúngaro, Carlos I de Habsburgo-Lorena o Carlos IV de Hungría (1887-1922): «Por supuesto que la conmemoración del centenario ha vuelto a poner de actualidad nuestra responsabilidad como casa real en el inicio de aquella guerra -dice Carlos-, aunque si vamos a eso, el primer responsable sería el asesino. No hay culpables, aunque todo el mundo tuvo cierta culpa. Nadie pensó que aquello se convertiría en una guerra tan grande. Además, aquella situación sigue reproduciéndose hoy. Sin ir más lejos, Estados Unidos respondió al 11-S invadiendo Afganistán».
Parece como si a Carlos de Habsburgo le costara desligarse de las guerras, aunque sea desde el lado de los pacificadores. Es el presidente del Comité Internacional de Escudos Azules, el equivalente de la Cruz Roja para preservar el patrimonio cultural e impedir el expolio de este tipo de bienes en las zonas del planeta que sufren enfrentamientos armados. Acaba de regresar de Malí, donde han evaluado el estado de sus monumentos y archivos, que han sido saqueados y destruidos en una guerra que enfrenta a su ejército con los grupos islamistas. Un ejemplo de su trabajo sobre el terreno: «Visitamos la iglesia católica de Tombuctú, se encontraba devastada y la estatua de madera de la Virgen María estaba tirada en el altar con el rostro totalmente tachado». También ha estado en Siria, hace unos meses: «Es un desastre total que nadie tiene intención de arreglar. Al margen de la tragedia humana, trabajamos con imágenes de satélite que nos cuentan que solo en Apamea (una ciudad en ruinas) hay 14.000 zonas donde camiones oruga y excavadoras trabajan para robar bienes culturales que serán vendidos de forma ilícita por organizaciones criminales».
Los Habsburgo dirigieron durante 650 años los destinos de una enorme parte de Europa desde dos puntos: Viena y, durante 200 años, Madrid. Pero... ¿qué peso tienen en el mundo actual los Habsburgo? «Teóricamente ninguno», responde Ramón Pérez-Maura, periodista, adjunto al director del diario 'Abc' y autor del libro 'Del Imperio a la Unión Europea: la huella de Otto de Habsburgo en el siglo XX'. Un buen conocedor del pasado y el presente de esta familia. «Su importancia es la que ellos mismos quieran darle. Pero hay otros factores importantes, como que ellos se sienten vinculados no a un país, sino a todos los territorios donde tuvieron mandato. Y por esto, se han convertido en un caso único entre las casas reales, porque han entrado en política, siendo además grandes europeístas», explica.
Hay unos cuantos ejemplos. La tradición la inauguró Otto de Habsburgo, que durante veinte años ocupó una silla en el Parlamento europeo. Carlos, su hijo y actual jefe de la casa real, también fue diputado en Bruselas por el Partido Popular austriaco, aunque en la actualidad su actividad política está ligada a la Unión Paneuropea en Austria, el movimiento europeísta que dirigió su padre durante décadas y que en España preside el propio Ramón Pérez-Maura, con la ayuda de otra hermana de Carlos, Monika, vicepresidenta y madre de Baltasar Casanova.
Agricultor y político
Luego está el caso insólito de Simeón de Bulgaria, el único rey destronado que recuperó el poder en una república: accedió al trono con seis años, con la instauración de la república socialista en 1946 tuvo que exiliarse, en 1996 pudo regresar a su país, se presentó a las elecciones como líder del Movimiento Nacional Simeón II y logró 119 de 240 escaños, siendo nombrado primer ministro. Hoy en día, aunque ha perdido peso en el Parlamento, sigue siendo un político a tener en cuenta. Una de las cinco hermanas del jefe actual de la casa real, Walburga, se convirtió en 2006 en la primera persona de sangre real en ocupar un asiento de diputada en el Parlamento de Suecia (Partido Moderado).
El último en incorporarse al mundo de la política ha sido Baltasar Casanova. Desde hace unos años -tiene 32- ayuda a su familia en la finca de 120 hectáreas que poseen en Lérida, cerca de Balaguer: «Nos dedicamos al cultivo de fruta dulce, manzana, cereza, pera, kiwis... y cereal. Y vendemos a mayoristas, no tenemos marca propia. Mis labores son muy amplias, desde ir por el campo con el tractor hasta las partes puramente administrativas». De todas formas, choca verle bajar del remolque y encaminarse al castillo propiedad de su familia paterna, donde reside. Pequeños detalles que, desde que uno es un niño, le recuerdan quién es.
En su memoria tienen un hueco especial los momentos en compañía de Otto, su abuelo materno: «Tenía 7 u 8 años. Me acuerdo de hacer viajes con él por la antigua Yugoslavia y por Hungría, y a la gente parándole por la calle para saludarle. Ya de adolescentes, los primos corríamos detrás de él cuando acudía con su cartera a su trabajo en el Parlamento europeo». Lo que no recuerda Baltasar es el día que se trató en la escuela el tema de la Primera Guerra Mundial, tampoco si la profesora hizo referencia a su condición de Habsburgo. «Pero sí ha salido el asunto con los amigos, te preguntan sobre la responsabilidad de tu familia en aquello».
Fueron precisamente sus viajes con el «fascinante» abuelo Otto los que permitieron a Baltasar descubrir «su vocación de servicio» a través de la política. «Siempre me había sentido interesado por la realidad catalana y quería participar activamente en un partido. Así que, cuando en 2006 apareció Ciutatans con aquel manifiesto de los intelectuales, no tuve dudas». En las elecciones autonómicas de 2011 fue de número dos en la lista por Lérida. En su día, la noticia sorprendió en la sociedad catalana porque su antepasado Rafael Casanova es un símbolo para el nacionalismo por su apoyo al archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión española y por su defensa de Barcelona frente al ejército de Felipe V, en 1714. «Sí, me preguntan por ello, pero creo que ha habido una utilización de su figura en este caso. Si mi antepasado viviera ahora entendería por qué estoy con Ciutatans».
Hoy, sin embargo, su participación es más testimonial que otra cosa, porque lo que le interesa en estos momentos es dar un impulso a su vida: «Tengo que ocuparme de mi trabajo y de formar una familia. Dentro de 15 o 20 años sí me gustaría poder dar más dentro del partido».
- ¿Buscará usted una esposa noble para respetar así la regla de su familia?
- No necesariamente, quiero encontrar una buena mujer, me da igual de dónde venga, aunque tampoco me disgustaría que proviniese de la nobleza.
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