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Santiago Correas, 'El Muñeco', el 22 de agosto pasado, tras ser operado en el Reina Sofía. :: ISRAEL SÁNCHEZ
Así cazaron a 'El Muñeco'
CRÓNICA

Así cazaron a 'El Muñeco'

Un policía le disparó dos tiros en un muslo, a quemarropa, para evitar que pudiera hacer uso de una pistola y para atajar sus intentos de escapar Cuatro llamadas telefónicas, recibidas por Santiago Correas durante un violento asalto en Mula, pusieron a la Guardia Civil tras el rastro del peligroso delincuente

RICARDO FERNÁNDEZ rfernandez@laverdad.es

Miércoles, 13 de noviembre 2013, 13:07

El miedo no embotó sus sentidos. Los exacerbó hasta devolverla a los orígenes de su especie, a aquellos perdidos tiempos en los que solo los ejemplares más aguzados de la manada lograban mantener intacta la pelliza por algún tiempo. Arrodillada tras un sofá, en la incómoda posición en la que los asaltantes la habían conminado a permanecer, la muchacha no dejaba escapar detalle. Probablemente ni siquiera era consciente de la exhaustiva manera en la que su cerebro estaba procesando y almacenando hasta los más nimios detalles: la voz ronca del hombre que parecía liderar el grupo, su recia complexión, las gafas de sol con montura rectangular que se atisbaban bajo el pasamontañas negro, la imperativa manera en que ordenaba a sus víctimas que no levantaran la mirada del suelo, la seguridad con la que empuñaba la plateada pistola... Los feos y baratos bambos de tela gris y suela blanca que calzaba el más joven de los ladrones; el azul claro en la mirada de ese cerdo que la había obligado a desnudarse y que había recorrido con una de sus manos las zonas más recónditas de su cuerpo, mientras con la otra se sobaba la entrepierna propia; la viscosa manera en la que le decía 'tú muy guapa', y esa descuidada actitud que se tradujo en que el arma se le acabara cayendo al suelo... Las zapatillas de cuero marrón con dos rayas rojas, la chaqueta negra y el vaquero oscuro que vestía el último de los delincuentes...

En su fuero más íntimo, la muchacha agradeció que la atención de los asaltantes se hubiera acabado centrando en su amigo, el propietario del chalé, a quien mantenían recostado contra un sillón con las manos inmovilizadas por una brida de color negro. Le habían arrebatado la cartera, en la que llevaba unos 9.000 euros en billetes grandes, y habían logrado dar más tarde con la caja metálica del dormitorio, en la que guardaba otros 2.000 ó 3.000 euros, pero seguían empeñados en que les desvelara las claves de dos tarjetas de crédito. Al final, con la callada amenaza de una pistola y el más sonoro argumento de unas bofetadas, no tardaron en vencer su resistencia.

Fue entonces cuando ella escuchó la señal. Eran dos largos silbidos y una voz que decía ¡taxi! Volvió a repetirse la extraña secuencia de sonidos y el aparente líder del grupo extrajo un teléfono móvil de sus bolsillos: un modelo barato y hasta anticuado, de ésos que se abren como una almeja. «Tenemos el dinero y dos tarjetas», alcanzó a responder al desconocido interlocutor antes de que la escasa cobertura que suele haber en la zona de La Arboleja de Mula le jugara una mala pasada.

Por tres veces más volvió a sonar el móvil y en otras tantas ocasiones respondió el tipo que llevaba las gafas de sol bajo la capucha. Todas llamadas cortas, en torno a un minuto de duración. La chica no alcanzó ya a escuchar de lo que hablaba el fulano.

Horas más tarde, mientras prestaba declaración en el cuartel, la muchacha no alcanzó a comprender el extremo interés que mostraban los guardias civiles por los detalles de esas llamadas: número de ellas, intervalos, duración, momento exacto en el que se habían producido... Ella no sabía, ni tenía por qué saberlo, que suelen ser los pequeños detalles los que determinan el desmantelamiento de las más peligrosas organizaciones. De igual forma que una insignificante gota de sangre acaba conduciendo a un teckel, y al cazador que lo guía, hasta el enmarañado escondite del jabalí.

Objetivo plenamente establecido

Santiago Correas, ese viejo conocido, vuelve a escena

Solo un mes después, el objetivo estaba perfectamente fijado para los agentes de la Guardia Civil y para el titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Mula, Miguel Ángel Comesaña, que había asumido la investigación sobre ese violento asalto perpetrado en un chalé de Mula en la madrugada del 7 de junio pasado.

En el adiestrado cerebro de los policías judiciales se encendió una luz de alerta en el momento en que una de las dos víctimas, la joven agredida sexualmente por uno de los atracadores, dejó caer, sin reparar en la importancia del dato, que el líder de la banda había recibido cuatro llamadas en pleno asalto. Los investigadores, conscientes de que en un paraje rural como el de La Arboleja de Mula no debían de haberse producido muchas otras conversaciones telefónicas, y menos a esas horas de la madrugada, pidieron al magistrado que reclamara de las compañías de móviles un listado de todas las llamadas efectuadas, a través de las antenas de esa comarca, entre la medianoche y las tres de la madrugada.

Al cabo de unos días, las respuestas entraban en el juzgado. Y aunque los registros de tres compañías no ofrecían nada que fuera de interés, el cartón de Vodafone incluía cuatro datos que ya apuntaban hacia un seguro bingo. Un determinado número de teléfono había recibido cuatro llamadas, todas ellas realizadas desde el mismo teléfono: a las 2.18 horas (35 segundos), a las 2.27 horas (1.51 minutos), a las 2.31 horas (1.11 minutos) y la última a las 2.47 horas (51 segundos). Cuadraban al segundo con la descripción realizada por la víctima y con los tiempos del asalto.

El juez ordenó la intervención de ambos teléfonos. A las 5.22 horas de la madrugada del 27 de julio, los agentes escuchaban por vez primera a una mujer hablando a través de uno de esos números. Era Dolores Correas Santiago, una vieja conocida de las fuerzas del orden. Estaba al habla con su compañero sentimental, que a tan intempestivas horas parecía estar trabajando... en nada bueno, a juzgar por sus parcas explicaciones. «Espera a ver si nos llama, a ver si viene... que vamos a hacer...», decía el fulano.

Los agentes lo identificaron casi en el acto. Santiago Correas Torres, conocido por el alias 'El Muñeco'. Una pieza de mucho cuidado. Un histórico delincuente común, con una hoja de antecedentes digna de figurar en el Libro Guinness. Los policías judiciales acababan de centrar el objetivo. Ya sabían las razones por las que el jefe de los atracadores se dejaba puestas las gafas de sol, en plena noche, debajo del pasamontañas.

Lenguaje en clave

«Detrás de un jambo para invitarle a unas copas»

«Efectiviguonder». 'El Muñeco', que siempre fue un delincuente con clase, se gustaba de usar ese tipo de palabros con sus compinches. Eran un signo de distinción. Cuestión distinta era el uso de un lenguaje en clave, que indefectiblemente pasaban a usar todos los presuntos integrantes de la banda cuando se metían de lleno en la preparación de un nuevo golpe.

«Estamos ahí y esto está fetén. Se acaba de echar un jambo con una bolsa una dejadez; iba con un macuto que hay quinielaban los jateles grandes, y luego una bolsa del Mercadona, ¡pero que madre mía!», le explicaba a Santiago Correas uno de sus hombres, presuntamente encargado de localizar y vigilar a los posibles nuevos objetivos. Eran las 9.08 horas del 30 de julio y, como más tarde desvelaron los informes sobre el posicionamiento de ese teléfono móvil, el informante se encontraba localizado en Torrevieja.

Los agentes no tardaron en averiguar lo que esa jerga, basada en parte en la lengua calé, buscaba ocultar. Constataron que «jambo» era una persona no gitana a la que ya habían fijado como potencial víctima, que «quinielar mucho» y ver «jateles» se correspondía con el trasiego y el almacenamiento de grandes cantidades de dinero y, lo cual constituía un hallazgo mucho más que relevante, que disponerse a «invitar a una copa» a uno de esos «jambos» significaba que todo estaba ya preparado para meterle un palo.

Tampoco tardaron en comprobar que el botín obtenido en el asalto de Mula no les había animado a tomarse unas vacaciones y que, al contrario, seguían en el tajo y muy en serio. El 31 de julio por la noche, cuatro encapuchados, pertrechados con pasamontañas, guantes y dos pistolas, asaltaban a un vecino de Torrevieja junto a la playa del Acequión. Era el propietario de un estanco y de un almacén con decenas de miles de euros en tabaco. Empleando la misma técnica que se utiliza para ablandar a los pulpos, lograron convencerlo para que les diera las claves de acceso a la nave. Lo abandonaron en un descampado, magullado por todos lados y con un brazo roto, y los delincuentes escaparon en el Toyota RAV4 del infortunado empresario. El coche fue hallado más tarde convertido en una bonita hoguera.

De haber tenido pinchados los teléfonos de 'El Muñeco' y sus muchachos unas semanas antes, los investigadores habrían podido escuchar como se disponían «a invitar a unas copas» a otro pobre desgraciado: el conductor de un furgón dedicado a trasladar la recaudación de una empresa de tragaperras, a quien supuestamente asaltaron a la salida de la autopista AP7. Se le cruzó un BMW en su trayectoria y fue abordado por dos tipos que, esgrimiendo sendas pistolas y placas falsas de policías, le arrebataron limpiamente los 30.000 euros en metálico que transportaba y otros 18.600 euros en tabaco.

Trabajando contrarreloj, con la presión de quienes son conscientes de que en uno de esos asaltos los delincuentes se podían cobrar la vida de alguna de las víctimas, los guardias civiles seguían avanzando con sus gestiones e iban identificando a nuevos presuntos integrantes de la banda, como Antonio Correas Marín, alias 'El Gusa', sobrino de 'El Muñeco'; Antonio Amador Marín, 'Primo Antón'; Francisco Javier Pastor Mesquida, los magrebíes Issam El Omari y Habib Belkhoudja...

Para ese momento, los pasos de 'El Muñeco' y sus secuaces eran seguidos también por agentes de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (UDYCO) del Cuerpo Nacional de Policía, que habían llegado hasta la banda a partir de un asalto cometido en una vivienda de El Palmar.

Las jornadas iban transcurriendo y cada día resultaba más acuciante atajar la actividad de la banda, que no paraba de planear y de intentar ejecutar nuevos golpes. «Tengo un trabajico de esos jippi de pasta», escuchaban cómo el 1 de agosto un tipo apelado 'Chuli' informaba a 'El Muñeco'. Y tres días más tarde cómo los miembros del grupo se citaban de nuevo «para salir de copas».

El 6 de agosto, otro empresario, propietario de una empresa de salazones, era asaltado en su domicilio de San Pedro del Pinatar. Pero en esta ocasión, lejos de intimidarse por la amenaza de las armas de fuego y la agresividad de los asaltantes, la víctima les plantó cara, obligándolos a huir. Una vez a salvo, 'El Muñeco' telefoneaba a uno de sus hombres. «¿Has visto el escándalo que se ha montado?», le interpelaba, todavía sorprendido por los redaños demostrados por el industrial.

La celada se tendió en Los Conejos

Dos disparos a quemarropa en una pierna para arrestarlo

«Estoy mirando algo». La frase, pronunciada por 'El Muñeco' el 20 de agosto, pone en situación de extrema alerta a los investigadores. Policías y guardias civiles se conjuran para desmantelar la banda, pues el riesgo de que puedan acabar matando a alguien en uno de los robos es cada vez mayor. Esta vez logran conocer que la llamada de 'El Muñeco' a su mujer ha sido realizada desde la urbanización Los Conejos, en Molina de Segura.

En la madrugada del 21 de agosto, varias dotaciones camufladas de ambos cuerpos vigilan la zona. A la 1.30 horas localizan el Mercedes Benz S430 de color gris en el que habitualmente se desplaza el presunto líder de la organización delictiva. Está detenido frente a un chalé. Establecen una discreta vigilancia y poco después observan cómo tres encapuchados escapan precipitadamente de la vivienda, saltando el muro, se introducen en el coche y escapan a gran velocidad.

Mientras unos agentes comprueban que los moradores del chalé están ilesos -han tenido suerte, pues la dueña, al levantarse para beber agua, los ha sorprendido antes de que llegaran a entrar en su domicilio y ha comenzado a gritar-, otros policías y guardias civiles persiguen al Mercedes, que se encamina a gran velocidad hacia la guarida que los ladrones tienen en Santomera.

Cuando tratan de entrar en el garaje, varias dotaciones policiales le cortan la huida. Pero 'El Muñeco' no va a entregarles su libertad sin dar la batalla. Mete la marcha atrás y golpea con gran violencia los vehículos que lo taponan. Repite la acción, lesionando a varios agentes, hasta que éstos le ven empuñar una de las dos pistolas que lleva en el vehículo. Entonces, un policía introduce un brazo por la ventanilla y le dispara en dos ocasiones, a quemarropa, en una pierna. Un instante después, 'El Muñeco' yace en el suelo, con las manos esposadas a la espalda y sangrando como un jabalí herido.

Sus ojos, afectados por un severo estrabismo que en sus golpes trataba de ocultar con unas gafas de sol, lanzan chispas de dolor, de furia y de rabia. Sabe cuál es su destino. Lo conoce, por repetido, mejor que nadie.

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